Todo empieza a parecer escandaloso cuando una sentencia corta el cauce usual de los conflictos de opinión. Razón por la que, en cuestiones tales, mirando por la verdadera salud del Estado, una mediana decisión política es preferible a la sentencia de veinticinco licurgos.

Manuel Azaña. Mi rebelión en Barcelona

Muchos de ustedes saben que habitualmente, entre otros quehaceres, me desempeño mal que bien como desentrañadora de arcanos judiciales, explicadora de procedimientos, interpretadora de gestos y técnicas. El arranque del que no deja de ser publicitado como el juicio más importante de la historia ―no se sabe bien si de España, de Catalunya, de la democracia o de los arcanos del tiempo― debería de ser un campo abonado para que yo les acompañara con mis artes a descubrir las sendas visibles y ocultas de la vista oral que ayer se inició en las Salesas. No crean que no voy a intentarlo, pero confesaré que lo hago desde la frustración de no haber podido dar lustre a mis saberes ni lucimiento a mis interpretaciones durante toda la jornada que pasé trabajando con ese fin con varios medios nacionales. Podía haber sabido más o menos sobre la materia que nos ocupa. Hubiera sido lo mismo. Apenas fue posible intentar explicar a la audiencia algo tan sencillo, inocuo y técnico como qué se dirime en el juicio y qué es lo que las defensas reclamaban durante toda una jornada en la que, en Madrid y el resto de España, apenas se les pudo ver como fondo de una profusa información sobre el juicio que se producía... fuera del mismo. Parecía regir el principio de que era una jornada aburrida y de trámite en espera de la verdadera traca que se producirá hoy por la tarde o como mucho mañana por la mañana cuando se someta a interrogatorio el primero de los acusados, Oriol Jjjjjjjunqueras. ¿Sólo a mi me dolió en el tímpano esa pronunciación incorrecta de la letrada de la Administración de Justicia ―¡coñe, la secretaria judicial no ha visto nunca un telediario!― una y otra vez? ¿Que esa letra jota que en catalán, euskera o francés perdió su sonido rudo, agreste y primitivo, casi visceral, que tiene en castellano resonara saliendo de la garganta profunda de la jjjjjusticia una y otra vez?

Lo cierto es que hubiera sido interesante que alguien conociera qué vulneraciones de derechos fundamentales se denuncian, ahora sí en el foro idóneo, para poder evaluar qué y cómo decide mañana el tribunal. Trabajos de ley perdidos. No hubo forma. Tampoco ayudaron, es verdad, las actuaciones de los letrados. Ahora déjenme que haga lo que sé. Es evidente que se sustanciaron en sala dos vías de defensa diferentes, una puramente técnica ―esa que dice: esto es un juicio y lo acepto como tal y me ciño a las normas― y otra que intenta reflejar la injusticia que supone que se haya construido un relato acusatorio ad hoc y que éste haya resistido toda una instrucción no sólo sin moverse sino incluso creciendo y asentándose como una ola. En mi opinión ninguna de las dos posiciones terminó ayer de encontrar su línea adecuada en sala. Los exclusivamente técnicos porque no pueden pretender obviar la naturaleza de este proceso, televisado en directo, y porque deberían de intentar transmitir esas mismas cuestiones sin aburrir a las ovejas o nadie, tal vez ni el tribunal ―ya saben esa vieja anécdota de magistrados sobre el interés de las intervenciones: “este letrado me ha despertado ya tres veces”―, terminará por escucharles. Ya oirán a Zaragoza o a cualquiera de los que los franceses llaman ténor du barreau. Por otra parte, los abogados que han optado por la defensa más política, tampoco deberían olvidar que están en una sala de vistas. Quizá arrancar diciéndole a los jueces que han de dirimir sobre tus pretensiones que se comporten como tales y no como salvapatrias sea demasiado agreste. Tipo como la jota, ya saben.

No conseguí que en esta estepa castellana se comprendiera hasta qué punto es obscenamente revelador que Casado y una cuenta oficial del Partido Popular afirmen: “si están ahí sentados es por el PP”. A ver cómo lo explican en Estrasburgo

Voy a confesarles también que en los pasillos y los mentideros y los corrillos de periodistas ayer en Madrid, sobre todo por la tarde, se hablaba más de la fecha de la eventual convocatoria de las elecciones generales que del juicio. Cierto que también tiene que ver con los líderes políticos catalanes, esta vez con los que están en activo, pero esa posibilidad, esa noticia aún en ciernes, ese deseo para algunos, capitalizó las atenciones.

Nada es ya ajeno a nada. Los triángulos se cuadrangulan. Juicio penal, juicio paralelo, presupuestos, convocatoria de elecciones, su influencia sobre el juicio, la influencia del juicio en el resultado. ¿Ustedes creen que hay que ser especialista en tribunales para ilustrarles de todo esto? Ni de esto ni de nada. Llevo meses explicando que la querella del finado Maza, la que convirtió en rebelión unos hechos a través de un relato que para una de mis novelas quisiera, fue la que Rajoy quiso para ocultarse tras los ropones. Eso me ha costado muchas invectivas. Pero la verdad no es ya la que intentas iluminar sino la que se escapa en un ataque de cuernos. Sólo en una de estas supimos cómo el PP consideraba que Marchena les podía controlar los asuntos y velar por sus intereses por la puerta de atrás y sólo en otro hemos visto reconocer al imberbe y temerario líder de los populares que fueron ellos, sólo ellos, los que llevaron a los líderes políticos catalanes ante el Tribunal Supremo y los sentaron en el banquillo. Cuernos de Vox. Ni siquiera conseguí ayer que en esta estepa castellana se comprendiera hasta qué punto es obscenamente revelador que Casado y una cuenta oficial del Partido Popular afirmen: “si están ahí sentados es por el PP”. A ver cómo lo explican en Estrasburgo.

No ha sido una crónica judicial, lo sé. Nada es como debería ser. Ni el juicio paralelo que es casi el juicio principal en esta lucha de relatos. Tiempo habrá, si ERC, el PDeCAT y Sánchez no obligan a Marchena a suspender el juicio, pero esa es otra historia y tengo más columnas por escribir.