Un rey está perdido si no rechaza la adulación y si no prefiere a los que dicen audazmente la verdad.”
François Fénelon

Para ser cortesano, hay que aparcar no sólo la razón, sino cualquier otro principio que hayas aprendido en tu vida. Ayer volví a comprobarlo. Para ser cortesano en la España actual, tienes que tragar con carros y carretas, comulgar con ruedas de molino, hacer ver que el camello entra por la aguja. Para ser cortesano aquí y ahora, tienes que mostrarte agradecido de que el jefe del Estado, un monarca parlamentario, haya decidido al fin hacer público su patrimonio y debes creerle a pies juntillas, ya que no es posible comprobarlo. Ser cortesano te obliga a aceptar el dogma proclamado de que como su mujer la reina consorte no “cumple misión constitucional” es lógico y plausible que no dé a conocer un patrimonio que procede del erario público. La misión del cortesano es hacer como que no se da cuenta del enorme error institucional cometido por la Casa Real al diferenciar a unos parlamentarios electos de otros según su gusto político.

No debo ser nada cortesana porque desde el primer momento estoy escandalizada con el comportamiento poco constitucional y poco institucional mostrado por el propio monarca al discriminar por razón de sus ideas a unos representantes del pueblo de otros y por alegar motivos para ello que no sólo son inaceptables, sino que son falsos. Esto es con todo lo más grave que ha dejado la operación transparencia de la CSMER (léase Casa de Su Majestad el Rey, que así es como la abrevian los de dentro). Un monarca parlamentario que decide comunicar a los grupos parlamentarios una acción pública e institucional no puede hacer distingos porque constitucionalmente todos los parlamentarios son iguales y porque no puede mostrar preferencia o discriminación hacia ninguno de ellos. Sin embargo, el Rey o sus hombres decidieron tener “la deferencia institucional” de comunicar el patrimonio del monarca sólo a los que les gustan y de dejar fuera a los que no les gustan. El ejercicio de transparencia es obsceno en este sentido. A la CSMER, y hemos de entender que al Rey, no le gustan ni ERC ni JxCat ni el BNG ni Bildu ni Podemos, aunque, eso sí, le gusta Vox junto al PSOE, el PP, el PNV y el resto. Como resultas de la cagada total, la explicación que se ha dado es que fue la vicepresidenta Calvo ―miren cómo vuela la responsabilidad actual a una señora que ya ni está― que debió decir en su día que sólo se negociarían las cosas relativas a la Corona “con los que participan del consenso del 78”.

El planteamiento de Calvo era discutible en su día, obviamente, pero se refería a negociar ―porque a lo mejor no era práctico en términos de obtener votos o consensos―, pero ahora estamos hablando de comunicar institucionalmente una acción del Rey por su propia Casa. Incluso si uno aceptara tan discutible cuestión ―quien puede estar en el Parlamento puede estar en todos los lugares derivados de ello―, lo cierto es que el Rey ni siquiera se ha ceñido a esa explicación que ha situado a Vox dentro del “consenso del 78”, lo que es totalmente falso. Vox ha dicho reiteradamente ―la última vez su flamante vicepresidente de Castilla y León― que su objetivo principal es acabar con todo el Título VIII de la Constitución. Como prueba de consenso del 78 parece floja. Todo el consenso del 78 y la Constitución están basados en la instauración de un estado de las autonomías que Vox quiere laminar. Lo que el Rey y sus hombres transparentan es que hay partes de la Constitución que son más constitucionales que otras y que querer cambiar o abolir el Título II es pecado mientras que atentar contra el Título VIII es una opción válida que no les produce el más mínimo problema.

Un rey parlamentario que es jefe del Estado debe serlo de todos los ciudadanos y no se puede permitir hacer distingos

¿Ha sido cosa del Rey o cosa de sus hombres dejarnos ver que no se considera obligado con los independentistas catalanes, gallegos y vascos ni con los peligrosos izquierdistas pero sí con la extrema derecha próxima a Le Pen y a Putin? Es un error del tamaño del cometido en el discurso del 3 de octubre de 2017. Un rey parlamentario que es jefe del Estado debe serlo de todos los ciudadanos y no se puede permitir hacer distingos. Los ciudadanos sí pueden permitirse políticamente mostrarse contrarios a la organización monárquica y preferir la republicana. Si Felipe VI, o sus hombres, no entienden esto, es que no entienden nada.

El segundo gran error de esta gran jugada de transparencia es ofrecer el patrimonio del monarca y no el de la reina consorte y el de sus hijas. En primer lugar, porque el dinero procede del erario público en todos los casos y, en segundo, porque sería la forma de comprobar que no hay patrimonio inmobiliario o de otro tipo que figure a nombre de otras personas de su familia directa. Felipe VI tiene un patrimonio que, según nos muestra, sólo procede de haber ahorrado todos sus sueldos desde que ejerce como heredero y luego como rey. Dado que la Reina no puede tener tampoco otros negocios, ¿qué problema hay en hacer público el de ella también?, ¿o lo hay?

Otra cuestión que también se suscita a la luz de la razón, o sea que no es propia de cortesanos, es la referida a la validez de un ejercicio de transparencia que se produce exclusivamente por la real voluntad, que puede repetirse o no, y que no puede ser comprobado ni fiscalizado de forma alguna, dada la inviolabilidad constitucional que el monarca sigue conservando. Será siempre mejor esto que nada, como dicen los cortesanos, pero si uno piensa un poco por sí mismo, se da cuenta de que la operación de imagen supera con creces a la efectividad de un acto que, además, ha enturbiado de forma grave la relación de la jefatura del Estado con más de cinco millones de electores al despreciar de forma manifiesta a sus representantes. Que sí, que puede que esos cinco millones desprecien al monarca o lo quieran sustituir, pero es que esos cinco millones están en su derecho de pensar así y el monarca no tiene derecho constitucional a discriminarlos ni a mostrar lo que piensa de ellos.

Si lo que se buscaba con este “gran paso”, como lo denominan los cortesanos, era mejorar la imagen de la monarquía ante la ciudadanía, me van a perdonar, pero lo han hecho rematadamente mal. Tal cúmulo de errores ha opacado la aprobación por el Consejo de Ministros de un decreto de transparencia del que no hemos podido conocer aún el texto completo, así que lo comentaremos cuando sea posible, esperando que sea más afortunado que la acción de la Casa Real.

La transparencia no siempre es una virtud. Depende lo que dejes ver.