No es que haya visto tensar mantas y encender hogueras de hierbas en el faro de Moncloa pero tengo yo la sensación de estar viendo aquí, en pleno Madrid, señales de humo lanzadas al viento de una forma continua, persistente y nada casual. Señales de humo digitales. Señales de humo como emisarios del presente. Cierto es que descifrar el significado de las volutas es un arte ancestral y requiere de una cierta pericia por parte del emisor y por parte del receptor. Requiere, como toda comunicación, al menos un código común y eso es lo que no sé yo si está fallando, porque veo las señales y oigo en respuesta gritos de megáfono y me temo que de tal cruce no puede salir nada útil.

Lo del megáfono desde Catalunya me tiene pasmada. Usar el máximo volumen para exigir cuestiones que se saben imposibles puede que tenga sentido como discurso revitalizante de consumo interno, pero puede tener contraindicaciones claras consumido en la meseta. Me refiero, claro, a la exigencia mostrada en altísima voz por parte de ERC al Gobierno de que ordene alterar la acusación de rebelión a la Fiscalía del Tribunal Supremo si quiere obtener su apoyo para los presupuestos. Es evidente que el Gobierno ni debe ni siquiera puede hacer tal cosa y es imposible que ERC lo ignore. ¿Y si saben que no existe esa opción, por qué la emplean a sabiendas de que no sólo están retroalimentando a Casado y a Rivera, sino que están dificultando cualquier movimiento real y factible que se pudiera hacer?

Y si saben que no existe esa opción, por qué la emplean a sabiendas de que no sólo están retroalimentando a Casado y a Rivera, sino que están dificultando cualquier movimiento real y factible que se pudiera hacer?

Las señales de humo están ahí. La última llegó ayer de boca del que fuera presidente del Tribunal Supremo, del CGPJ y del Tribunal Constitucional, Pascual Sala, gran magistrado, reconocido progresista y confeso masón, que no tuvo reparos en afirmar que no ve muy factible ese delito de rebelión que los arriba citados ya dan por hecho en todas sus intervenciones. Lo curioso es que Sala en enero de este año ―obrante aún el gobierno popular― concedió una entrevista en la que dejaba asomar algo su pensamiento, al afirmar que había cuestiones jurídicamente discutibles tanto en los delitos que se manejaban como en la privación preventiva de libertad aunque zanjaba con un “pero por los cargos que he tenido y porque estoy jubilado no puedo pronunciarme”. Curioso realmente que, sin haber variado un ápice esas circunstancias, hoy se pronuncie con tanta claridad. A la par algunos fiscales y catedráticos han dejado claro esta semana en las redes sociales que no ven el delito de rebelión por ningún lado. Señales. Aquella espiral de silencio de la que les hablaba parece que está empezando a volverse de humo.

Lo que sí está claro es que tales señales de deshielo de la opinión jurídica publicada pueden buscar no sólo ser interpretadas por los políticos catalanes ―presos y en libertad― sino que pueden estar llamadas a construir un nuevo marco o telón de fondo en el que vaya abriéndose la puerta a que otros juristas y jueces y fiscales vean que no todo el monte es orégano y que la unanimidad y el bloque férreo que se ha vendido hasta ahora por parte de los constitucionalistas no es tal. Que queda quien está dispuesto a decir en voz alta que la acusación por rebelión es una animalada encajada a martillazos y que algunos no son precisamente chisgarabís. Es evidente que Pascual Sala no habla a humo de pajas, pero quizá sí ayude con las señales de humo.

Sin embargo, el discurso de consumo interno de exigencia aparentemente firme al Gobierno de que o bien suelte a los presos ―imposible― o bien les absuelva ―imposible― o bien ordene a la fiscalía que altere los cargos ―imposible por sus consecuencias― sólo puede conseguir que cualquier paso jurídico que se pudiera producir corriera el riesgo de verse manchado por la sospecha, así que tales reivindicaciones puede que compliquen la situación y la vuelvan aún más férrea. Si alguien va a moverse, incluso por convicción, es muy conveniente que el contexto no provoque que sea susceptible de interpretarse como resultado de una coacción.

El juicio también tendrá diferentes claves si el telón de fondo sigue siendo un gobierno socialista y un CGPJ recién renovado a si no

Tampoco tiene sentido usar el megáfono cuando en unos pocos días Pablo Iglesias, que no creo que vaya solo, estará en Lledoners contándole a Junqueras lo obvio: que es muy jodido que se pongan en contra de los presupuestos más sociales y que ese es buen argumento para sustentar ante sus bases su apoyo. Y es también bastante claro que habrá más señales de humo y más emisarios para que el PDeCAT decida, dentro y fuera, que ya que no puede usar ese mismo argumento, es bueno contentarse con abstenerse para no hacer caer al gobierno que evita que el PP y Ciudadanos vuelvan a su rodillo de victoria y humillación.

El juicio también tendrá diferentes claves si el telón de fondo sigue siendo un gobierno socialista y un CGPJ recién renovado a si no. Yo no veo remota la posibilidad de que la fiscalía termine cambiando en sus conclusiones finales la acusación y que deje caer la rebelión para apuntar a la sedición. Será el momento de poder afirmar que la vista oral ha dejado probadas otras cosas. Es el transcurso del juicio el que puede permitir esos reajustes y es la deliberación de cinco magistrados que van a hacer todo lo posible por obtener una sentencia por unanimidad, como es lógico en los tribunales ante un proceso así, la que puede traer un cambio de perspectiva y un desinflado de la hasta ahora monolítica instrucción.

Por eso habría que ser más prudentes con los megáfonos y muy hábiles con las teas desde las colinas. Por eso aunque la injusticia indigne, y a mí también me sucede, hay que tener claro qué cosas pueden suceder y cuáles son imposibles para buscar con denuedo las primeras y no perder energías con las segundas.