Todo Estado tiene el deber primario de proteger a su población de las consecuencias de las crisis humanitarias, naturales o provocadas por el hombre.”

Ratzinger

Hoy no voy a estar brillante, ya se lo aviso. Es imposible extraer de la mente nada que merezca la pena mientras una máquina demoledora tira abajo un edificio colindante en un marasmo de polvo, ruido y gritos. Algo insoportable en cualquier momento, pero que se transforma en las montañas de la locura si uno se encuentra en fase 0 y está obligado a permanecer en su casa teletrabajando y aullando de indignación. Tengo que comprender, me digo, que los intereses económicos del fondo marbellí que está dejando expedito ese solar del centro de Madrid son superiores a los de los miles de ciudadanos que estamos ahora mismo confinados en la vecindad de su inversión y que es lógico que así lo haya ponderado el Ayuntamiento de Madrid. ¿Qué vale mi trabajo ante la fuerza irreprimible de la especulación inmobiliaria con un suelo que vale un potosí?

Quien dice mi trabajo, dice mi vida o la suya. Póngale precio. No me refiero a precio para corromperse, sino a precio de mercado para hacerla desaparecer. ¡No me grite! ¡No es idea mía!, además ya sabe que no le oigo con el estruendo de la demolición. Tiene sentido lo que les digo porque estoy constatando que eso es lo que muchos están haciendo ahora mismo: poner precio a las vidas humanas —a las de los demás, sobre todo— para ponerlas en el platillo de una balanza mientras coloca el PIB en el otro. Es, de facto, lo que está haciendo Trump, ¿no? O sin ir mas lejos, ayer, un señor de Barcelona que publicó la siguiente idea:

“Llamemos PVH al precio de la vida humana, MUER al numero de muertes previsto por el Covid-19 y CPIB a la caída del PIB por el confinamiento: hay que seguir confinados siempre que PVHxMUER>CPIB. Las diferencias entre países vienen de visiones distintas sobre el precio de la vida humana ¿Cuál tiene España?”

Estremecedor. ¿Hay mucha gente, muchos empresarios, muchos economistas, muchos políticos haciendo a hurtadillas este tipo de cuentas que propone César Molinas?

PVHxMUER>CPIB

Piensen en ello. Piensen y olviden toda teoría de los derechos humanos, de la dignidad humana o que, como dice el papa Francisco, “toda vida humana, única e irrepetible, tiene valor por sí misma, tiene un valor inestimable”. Hacía mucho tiempo que no veía algo más inane, más mezquino o más inmundo que esa conversión de la vida humana en el término económico de una ecuación. Al menos Molinas lo espeta a las claras, pero ustedes saben como yo que hay muchos que están haciendo ese cálculo a hurtadillas y a él adecuan sus respuestas a esta crisis. Hay quien desdeña tener a un filósofo de ministro de Sanidad, pero vista la desvergüenza y la calaña de los que pretenden que esta desgracia la paguen otra vez los mismos, entre los dos catalanes me quedo con el que parece ponderar como un bien de valor incalculable la vida de cada uno de nosotros.

La cuestión está alcanzando tintes dramáticos. Hemos visto propuestas para encerrar a los más débiles, o incluso que cerebros como los de Prodi o Habermas, junto a Riccardi o González, hayan tenido que hacer público un manifiesto titulado Sin ancianos no hay futuro para denunciar lo que también Francisco llamó “la cultura del descarte” y que consiste en minusvalorar en esa ecuación a las personas en razón de su edad. “No se puede aceptar ningún estado de necesidad que legitime o dé cobertura al incumplimiento de los principios”, dicen y aducen que “la tesis de que una menor esperanza de vida comporta una reducción legal del valor de dicha vida es, desde un punto de vista jurídico, una barbaridad”. Lo es desde la perspectiva jurídica y desde la ética y también desde la humana.

El inevaluable valor de la vida humana reduce al absurdo cualquier otro cálculo, ya sea político o económico. Salvar todas las vidas posibles, la mayor cantidad posible, es el único silogismo válido

La necesidad de prorrogar las medidas de confinamiento o de limitar la movilidad no puede ponderarse en términos económicos y tampoco en términos políticos. Todos sabemos que sin ese control vamos al caos. Si decae el estado de alarma, inmediatamente las costas se van a ver abarrotadas por los millones de ciudadanos de las metrópolis que ya no soportamos más el encierro y el asfalto, ¿a que sí? Sin control, la pandemia rebrota. Por ese motivo no cabe tampoco poner en una almoneda política la prórroga necesaria de ese control. Es tanto como cambiar PVH por Precio Votos Humanos y volver a realizar toda suerte de cálculos rastreros en función de los intereses electorales o de las reivindicaciones políticas de cada cual.

No hay nada que pese más que las vidas humanas que pueda colocarse al otro lado de la ecuación. Ni el PIB, ni el ganar unas elecciones, ni el remontar en las encuestas para lo que pueda pasar, ni el mantener a los votantes, ni el intentar ganar a otros nuevos, ni siquiera la lucha por la independencia. Nada. El inevaluable valor de la vida humana reduce al absurdo cualquier otro cálculo ya sea político o económico. Salvar todas las vidas posibles, la mayor cantidad posible, es el único silogismo válido.

No entiendo, pues, el chalaneo de quienes saben que no hay otra que mantener el estado de alarma hasta que lleguemos a la fase de movilidad total y que, sin embargo, quieren cobrarse su voto en forma de concesiones políticas de cara a su galería. Menos entiendo a los que se niegan a esa prórroga por tacticismo político y amparados por la seguridad de que el rebrote no llegará porque otros asumirán su responsabilidad y acabarán por sacar adelante la medida sin que ellos se bajen de su postura de dureza. El precio del voto tampoco son las vidas. Si lo que sugieren es que hay otras formas menos costosas para asegurarse ese control de la movilidad, si me van a venir con reformas de leyes orgánicas y no sé que otras cosas, tengo que decirles simplemente que esto es para ahora mismo, para ya, que las vidas están en la cuerda floja ahora y no al ritmo de sus deseos legislativos. Proponer una larga cambiada, y muy discutible, para el futuro no resuelve los decesos de hoy y, piénsenlo, el PVH no es abstracto, sino que tiene el nombre de aquellos que queremos e incluso el nuestro. Poca broma.

La sugerente y sarcástica broma del precio de las vidas y los derechos. Esa que ha llevado a gentecillas de los think tank ultraconservadores, o directamente fascistas, a proponer que se prive del derecho de voto a aquellos que reciban ayudas o prestaciones del Estado. Creo que ven venir que la protección social que va a prestar un gobierno de izquierdas no les va a arrojar en el regazo el voto del hambre como pretendían. Si la vida tiene un precio, ¿por qué no los esclavos? Nos ahorramos el riesgo chino. Si la vida tiene un precio, vendamos órganos o compremos bebés o demos las vacunas a los que puedan pagárselas. Si existe un PVH, nuestro sistema de valores se derrumba y sin que haga falta una máquina de demolición como la que a mí está a punto de volverme loca.

Ya les dije que hoy no iba a estar brillante, me conformaba con no perder mi humanidad. Y eso que para mí ustedes, mis lectores, sí que no tienen precio. Otra vez será.