El pasado viernes, el programa de TVE2 Cafè d’idees trajo a una tal Najia Lotfi, adecuadamente coronada con un hiyab, para hablar de la eterna polémica del velo islámico. El programa debía de tener la intención de responder a la pregunta que se ha convertido en central en nuestra sociedad: ¿qué hacer con los hiyabs, niqabs y burkas que se están multiplicando en nuestro país a una velocidad imparable? ¿Prohibirlos en las escuelas o en la calle? ¿Prohibirlo en todos los sitios o en ninguno? Pero si esa era la intención, fue fallida, porque lo único que logró TVE fue dar voz a un discurso blanqueador de la misoginia, capaz de llegar a asegurar que el burka es una cuestión cultural.
Este sería el fragmento más estridente del programa, en boca de la tal señora Lotfi: "El burka es más cultural que religioso, es una cultura, las mujeres quieren ir así". Y ante la pregunta de la presentadora: "¿Quieren ir así o las obligan a ir así?", la culminación de la respuesta: "Depende de las interpretaciones de cada uno". Vemos las "interpretaciones" de la cosa…: si no llevan burka en Afganistán, serán azotadas, golpeadas, encarceladas y corren un riesgo real de muerte. En otros países donde el niqab es obligatorio, como Irán, conocemos muy bien el precio de sangre que han pagado las mujeres. Añadamos, al mismo tiempo, las múltiples prohibiciones que destruyen sus derechos básicos, y que en el caso de Afganistán llegan a la prohibición absoluta de estudiar, hablar en la calle, mirar por la ventana, pintarse las uñas (el castigo es cortarles los dedos) y, huelga decirlo, la lapidación en caso de adulterio. No hay espacio en este humilde artículo para relatar los millares de leyes en los países donde se aplica la sharía, que convierten a la mujer en un ser minorizado, secuestrado y esclavizado. Sin olvidar la práctica de estas leyes misóginas en ciudades y barrios de Europa donde el salafismo se ha hecho fuerte. ¿O acaso no vemos niqabs en nuestras calles? Es tal el odio a la mujer que surge de esta ideología, que las expresiones grotescas e indecentes de la tal Lotfi en la televisión pública pueden llegar a ser consideradas "normales".
Obviamente, el principal problema es la ideología salafista, que ha convertido en ley implacable —y legalmente violenta— los aspectos más reaccionarios y misóginos del texto sagrado, y que se sustenta en un poder económico inimaginable. El salafismo quiere conquistar el mundo —y me excuso por un concepto que podría parecer medieval, pero que es muy actual—, y la conquista, allí donde tenemos democracias liberales, pasa por poner en cuestión los derechos democráticos, con la mujer convertida en el centro de este combate ideológico. Considerar, a estas alturas, que detrás de esta presión sobre el velo —y todas sus variantes— hay una cuestión cultural o tradicional, y no un reto ideológico, es no entender nada de lo que está ocurriendo en el mundo. Y, este es el segundo problema: lo tarde que llegamos al debate sobre la cuestión. Con el problema del islam ideológico siempre vamos a destiempo, amordazados por el miedo a lo políticamente correcto. Si me permiten la autorreferencia, recuerdo haber protagonizado una portada de El Periódico en los años 90 (en la época en la que lo dirigía Rafel Nadal), planteando justamente el reto islámico. Todavía estábamos a tiempo de sentar las bases para gestionar adecuadamente el fenómeno, pero no hubo manera. Inmediatamente, el debate se abortó por la presión de las izquierdas, que, en este tema, muestran una mentalidad reaccionaria, irresponsable y a menudo utilitaria, no en balde mercadean con los votos. Y, por el camino, abandonan completamente a las mujeres musulmanas que luchan por sus derechos en las peores condiciones.
Con el problema del islam ideológico siempre vamos a destiempo, amordazados por el miedo a lo políticamente correcto
De hecho, es la postura de este progresismo paternalista y buenista, que inmediatamente saca el eslogan de la islamofobia para impedir el debate, la culpable de que la extrema derecha se la apropie sin competencia. Paternalista, buenista y censor, porque también hay que añadir una cuestión que no es menor: hoy por hoy, los principales enemigos del pensamiento libre son los gurús progresistas, que practican una cultura de la cancelación a todos los temas y todas las personas que no entran en su mollera ideológica. Es sorprendente y alarmante cómo los partidos más radicales de este espectro ideológico no ganan elecciones, pero imponen el relato público.
De todas maneras, más tarde o más temprano, este debate tiene que abrirse en canal, porque el problema ya es masivo en nuestro país. Y no irá a menos, sino al contrario, irá a más. Es un combate ideológico entre la democracia y una doctrina totalitaria que quiere imponer conceptos medievales a nuestra sociedad. No se trata de Dios y de la religión, sino de ideología, y se sitúa la cuestión de la mujer en el centro de la diana para reventar la sociedad democrática. Hiyab, niqab, burka… variables diversas de una misma concepción misógina que ha llegado para quedarse y que tiene intención de conquistar el espacio.