14 de febrero de 2021: en Catalunya los partidos independentistas consiguen finalmente el 51% de los votos y 74 escaños en el Parlamento autonómico. Una victoria abrumadora de la resiliencia nacionalista que nadie se esperaba. Pero desde el 14 de febrero que Catalunya espera pacientemente la formación de gobierno. Y aunque sepamos que la política del pacto y la formación de gobiernos de coalición no es una cosa fácil y no se cuece en dos días ―y menos en medio de una crisis pandémica y económica como la que sufrimos desde hace un año―, sin embargo...

Sin embargo, no dejo de sospechar que quizás es que nadie quiere gobernar. ERC y Junts dilatan en el tiempo las conversaciones y reuniones no sólo porque se trata de dejar bien atado cómo se repartirán las cuotas de poder autonómico (el número de conselleries, direcciones generales y cargos políticos de confianza... con los sueldos asociados), sino porque quizás intuyen que el diseño les puede durar muy poco. Eso lo vemos cuando no se privan de ventilar públicamente su mutua desconfianza. Desde la debacle de octubre de 2017 que se reprochan públicamente que la República Catalana fracasara y acabara con la prisión y el exilio de sus dirigentes, así como con buena parte de las ilusiones (que no de las voluntades políticas) de sus votantes. Y si todavía hoy nadie de estos dos partidos mayoritarios se ha hecho responsable de todo eso, tampoco lo quieren ser ahora de forjar una alianza de gobierno que se sabe débil, quebradiza y que amenaza con unas nuevas elecciones.

Los dos partidos han diseñado dos estrategias que hacen muy difícil el pacto postelectoral: de los dos ejes que grosso modo configuran la política catalana, el eje social y el eje nacional, parece claro que cada uno ha cogido uno con el fin de poder postergar el otro y no hacerle frente

En el fondo, los dos partidos han diseñado dos estrategias que hacen muy difícil el pacto postelectoral, y que podríamos resumir algo así: de los dos ejes que grosso modo configuran la política catalana, el eje social y el eje nacional, parece claro que cada uno ha cogido uno con el fin de poder postergar el otro y no hacerle frente. ERC enarbola y prioriza ahora el eje social y económico desde las izquierdas (sic), sellando un acuerdo con la CUP para abordar la urgencia económica que ha originado la pandemia. Pero con la intención de esconder bajo esta alfombra una independencia que no quieren o no pueden afrontar, al grito unánime de "¡Tenemos que ensanchar la base!", porque la violencia extrema de la represión policial, política, económica y judicial del estado español los ha dejado indefensos y azorados (quizás la teoría psicológica de la "indefensión aprendida" también podría explicar muchos comportamientos de aquí). Junts, por su parte, ha levantado la bandera (!) del nacionalismo y del llamamiento a la insumisión desde el exilio del Consell per la República, y a la desobediencia desde algunas instituciones autonómicas debilitadas y poco operativas. Pero bajo esta alfombra parece que se esconda ―al antiguo grito del ”Això no toca!”― la poca voluntad de manifestar públicamente que piensan gestionar la crisis social y económica postpandémica desde políticas de derechas (como herederos ―reconocidos o no― de los antiguos convergentes que ya lideraron la anterior crisis económica desde estos mismos parámetros), y siempre apoyados en los dictados europeos y sus fondos que se esperan como un auténtico maná.

En fin, dos estrategias que si jugaran al "juego de la cuerda", acabarían rompiéndola de tanto estirar cada uno hacia un horizonte que la otra no desea.

O quizás el no pacto se debe todavía a una razón más evidente. Los dos partidos han vivido como, desde la aplicación ya lejana del 155 por parte del gobierno de Rajoy y con la colaboración necesaria del PSOE y del resto de partidos españoles, la Generalitat de Catalunya es ella misma una "burbuja" vaciada de poder y de capacidad de decisión reales. Además de la violencia de la represión, una consecuencia del octubre de 2017 ha sido que los catalanes y sus políticos han evidenciado con crudeza que sus instituciones son un poco de "pacotilla". ¿Y en estas condiciones, en medio de una crisis económica, sanitaria y política (con el auge de la extrema derecha por todo el mundo), de verdad que alguien quiere gobernar?