Poena debet commensurari delicto

Mañana se cierra un extraño círculo. El Tribunal Supremo decidirá si castiga al president Torra con dejar de serlo, por no haber retirado una pancarta en la que se les acusaba, a ese tribunal que ahora es el que decide, de haber hecho lo peor que puede hacer un juez, que es prevaricar y, en democracia, condenar a alguien por sus ideas políticas. Mírenlo desde esa perspectiva y verán por qué en los cenáculos hay pocas expectativas de que el trámite de la casación le sea favorable. “Tengo pocas esperanzas en que los altos tribunales cejen lo mas mínimo en su adhesión inquebrantable a la razón de Estado”, me dice un conspicuo jurista. Yo también, les añado.

Cierto es que no forman parte del tribunal exactamente las mismas personas que firmaron la condena, pero eso no cambia mucho las cosas. Únicamente que veremos a un juez de toda la vida —y no a un fiscal reconvertido— presidir la vista. Martínez-Arrieta es un juez que lleva treinta años en esa sala y con el que tengo algunos pequeños retazos de vida en común: una la de haber nacido en el mismo sitio, otra haber estudiado en colegios que estaban uno frente a otro y la tercera que él era el juez instructor del primer asunto en mi vida que me enviaron a perseguir por Plaza de Castilla cuando era aún una becaria, el de la desaparición de Santiago Corella El Nani. Fue glosado como el presidente del juicio del procés por unos días —cuando todos daban por hecho que Marchena se largaba a presidir el CGPJ—, pero la presidencia del juicio del siglo se le esfumó con un mensaje de Whatsapp, como todos sabemos. Él y Berdugo son los que repiten respecto a la condena inicial de los políticos catalanes y se incorporan para esta casación Antonio del Moral, Vicente Magro y Susana Polo.

No es aceptable que se dé por hecho que no existen argumentos para la defensa del actual president de la Generalitat, como si fuera un juego baladí arrebatarles los cargos a los electos sin que mediara al menos una profunda reflexión sobre los argumentos en su defensa

No deja de ser vergonzoso que se permita que se venda la piel del oso antes de cazada en términos jurídicos. El Tribunal Supremo antaño nunca lo hubiera consentido. La vista es mañana y una cosa es lo que especulemos y otra que haya quien vaya diciendo que ya hay unanimidad. No es aceptable que se dé por hecho que no existen argumentos para la defensa del actual president de la Generalitat, como si fuera un juego baladí arrebatarles los cargos a los electos sin que mediara al menos una profunda reflexión sobre los argumentos en su defensa. Hay argumentos en su defensa. No me cabe duda de que sus abogados exhibirán una panoplia amplia de ellos, pero, más allá de la diversidad, existe uno cuya discusión merecería un debate jurídico profundo.

Este es, evidentemente, aquel que cuestiona que la Junta Electoral Central fuera una “autoridad” respecto a personas y cargos no implicados en la organización de las elecciones generales por las que estaban velando en ese momento. Para que los hechos encajen en el tipo penal de la desobediencia es necesario que la orden desobedecida —eso el president lo reconoció— se encontrara entre las siguientes: "las resoluciones judiciales, decisiones u órdenes de la autoridad superior, dictadas dentro del ámbito de su respectiva competencia”. ¿Era la Junta Electoral Central una autoridad superior al president y, sobre todo, esa orden de retirar las pancartas estaba dentro del ámbito de su competencia? Esto es algo que sí merecería la atención jurídica de nuestra corte suprema porque existe una sentencia de ese mismo órgano, pero de su sala III, en la que se dice que la JEC puede ejercitar una serie de potestades “sobre quienes intervienen en el procedimiento electoral como (…) disciplinaria, dictar instrucciones, entre otras”, pero que añade: “Sin embargo, las competencias de la JEC se limitan, en cuanto a los actos realizados por funcionarios y autoridades(…) y en general a terceros ajenos a la organización del proceso electoral, a dar traslado de los hechos constitutivos de delito a la jurisdicción penal (…) o en su caso al ejercicio de la potestad sancionadora”.

No parece desprenderse de esa jurisprudencia de sus colegas de la sala de al lado —que son los que reinan sobre la LOREG y de la JEC— que sobre el MHP de la Generalitat, que no intervenía en el proceso, exista la capacidad de dictar instrucciones. Si hubiera ultra vires, es decir, si actuaron más allá de su competencia y capacidad, difícilmente podría haber delito por parte de Torra, porque, incido de nuevo, Torra era en ese proceso de las generales un “tercero ajeno”.

Es, de todos los argumentos en defensa de Torra, el que más me gusta y el que viene agarrado por las hojas de una sentencia del propio Tribunal Supremo además. En el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, como dice la sentencia condenatoria, “el único objeto de debate ha sido la contundente, reiterada, contumaz y obstinada negativa a un mandato revestido de autoridad y dado conforme a la legalidad”. Ya ven que no se emplearon mucho en averiguar si ese mandato era tal mandato, como se cuestiona, y eso a pesar de que en su declaración Torra manifestó haber actuado tras haber sido informado de esa sentencia de la sala III en concreto, lo que hace preguntarse por el dolo de quien actúa pensando que está amparado por la jurisprudencia. Les diré que yo siempre desconfío de las sentencias que adjetivan hasta el exceso y del abuso del diccionario de sinónimos. Fíjense siempre dónde se empeñan en reforzar hasta extenuarse.

Esto no quita para que yo ya les dijera en aquellos días que no entendía bien la decisión del president de no retirar la pancarta a sabiendas de que tal acto iba a acabar en un banquillo del Tribunal Supremo. Era una evidencia porque era la crónica de un reto anunciado: un partido como Ciudadanos, obteniendo un mandato de la JEC, de la que pagaban incluso a uno de los miembros, con un rédito político claro para ellos: si lo acataba Torra, por hacerle claudicar y si no lo acataba, porque dejaría de ser president.

Torra es la mosca y aguardan a darle el cañonazo, aunque nunca pierdo la esperanza de que me sorprendan.