“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante”

Agatha Christie

En Pontevedra aún pelean por quién debe pagar la restauración del magnífico Pazo de Lourizán, un bestial palacete modernista de influencia francesa que fue propiedad de Eugenio Montero, el ministro de Gracia y Justicia bajo cuyo mandato se promulgó la ley del indulto que con muy pocos retoques ha llegado vigente hasta nuestros días. En ese pazo la historia se concitó más de una vez, pero sobre todo lo hizo para acoger las negociaciones del Tratado de París (1898) por el que España cedió definitivamente Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam.

Bajo los enormes árboles que rodean el pazo se encuentra una mesa de granito de más de seis metros de losa fría, traída especialmente desde la isla de Tambo. Cuando los turistas que recorren los jardines se sientan en ella, para ver cómo se sintieron los miembros de las delegaciones que allí bregaron, se dan cuenta de que la mesa tiene un defecto: es extremadamente baja, tan baja que resulta muy difícil permanecer sentado sin entumecerse. No es tal fallo constructivo sino una añagaza de Eugenio Montero, hombre de baja estatura, que dicen la hizo construir así para que en las largas negociaciones los adversarios estuvieran deseando llegar a un acuerdo… para levantarse de ella de una vez. Así se las gastaba el ministro que promulgó la ley del indulto y que en su exposición de motivos hizo escribir: “Los reos de los delitos de sedición y rebelión podrán ser indultados aunque se hallaran en tales circunstancias (se refiere a en rebeldía, reincidentes o sin sentencia firme). La naturaleza de los delitos de esta clase (…) y aún altas consideraciones de gobierno, demuestran la necesidad de esta excepción”. Pareciera que Montero y su tiempo miran desde un rincón del pazo a Sánchez, porque él bien sabía y bien dejó escrito que en ciertas ocasiones la política debe abrirse paso con facilidad por encima de las sentencias.

Más allá de otras consideraciones, a mí ha empezado a darme cierto miedo que por amarrar o no arriesgar o pensar que así incomodarán menos al Tribunal Supremo, el Gobierno termine por hacer cosas técnicamente dudosas y que potencialmente puedan acarrear situaciones totalmente contrarias a las que ellos desean. No en vano alardean de que se está ocupando en persona el ministro Campo, al que dicen experto en la materia, y cuya pericia más de uno de los verdaderamente expertos acoge con una sonrisita. Hablo en concreto de la nueva y proclamada característica de los indultos anunciados: los indultos reversibles.

Hay un problema claro de legalidad en la cacareada condición de la reversibilidad, entre otras cosas, porque, según la ley, un indulto es irrevocable

Un indulto no es un chaleco, no parece que admita tal reversibilidad: ora te lo pones de un color ora te lo pones de otro. Hay un problema claro de legalidad en la cacareada condición de la reversibilidad, entre otras cosas, porque, según la ley, un indulto es irrevocable. El propio artículo 18 de la ley de nuestro amigo del pazo dice: “La concesión de un indulto es, por su naturaleza, irrevocable con arreglo a las cláusulas con las que hubiera sido otorgado” y en esa extraña paráfrasis entiendo que querrán encajar la condición, porque el indulto puede ser condicionado, pero, atención, previamente. Efectivamente se pueden poner condiciones a cumplir antes de recibirlo, cuyo cumplimiento comprueba el tribunal sentenciador, pero una vez concedido es irrevocable. Es muy lógico, el Gobierno no puede tener el poder de amenazarte con una pena como pretenden. Tiene derecho de darte la gracia, pero no la desgracia, por decirlo en román paladino. El charco en el que parece que quieren meterse es grande.

Pero es que tal chapuza es, sobre todo, un dogal en el cuello de este gobierno y de otros que pudieran venir, porque le concede un poder desmesurado a los políticos indepes indultados y eso creo que no les conviene bajo ningún concepto. Les daría el poder de obligar al Gobierno a meterlos en prisión. Al Gobierno sin poder esconderse bajo ninguna toga o tribunal.

Lo explico con un ejemplo. En 1993 la insumisión se había convertido en una patata caliente y al gobierno de Felipe no le interesaba la foto de los insumisos entrando en prisión, pero tampoco querían meterse en el charco de abolir el delito, así que hicieron una envolvente: comenzaron a dar terceros grados a toda mecha y hasta hicieron una mini-reforma para poder dárselos a los insumisos de forma casi inmediata. ¿Saben cuál fue el resultado? Pues que los insumisos comenzaron a celebrar lo que llamaban “fiestas de quebrantamiento del tercer grado”. Vamos, que invitaban amigos y avisaban a la prensa para que se comprobara que lo rompían y, entonces, obligaban AL GOBIERNO, no a los jueces que les habían condenado, a meterlos de nuevo en prisión, escenificando la represión.

Esos indultos de chaleco podrían dar ese mismo poder político a los indultados. Imagínense el pollo. Imagínense también a la oposición clamando a cada paso: “¡Revoque, señor Sánchez, eso es reincidencia!". O esos titulares internacionales: “El gobierno español encarcela a los políticos independentistas catalanes”. Convengamos en que harían un pan como unas tortas.

La concesión de los indultos y la reforma del delito de sedición que serviría para cambiar la situación de Puigdemont no van a ser jamás aplaudidas por las derechas ni por los militantes de la zona centrista del propio PSOE, tampoco lo van a ser por los sectores más montaraces del independentismo

A menos que piensen que si se produjera la reincidencia y hubiera que revertirlos, fuera el Supremo el que los revocara retorciendo el artículo 17 de la ley del indulto hasta lo imposible y más, ¿va el judicial a revocar un indulto por el que el ejecutivo revocó su sentencia? ¡Uyy, uyy, huele a ley chamuscada, ministro Campo! Lo peor es que es una cláusula que habla de poca confianza, pero, sobre todo, de una especie de salvaguarda absurda. Una vez que vas a tomar una decisión, ¡tómala!, no andes puñeteando con experimentos por ver si conformas a quién nunca se va a dar por satisfecho.

Respecto a la eventual anulación por parte de la sala III del Supremo del indulto, se han escrito muchas sandeces. En primer lugar, porque, según la sentencia de pleno de esa sala de 3 de marzo del 2014, los partidos políticos no tienen legitimación activa para plantear procedimientos en asuntos que no les atañan directamente. No vale con que afecten a sus programas o idearios. Eso rige tanto para el PP como para Vox. Tendrían que hacerse una interpretación completamente ad hoc para poder legitimar a ninguno de los dos. El hecho de que Vox fuera acusación popular en un procedimiento penal no le abre tampoco las puertas a tal legitimación. En resumen, o el Supremo se hace un viraje descaradísimo de su doctrina plenamente aceptada o nadie llevará el indulto a los tribunales, porque ni la Fiscalía ni la Abogacía del Estado lo harían y no creo que los políticos indultados ―ellos sí, con clara legitimación― cuenten en ese cálculo.

El Gobierno actual tiene derecho a ensayar su propia política con Catalunya. La de Rajoy tuvo unos resultados que aún colean, pero las cosas pueden probar a hacerse de distintos modos, sobre todo si se quieren obtener diferentes resultados. Para ello nadie debe olvidar que de una mesa de diálogo, aunque sea más cómoda que la del ministro de Gracia y Justicia de 1898, nadie sale satisfecho y que esa es la garantía de que lo acordado no es totalmente injusto para nadie.  

Eso precisa de ser políticamente valiente y técnicamente preciso. No tiene ningún sentido hacer concesiones a los sectores que no van a apoyar tal paso, hagas las fintas que hagas. La concesión de los indultos y la reforma del delito de sedición ―que serviría para cambiar la situación de Puigdemont― no van a ser jamás aplaudidas por las derechas ni por los militantes de la zona centrista del propio PSOE, tampoco lo van a ser por los sectores más montaraces del independentismo. Aún así, si tu apuesta política es esa, debes llevarla a efecto asumiendo que puede tener consecuencias.

Y sin darle la vuelta al chaleco ni cambiarte de chaqueta.