“Lo que descubrí en mi contacto con la política práctica no fue tanto su inmoralidad, sino la mediocridad de tal inmoralidad”. J.F. Revel

Si en Madrid hubiera una gran muralla, un muro de las lamentaciones, habría estado estos últimos días plagado no de visitantes ni de oradores, sino de altos cargos, cargos medios, simpatizantes, cobradores de favores y periodistas colocados por el PP, por alguna de las facciones del PP. Durante unos días se les ha visto de perfil, pálidos, intentando confundirse con las sombras, evitando tomar partido entre los del golpe de mano y los de Génova, hasta tener más o menos claro de qué lado iba a caer la moneda. Quien o quienes pulsaron el botón nuclear sabían que la premura, la escaleta, era decisiva para decantar el éxito del golpe. El goteo de dimisiones producido ayer, que culminó con la cabeza sangrante del secretario general, Teodoro García Egea, fue necesario para dejar claro quién va a perder. Eso aliviará a muchos. No deja de ser la épica de la traición a aquel al que hace apenas dos semanas veían triunfante en Moncloa, tras los adelantos electorales, y con ese cambio de ciclo que tan ufanos proclamaban. Hace tan poco eran el futuro y el poder, y hoy son el pasado y el fracaso. ¿Qué ha pasado en medio además de una cortina de humo lanzada por Miguel Ángel Rodríguez sobre un espionaje trucho y el señalamiento directo y cruento que Teo hizo de la divina Isabel como corrupta? Porque todo eso latía desde hace unos meses y la disputa por el congreso regional también. ¿Qué lleva al Rasputín a convertir en víctima preventiva a la sospechosa Ayuso? Mi personal teoría es que el resultado de las elecciones de Castilla y León ha sido el verdadero detonante. Me malicio que unos resultados cojos y la necesidad de meter a Vox en el Gobierno ―que Casado negó y Ayuso dio como buena― han tenido que ver con que las hostilidades hayan salido a la luz en forma de asonada. No obstante, incluso caído Casado, la batalla le habrá puesto durante una temporada hierro en las alas a Ayuso. De ahí su pacto con Feijóo para no intentar asaltar el cielo de Génova, que era su objetivo real. Ahora le basta con quitarse a Teo y a Casado de encima.

Yerra quien piensa que la sangre que mane de tales puñaladas se quedará para ellos. La sangre que está vertiendo el Partido Popular no sólo les mancha, sino que salpica y eso es lo que debería preocuparnos a todos los que no tenemos un interés particular y propio en hacia qué lado caiga la moneda del poder. Las salpicaduras, su extensión e importancia, la parte de aquello que sí nos importa que pueden mancillar.

Los barones más importantes han ido haciendo acto de presencia para hablar de “el problema” que tiene el PP. El “problema” tiene que arreglarse cuanto antes. Moreno Bonilla desea que “el gravísimo problema del PP se solucione cuanto antes”. Feijóo pide “lo más rápido posible una solución para el gravísimo problema”, y así uno tras otro de los que quieren descabalgar a Casado. Lo que no terminan de verbalizar nunca es cuál es el problema. ¿Cuál es, en realidad, el problema? Me resulta muy curioso que puedan cerrarlo con tanta urgencia si no pueden verbalizar cuál es. ¿El problema es el enfrentamiento personal? ¿El problema es que un secretario general señale como corrupta a una presidenta con poder territorial? ¿El problema es que se dan cuenta ahora de que su partido lo rigen “unos chiquilicuatres” que cualquier observador serio podía afirmar desde el inicio que no estaban a la altura? ¿Está a la altura la que fue su apuesta personal y antaño amiga, la presidenta de Madrid? ¿Ella no es una chiquilicuatre porque saca votos con las cañas? Sólo insisten, un vocero tras otro, en que no es una cuestión ideológica ni de diferencias políticas, sino una mera lucha de poder. A lo mejor no es sólo eso o eso se adivina.

La sangre que está vertiendo el Partido Popular no sólo les mancha, sino que salpica, y eso es lo que debería preocuparnos a todos los que no tenemos un interés particular y propio en hacia qué lado caiga la moneda del poder

Hemos asistido a un golpe de mano contra la cúpula de un partido efectuado mediante unas ruedas de prensa, unos medios regados con fondos públicos y una escenificación nefanda de la naturaleza humana. Nada que ver con lo que le pasó a Sánchez; a Sánchez le dieron boleta en un órgano democrático de su partido con poder para ello. Por eso llegó “la única autoridad” y por eso pudo rehacerse usando también los mecanismos internos. El mensaje de esta atrocidad perpetrada dentro del Partido Popular es tan populista que asusta, puesto que muestra que el jefe de la oposición, el de cualquier partido, puede ser desbancado utilizando técnicas de Bannon. No deja de ser un aviso para los siguientes. Podría ser un precedente. La presión ejercida por “los golpistas” ha utilizado los más sucios resquicios de fondos de reptiles, presiones mediáticas y madrileñas conjuras. Un asco que lleva a los partidos políticos, llamados a vehicular la participación democrática, a un vertedero poco aseado en una democracia.

Además, queda la imagen del masacrado por haber denunciado la corrupción. Vale que lo hizo tarde y mal, pero es lo que hizo. ¿Significa esto que los líderes futuros del PP están llamados a encubrir, de nuevo, cualquier acto corrupto o indebido para no ser derrocados? ¿Por qué les importa una breva a los votantes y a los cuadros y a los medios sustentantes lo de la corrupción? Lo del hermano de Ayuso pinta muy mal. Lo cierto es que fue publicado en prensa el otoño pasado. Lo cierto es que en la Asamblea de Madrid la oposición intentó controlarlo y la diputada del PSOE que lo hizo fue expulsada. La verdad es que hasta que MAR hizo comparecer a Ayuso y pronunciar la palabra “comisión”, nadie se había atrevido a judicializar esos mensajes de denuncia. Ella sola se metió en el charco. Anticorrupción ha abierto unas diligencias y, a pesar de que en lo aportado hasta ahora no hay mucha prueba directa ―no puede haberla porque son datos inalcanzables hasta para los fake espías―, la Fiscalía sí que puede obtener documentación de Hacienda y acceder a otros muchos registros para avanzar en ese esclarecimiento. Lo que no puede el fiscal es recabar extractos bancarios, teléfonos ni ninguna otra cuestión que afecte a derechos fundamentales. Aún así, sobre la cabeza de Ayuso pende ya una acción de la justicia, algo que hasta ahora no sucedía. Va a ser que ha hecho un pan como unas tortas. Su juez de cabecera, y consejero de Presidencia, aún no ha asomado la nariz. 

Todo esto salpica. Salpica la trumpización del funcionamiento de los partidos. Salpica la constatación de que no hay esperanza para la autolimpieza. Salpica, sobre todo, el fondo latente sobre el posicionamiento respecto a Vox. Si el agraciado como parece es Feijóo, que sólo vendrá como dijo en loor de multitudes y por aclamación, puede cambiar toda una forma de hacer oposición. Feijóo es hombre que ha comprendido hace tiempo que a la ultraderecha no se la vence haciéndote pasar por ella. Es hombre más medido en el asalto al poder de las instituciones. Tal vez es el líder que desbloquearía la locura institucional del CGPJ y tantas otras, pero ¿puede este perfil de líder convivir no ya con Isabel Díaz Ayuso en Madrid ―su populismo, su discurso ultra, su promiscuidad con Vox― sino, sobre todo, con su hacedor Miguel Ángel Rodríguez?

Salpica, la sangre salpica. Aún es pronto para ver a quién le pringa del todo.