“Una crisis representa para los demagogos acorralados por los límites constitucionales una oportunidad de empezar a desmantelar los mecanismos de control incómodos”

Levitsky y Ziblatt. Cómo mueren las democracias

En medio del confinamiento estricto tuve una dura discusión con mi doc, el hombre que me salvó la vida hace unos años, y que pudo hacerlo porque ha dedicado toda su vida a la investigación pública de cosas raras. El tira y afloja duró varios días y fue una pelea intelectual insoluble entre su mente médico-científica y mi visión centrada en la defensa cerrada de los derechos fundamentales. Seguimos queriéndonos, es lo que tiene hablar entre personas con cabeza, pero no llegamos a una entente clara, aunque yo saqué muchas conclusiones. Mi doc clamaba por la adopción inmediata de una aplicación de móvil a la coreana para cuando se produjera el desconfinamiento y yo desgranaba uno por uno los problemas que para la libertad individual y los derechos fundamentales consagrados podía tener tal cosa. Habrán visto que en la práctica gané yo, es decir, se confirmó que una democracia occidental lo tiene complicado para tomar medidas de ese tipo y hemos tirado sin ella. ¿Es acaso mi doc un peligroso liberticida cercano al totalitarismo? Ni por asomo. Es un tipo bastante sensato y bastante rojo.

Esto viene a cuento porque la principal enseñanza que extraje del intercambio fue la de que los científicos están entrenados para comprobar cuál es la máxima eficacia posible, en términos comprobados, y para estar convencidos de que eso es exactamente lo que hay que hacer. Su razonamiento es impecable siempre y cuando no metamos en la ecuación los derechos y libertades, las leyes y los convenios suscritos o, no hay que olvidarlo, la pragmática de la economía de mercado y de la necesidad de los sujetos de subvenir a otras necesidades más allá de las de protegerse del coronavirus. En otro extremo entre la máxima eficacia científica y la defensa montaraz de los derechos de los ciudadanos se encuentran los políticos, todos, que añaden a todas estas circunstancias la de tener que velar por su mantenimiento en el poder, el bienestar de sus formaciones políticas y los comicios, si los hubiera.

Es obvio que la pura medida epidemiológica de los expertos no puede ser aplicada en su mayor rango. Si eso fuera así, toda la humanidad hubiera permanecido confinada hasta que no se produjeran más casos de contagio. Imposible de sostener tanto por el alcance de la restricción de derechos fundamentales como por la economía y la propia psique de los individuos. Por tanto, no podemos tener la solución mejor, es inviable y debemos atenernos a la mejor de las posibles pero a la mejor en ponderación de todo lo que está en juego.

Yo, qué quieren, soy muy bestia y no estoy dispuesta a ceder ni un milímetro más de mis derechos de lo estrictamente necesario. Es absolutamente relevante no entregar sin resistencia la libertad que no sea preciso ceder ni por un miedo de contagio ni por nada. Está absolutamente comprobado que cada derecho que se deja invadir es casi imposible de recuperar en su estado inicial. Porque soy muy bestia y porque creo firmemente que cualquier abuso de derechos que se produce puede convertirse a la larga en un abuso permanente y que suframos todos, es por lo que he estado clamando contra el pisoteo evidente de derechos y libertades que se ha producido en la cuestión catalana. No entiendo a ninguno de los que se ha encogido de hombros cuando se han vulnerado derechos procesales o de cualquier otro tipo por pensar que “eran necesarios para reprimir el independentismo”. Lo “necesario” no es base para la aniquilación del derecho. Ni en el procés ni en la pandemia.

Antes de privar a ciudadanos sanos de forma masiva de su bien más preciado, la libertad, miren de encontrar otras soluciones y de gastar dinero en rastreadores y en apuntalar la sanidad primaria y adelantarse a los posibles focos avanzando actividades y lugares de riesgo

Sucede que ser acérrimo defensor de los derechos fundamentales es una cruzada que no se termina nunca y que tras la crisis catalana llegó la crisis del bicho y ésta empuja a muchos a intentar cruzar líneas rojas en detrimento de los derechos y libertades de los ciudadanos. En nombre del bicho no se puede retirar el derecho a voto y, miren, ya se ha hecho. En nombre del bicho, no me pueden decir que un decreto ley sirve para restringir la libertad de circulación porque eso no es lo que dice ni el Estatut ni la Constitución. No es un capricho del legislador, sino un guardarraíl para que no se nos pueda despojar de nuestra pura esencia de ciudadanos sin un control necesario. No quiero que ningún político por decreto me pueda arrebatar la libertad. Es inconcebible, con bicho o sin bicho. Hoy lo hacen por mi bien y mañana ya tengo el precedente.

Creo que el contenido del confinamiento que la Generalitat pretende para Lleida y su zona excede a lo necesario. No se trata como en Igualada de cerrar la salida del perímetro ni de confinar a positivos y sus contactos, como en el hotel de Tenerife, sino de obligar a estar en casa excepto para unas actividades concretas muy limitadas. Esa limitación impide no sólo la libertad de movimientos, sino, por ende, el derecho de manifestación y de concentración, el de voto, como se ha demostrado, y otros muchos del núcleo duro que están recogidos en el Pacto Internacional por los Derechos Civiles y Políticos. Eso no lo puede ordenar un gobierno con un decreto ley. No. Hoy lo hace Torra y mañana me lo hace Ayuso. No.

Verán que el gobierno central ni siquiera hace batalla del tema. No lo juguemos en un plano identitario porque no es ahí donde yo veo la partida. Incluso si Catalunya fuera un estado independiente, debería arbitrar un procedimiento con intervención y control del legislativo y previsto previamente por la ley para poder llevar a cabo una injerencia de este tipo.

Además, ya no estamos en marzo. Los gobernantes han tenido ya cierto tiempo para prever cómo iban a llevar a cabo ese día después que tanto añoraban, ese en el que recobraban el control. Los jornaleros iban a ser necesarios, los brotes iban a tener que ser seguidos por rastreadores, las normas se las iba a saltar la peña con seguridad. Todo eso debería de estar planeado porque meternos en casa a la primera de cambio no es la solución. Torra va a tener que matizar la norma, ya lo verán. Entre la postura de los doc y la de los brutos que no cedemos un ápice en nuestros derechos, van a tener que encontrar una medida razonable. Mientras lo hacen, yo me mantendré en mis marcas. El número de contagios, sin víctimas ni afectación de la red hospitalaria, no es proporcional con arrebatarle la libertad de movimientos a 150.000 personas.

Estoy segura de que mi doc, cuando me lea, no estará de acuerdo y puede que muchos de ustedes tampoco. Ya les he dicho que soy muy bestia y es que creo que va a ser muy necesario, en este azaroso siglo XXI, que la sociedad civil se haga fuerte y no acepte retroceder con facilidad. Antes de privar a ciudadanos sanos de forma masiva de su bien más preciado, la libertad, miren de encontrar otras soluciones y de gastar dinero en rastreadores y en apuntalar la sanidad primaria y adelantarse a los posibles focos avanzando actividades y lugares de riesgo. Luego, si es necesario, me quitan mis derechos de forma escrupulosamente legal y controlada en el tiempo y en el alcance.

Atentamente, suya.