“Las coaliciones más eficaces para defender la democracia son aquellas que congregan a grupos con concepciones distintas”

Levitsky. Cómo mueren las democracias

Ahora que sabemos que la tauromaquia morirá de muerte propia, de agotamiento, de olvido, de abandono, a lo mejor es hora de que utilicemos algunos de sus términos, lingüísticamente hermosos en castellano, para definir situaciones y estrategias que nada tengan que ver con la sangre ni con el sufrimiento de los animales. Juan Belmonte fue un matador de toros. Uno tan singular que mereció la mejor biografía esbozada en el siglo XX sobre uno de ellos, una obra de arte de Chaves Nogales. Belmonte tenía una máxima que repetía una y otra vez cuando le preguntaban por su arte: parar, templar y mandar. Se refería a cómo abordar al toro, obviamente, pero el devenir de los toros ha cambiado a los toros por otros embates sin que por eso sea desechable la sabiduría de un tipo que se dedicaba a matarlos.

Va a ser muy necesario. Lo de parar y templar, digo. Porque vamos a asistir en los próximos tiempos al intento de las derechas, incluidas las fascistas, de manipular nuestras emociones, las de todos los demócratas, nos sintamos lo que nos sintamos en términos de nacionalidad, y conseguir así que nuestras reacciones les abonen el campo a sus manipulaciones. Parar, ante cada provocación o resolución o decisión fruto de la guerra judicial que van a emprender. Parar y reflexionar que es lo que quieren conseguir y qué es, por tanto, lo que no les vamos a dar y, después, templar. Templar y dejar que los abogados, los letrados, hagan su trabajo. No todo está perdido. No sólo por las instancias europeas, que van a poner las cosas en su sitio, sino también porque estoy convencida de que en un nuevo clima de diálogo y de libertad, muchos de los juristas y de los jueces y de los fiscales que se habían agazapado y habían callado ―qué quieren, la valentía no se distribuye con el pan por las mañanas― volverán a dejar oír su voz y sus votos y sus posiciones.

El panorama no es sencillo. La derecha no ha copado los tribunales y los órganos administrativos, electorales o del Estado por gusto o sólo para dar cabida y sueldo a sus afines. Lo ha hecho con toda la intención para tenerlos ahí y poder activarlos cuando sea preciso. Veamos el caso de la Junta Electoral Central que ha tomado la ignominiosa y reprobable decisión de apartar a un cargo electo sin que exista sentencia firme contra él, vulnerando los más elementales principios democráticos. Para ello han sido necesarias dos cosas: una, poder nombrar a parte de los catedráticos que la componen y otra, la más importante, saber que en la insaculación de miembros del Supremo que forman la otra parte ―los que se sacan por sorteo― llevaban la mayor parte de las papeletas. Si consigues un Supremo de tu cuerda, es difícil que del saco salgan bolas que te perjudiquen a la hora de conformar otros organismos como la Junta Electoral Central.

Por ejemplo, por el papel de su presidente. Cuentan que durante el debate previo a la vergonzante resolución de inhabilitar sin competencia para ello al president Torra, las voces mayoritarias se mostraban favorables a considerar que se trataba de una cuestión de derecho parlamentario, que no había una sentencia firme y que era preciso esperar a que se sustanciara el recurso de casación. Pidieron votar en varias ocasiones, pero el presidente no se lo concedió y decidió seguir el debate. De primero de conducción de deliberaciones para conseguir el resultado que quieres. Luego se trata de ir introduciendo nuevos elementos hasta hacer farragoso el contenido del debate y conseguir que alguna voz empiece a decantarse por tu solución. Entonces, y sólo entonces, accedes a realizar la votación.

El bochorno de la JEC es innegable. Un solo voto ha logrado arrastrar por el fango un principio democrático que no va a pasar desapercibido en Europa: que un cargo electo, representante de la soberanía, no puede ser privado, ni él ni sus electores, de su representación si no es por sentencia firme de un tribunal de justicia

Yo estoy soliviantada, pero soy optimista. No estoy de acuerdo en embestir, que sería la reacción que los partidos de derecha y ultraderecha buscaban. Ese y no otro era el objetivo de conseguir que la JEC tomara esta decisión justo antes del debate de investidura. No les quedaba otro cartucho para intentar evitarlo y llevarnos a otras elecciones en las que lograran el poder, que es lo único que ansían. Yo estoy persuadida de que la demanda de protección de derechos fundamentales que Torra y sus letrados presentarán ante la Sala Tercera obtendrá la medida cautelarísima de suspensión del acuerdo por el daño irreparable que su aplicación podría producir. Sí, ya sé que esto lo verá en una sección en la que está el presidente de la JEC pero no podrá entrar, y en la otra balanza pongo cómo le pararon los pies a una JEC desatada cuando decidió que Puigdemont no podía presentarse a las elecciones europeas. Hoy Puigdemont es europarlamentario. La JEC es lo que es. No forma parte del Poder Judicial. Templemos. Lo único que buscaban era joder la investidura, y quiero pensar que nadie les va a dar el gusto. Sólo después de parar y templar viene el mandar, según Belmonte.

El bochorno de la JEC es innegable. Un solo voto ha logrado arrastrar por el fango un principio democrático que no va a pasar desapercibido en Europa: que un cargo electo, representante de la soberanía, no puede ser privado, ni él ni sus electores, de su representación si no es por sentencia firme de un tribunal de justicia. Así arranca la carta europea sobre el derecho a la presunción de inocencia. El voto que corresponde a la magistrada Ana Ferrer, de la que parecía que se pudiera esperar que no fuera capaz de dejar de lado cuestiones de gran calado democrático. Quizá aquí es donde deban recordar lo que les expliqué de cómo la Sala Segunda se había hecho bicho bola. Como si se hubieran juramentado para salvar la sacrosanta unidad de España más allá de los políticos. Visto así, la posición adoptada por Ferrer en el caso Torra le alivia a la Sala Segunda del peso de esa decisión. A saber por qué eso a Marchena le vendría bien.

En todo caso, templar.

Junto a la demanda de protección de los derechos fundamentales que se presentará a la Sala Tercera y junto a la petición de medidas cautelarísimas, se presentará una cuestión de prejudicialidad para que sea sometida al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Así que, si la resistencia a tener en cuenta los principios básicos de un estado democrático es más fuerte de lo que pensamos, aún estará la bofetada de Europa. Y, ojo, porque bofetada a bofetada no hay que desestimar que la UE se dé cuenta de que el sistema español presenta una disfuncionalidad que va más allá de unos pocos fallos erróneos.

Parar y templar. No darles el gusto de reaccionar tal y como buscan que reaccionemos. Eso vale para todos en esta guerra judicial que la derecha no sólo no va a parar, sino que va a enconar. Casado amenazó ayer en sede parlamentaria con hacerle lo mismo a Sánchez.

Parar y templar y no dejar que el morlaco de la derecha más incívica nos ponga contra la barrera.

Todo un reto que, seguro, los demócratas vamos a cumplir. Para que manden los principios de los que no vamos a abjurar.