“Cuando la gente se acostumbra a la irracionalidad, no puede espantarse de la injusticia”
G.K. Chesterton
¿Ha sido contemplado alguna vez un secretario general de un partido político en estrados acusando con toga a otros políticos? Yo no guardo memoria. Sí de acusaciones populares ejercidas por partidos, de facto el PP es experto en personarse para obtener información y obstruir el avance de los casos, pero eran abogados contratados o afines los que se ocupaban, no los propios cargos del partido. Cuando a principios de febrero se inicie el juicio del 1-O, Javier Ortega Smith, mitad letrado y mitad soldado, estará sentado en estrados actuando como parte de un juicio de fuerte componente político en el que se acusa a políticos. El secretario general de Vox interrogará, protestará, propondrá como acusación mientras discurre un convulso periodo pre-electoral y hasta electoral en el que su formación ultraderechista aspira a crecer sustancialmente hasta convertirse en fuerza decisiva de gobierno en municipios y autonomías. ¿Tuvo algún partido, algún rostro visible de un partido, semejante visibilidad y semejante poder en algún otro comicio? La respuesta es, desde luego, no. Las cosas han cambiado mucho en las últimas semanas. Malo era que una formación de ultraderecha, ultracatólica y xenófoba estuviera como acusación en un proceso del que depende en parte la estabilidad política del país, pero peor es que esto suceda tras los resultados de las elecciones andaluzas y el ominoso pacto alcanzado tras ellas por la derecha.
No será el único problema. Esta inaudita circunstancia se dará en el tiempo de los haters y de las fake news y tampoco existen precedentes. La formación de Ortega Smith ha hecho hasta ahora un uso experto y consciente de las redes sociales, de los ataques dirigidos y de las bolsas de haters preparadas para influir y manipular en las sedes sociales. Apoyados por las enseñanzas de Steve Bannon, el jefe de campaña de Trump, que quiere ayudar a los partidos de la far right. Este ha creado un think thank en Bruselas que se denomina The Movement. Una pica en el corazón del edificio europeo que planean demoler. La pelea mediática entre mass media convencionales que se vivió en el 11-M va a resultar un juego de aficionados al lado de lo que se avecina.
No erraré si les digo que es altamente improbable que el tribunal enjuiciador, los fiscales y muchos de los letrados se hayan parado a pensar en ello. Unos pocos sí lo han hecho, seguro, y entre ellos se encuentra la acusación popular. No hace falta ser un oráculo para darse cuenta. ¿Alguien cree que en el momento del siglo en el que se alteran elecciones o se influye con pura minería de datos en los resultados de un referéndum, un juicio de estas características puede quedarse al margen? No. No va a suceder y esto va a suponer una dificultad añadida para unos y para otros. No sólo perjudicará y pondrá en aprietos al presidente del tribunal, para el que éste será su primer macrojuicio y uno de sus pocos juicios, y que además no es un experto en comunicación de redes ni en los efectos adversos de estas, sino también a las diversas partes, incluso a aquellas que sí contemplen este nuevo escenario.
¿Ha sido contemplado alguna vez un secretario general de un partido político en estrados acusando con toga a otros políticos?
¿Cómo se va a impedir que en lejanas cuentas se extraigan frases del líder de Vox, por ejemplo, obviando el contexto o se hagan montajes o, en definitiva, que se construyan fake news y se difundan de forma piramidal como se viene haciendo con otras mentiras para manipular las emociones? O de las respuestas de los testigos. ¿Tiene alguna capacidad legal el tribunal para acabar con ello? Va a ser que no. Las normas para la emisión en directo de juicios que se utilizan en el CGPJ, y que están en vigor desde el que la doctrina constitucional recogida en las sentencias 56 y 57/2004 y 159/2005 se plasmaran en un Protocolo de Comunicación y en el Reglamento de Aspectos Accesorios de las Actuaciones Judiciales, siempre han intentado evitar los problemas que para los derechos fundamentales y las garantías procesales se podrían derivar de la difusión de la imagen. Por este motivo, la señal de televisión la obtendrá un solo operador, que seguirá las instrucciones dictadas por el tribunal en un auto, y que la cederá gratuitamente a todos los demás medios. De este modo se intenta evitar que se hagan planos sensacionalistas o se recojan las partes que está vedado dar. ¿Esto evitará los problemas de la era de las fake news virales o de los memes? ¿Qué pasará cuando se produzcan conflictos extra vista en las redes sociales entre partes y éstas los trasladen a las sesiones? ¿Creen que Twitter y Facebook y sus batallas no van a estar presentes en la solemne y caduca sala de vistas del Tribunal Supremo? ¿Tendrá Maldito Bulo que crear una cuenta denominada Maldito Juicio para desmentir las manipulaciones que los que basan su comunicación en ellas vayan a hacer?
Todo este campo es una selva por explorar. Más allá de los problemas propios y legales del procedimiento, que yo he denunciado en múltiples ocasiones, existe toda una realidad comunicacional y política que va a desplegarse y que no es del XIX, ni siquiera del XX, sino de la explosión del XXI que aún no alcanzamos a explicar ni, desde luego, a controlar. A partir de estas sesiones va a haber mucho que analizar sobre la posibilidad real de un tribunal de tener control sobre las derivadas de su procedimiento, sobre los derechos de los justiciables o sobre la utilización espuria que fuerzas con claro interés electoral, como la acusación de ultraderecha, puedan hacer del contenido de las sesiones. También de cómo incida esto en la opinión pública nacional o internacional y de cómo contraste ésta con el fallo de la sentencia.
Lo del 11-M se va a quedar en un juego de niños y todo lo que suceda en este campo tendrá también su peso de cara a mostrar en Europa cuál ha sido la protección de los principios democráticos y de los derechos fundamentales que ha tenido lugar. Los estallidos de las redes están fuera del procedimiento pero estallarán sus bombas de mierda y fango en plena sala de vistas.
Políticos acusando a políticos en una sala de vistas bajo la mirada atenta de un presidente que aspira también a ser la máxima figura del Tercer Poder. En el mundo de la máquina del fango. Un juicio en los tiempos del odio. Lo que nunca hemos experimentado.