“Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”

Charles Maurice de Talleyrand

Veo en las últimas semanas que la atención catalana está centrada en las últimas propuestas a pelear tras la que se avecina dura sentencia del Tribunal Supremo. Condensando veo que se habla ya poco de indulto, más de ley de amnistía e, incluso de modificación del artículo del Código Penal para que sea aplicado de forma retroactiva por ser más beneficioso para los penados. Veo también que tras las diferentes vías y formas de respuesta a la previsible condena de los líderes catalanes, hay también una poco larvada batalla por el liderazgo del independentismo y, más concretamente, entre los partidarios de Oriol Junqueras y los de Puigdemont. Perdónenme lo que puede ser una simplificación excesiva del planteamiento pero al menos desde el poblachón manchego —Paco Umbral dixit— en el que habito, así es como se ve, poco más o menos.

Es fácil entender a los que dan por cegada la vía del indulto dado que no sólo es un perdón, que no todos están dispuestos a recibir, y dejemos principios y soberbias aparte, sino que tiene un control por parte de la Sala Tercera que precisamente se introdujo para evitar los chanchullos típicos con los asuntos de corrupción. Mi teoría del Supremo bicho bola ya se la he explicado muchas veces. No es previsible que una sala del mismo aceptara que el esfuerzo de la otra quedara vacío de contenido. Si hay algo por lo que hemos ido denunciando la toma de los tribunales por los nombramientos viciados es también por estas cosas. Otros lo llaman, como metáfora, la dictadura de las togas, pero quizá no sea tan literario.

Así que veo por qué se plantean otras alternativas que sólo tendrían la necesidad de sumar el consenso necesario político ya que serían parlamentarias: la ley de amnistía y la reforma del Código Penal. Ambas existen y teóricamente están ahí, pero lo cierto es que ninguna de las dos pueden ser utilizadas a corto plazo y esto es algo que se aprecia en el más leve análisis de la situación política española, que no catalana, que practiquemos.  Fíjense que no entro siquiera en la diatriba sobre si técnicamente y en derecho es posible o cómo debería articularse. ¿Qué se está dirimiendo ahora en España? Básicamente el liderazgo de la derecha, qué partido lo ostente, y si por la izquierda el PSOE llega a ser una fuerza lo suficientemente hegemónica como para gobernar en solitario de forma estable sin necesidad de crear un gobierno de coalición con un Podemos que es incómodo. O bien del relevo de esa fuerza incómoda por otra más fácil de tragar como sería eventualmente la liderada por Errejón. En todo caso, nos encontramos ante un complejo entramado de equilibrio inestable que nos mantiene aún sin gobierno y que, según las encuestas, ni siquiera unas nuevas elecciones dirimirían.

De momento no ha habido ni vestiduras rasgadas por parte de la carcundia ni declaraciones incendiarias de los portavoces de siempre, así que mucha importancia al debate no le han dado, al menos todavía

Convengan conmigo que hay que descartar a las derechas, las ultras y también las medio pensionistas o las de extremo centro para apoyar cualquier iniciativa en ese sentido siendo como es el nacionalismo español y la cuestión catalana uno de sus banderines de enganche electoral. Nos quedaría, pues, la posibilidad de que un gobierno progresista, más proclive a la solución dialogada, pudiera tomar en consideración alguna de esas cuestiones a la hora de caminar en ese sentido. Ahora bien, en estas circunstacias de inestabilidad y volatilidad es imposible. De facto, el tirón electoral que la derecha ha hecho en torno a “los rebeldes” y al “golpe de estado” ha propiciado ya un retraimiento de las posturas con las que los propios socialistas de Sánchez coquetearon en su momento. Prietas las filas ante la volatilidad de los votos más centrados y prietas las filas ante la rebelión interna que puede propiciar una postura que se aparte esencialmente de las esencias. No, no parece que ni el PSOE tenga las manos libres en este momento para barajar esa cuestión ni siquiera después de que Pedro Sánchez fuera investido. El gobierno resultante sería demasiado inestable para bandear la galerna que podría producirse en la oposición y en sus propias filas si se planteara alguna de esas salidas. Es demasiado pronto.

Es demasiado pronto porque todavía quedan pendientes los juicios contra Trapero y los mossos en la Audiencia Nacional, lo que resulte del Juzgado de Instrucción 13, el de Torra y otras cuestiones. Además una ley de amnistía sería llevada inmediatamente al Tribunal Constitucional por la oposición y podrían pedir la suspensión de su aplicación de forma cautelar. Un cirio político al que las condiciones actuales no se adecuan aún suponiendo que hubiera voluntad.

De momento no ha habido ni vestiduras rasgadas por parte de la carcundia ni declaraciones incendiarias de los portavoces de siempre, así que mucha importancia al debate no le han dado, al menos todavía. No es mi intención aquí apostar por la vía de unos o de otros. Yo, en caso de duda, soy progresista y lo saben. Pero lo veo como algo improbable y, en todo caso, lejano, como algo que nos deriva a un momento en el que un gobierno fuerte y sin compromisos electorales cercanos, tras un proceso de diálogo largo y fructífero, pudiera plantearse. No pasará a corto plazo. No tiene pinta.