“Las democracias han triunfado siempre y siempre triunfarán. Para eso hay que nutrir la fe democrática y no destruirla”. Victor Basch

On ne saurait faire d’omelette sans casser des oeufs. No podemos hacer tortillas sin romper huevos. La expresión, traducida universalmente desde 1740, está documentada por el Diccionario de Oxford en la Francia revolucionaria y atribuida originariamente a François de Charette con cita literaria hallada en primer lugar en las obras de Balzac. Ha sido atribuida después a uno u otro dictador, que pudo haberla utilizado para justificar los ahora llamados “daños colaterales” de sus injustas decisiones, pero no deja de reflejar una verdad atemporal: raramente en la historia humana se pueden conseguir resultados, por muy loables que sean, sin provocar a la vez daños, disfunciones, anomalías o simplemente cambios de los que se desconocen los efectos en el futuro.

Y aquí estamos. Sumidos en el desconcierto de un recodo de la historia que creíamos rebasado. Compadecidos de esos europeos cuya vida vemos destrozarse en cada pantalla, y unidos al esfuerzo común de las democracias occidentales para no permitir que un país de régimen autoritario pretenda que puede atropellar la legislación internacional y vulnerar cualquier norma y tratado para obtener impunemente lo que sea que desea. Hasta ahí hay muy poca disensión en la opinión pública europea. Algo que ni el sátrapa pensaba, ocupado como ha estado en observar qué fácil era levantar bandos irreconciliables en todo el mapa del Risk occidental. El problema viene cuando para ayudar al pueblo ucraniano, para frenar el expansionismo injusto de Putin, para devolver la calma y la paz que todos deseamos y para defender los valores de la democracia, los derechos humanos y la libertad, nos damos cuenta de que algo hay que sufrir. Vamos a sufrirlo lo veamos o no. Macron ha sido bastante más valiente que Sánchez al comunicarlo a los franceses. Hasta Biden ha sido más descarnado con los americanos, pero no va a ser distinto para el resto de los aliados.

Tenemos claro lo que queremos casi todos, pero no creo que sea unánime la respuesta cuando lo que te preguntan es qué huevos te van a cascar a ti en concreto. ¿Qué huevos te rompemos, ciudadano europeo? Nadie habla de que nos estallen el techo de nuestro hogar o de que nos destrocen el hospital o el colegio de los niños. No, no se trata de eso y sin embargo hay amplios sectores, sobre todo de la izquierda de la izquierda, que no están dispuestos a plantearse que todo no puede ser. Esos que lo dicen y otras amplias capas de la población, también liberales, que aún no lo han verbalizado. No somos niños o, al menos, todos no lo somos. No a la guerra. No al incremento del gasto militar. No a la OTAN. Autosuficiencia energética pero sólo con energías renovables. Justicia social e igualdad, calor y luz para todos. No al fracking. No a la minería. No a la dependencia de las materias primas. Sí a los móviles. Sí a los coches eléctricos. No a los combustibles fósiles. Sí a los findes y sí a los viajes low-cost. Sí a blindar el estado del bienestar, no a defender la estructura política y económica que lo sustenta.

Es la primera vez en muchas décadas que tenemos que hacer frente a un reto geopolítico de tamaña importancia y no hay modo de que no genere un sacrificio de los países y también de los individuos con el que no contábamos

¿Qué huevos te rompemos? Alguno tiene que ser. Si no queremos que la OTAN sea nuestro paraguas protector y depender de la disuasión militar de los norteamericanos, tenemos que seguir avanzando en la idea de la Defensa Europea y para eso es imprescindible que las inversiones de los estados europeos no sean irregulares y la aportación ridícula. La cifra necesaria para alcanzar el 2% anunciado por el presidente Sánchez es el equivalente a la recaudación anual del impuesto de sociedades, pero es que Rusia, con una economía intermedia entre la española y la italiana, dedica un 4,26 % de su PIB y triplica el porcentaje de inversión europea. ¿Es posible en esas circunstancias coger la pancarta de la OTAN no y oponerse al aumento del esfuerzo defensivo? No hay libertad sin paz y no hay paz si no eres capaz de mantenerla. La realpolitik no engaña: nunca puedes estar seguro de que el de al lado no romperá las normas. Acaba de suceder. Rusia le aseguró a Ucrania en los acuerdos de Budapest que si entregaba el armamento nuclear, respetaría su seguridad y su integridad.

¿Qué huevos te rompemos, ciudadano europeo? ¿Estás con Ana Patricia a 17 grados o prefieres poder seguir viviendo a una temperatura más agradable que la que propugnan los ricos de casa? Si se dispara el precio del gas, de la electricidad y de los combustibles fósiles y nos son necesarios, ¿cómo hacemos? Podemos sustituir los envíos de Rusia por gas norteafricano, pero sigue siendo una dependencia de vecinos inestables. Podemos traer parte de gas americano, procedente del fracking que nosotros no queremos ver en nuestro suelo. ¿Es posible no plantearse, como han hecho otros países, un recurso a la energía nuclear, siquiera sea de forma transitoria? Yo no soy partidaria a priori de la energía nuclear, muchos de ustedes seguro que tampoco, pero ¿estamos dispuestos a reposicionarnos, a reflexionar, llegados a este punto de la historia? Hace un par de meses, circulaba por Madrid gente internacional que apostaba por la tecnología para las microcentrales, los small modular reactors (SMR), que va a implementar Macron. Me pareció un negocio muy propio de lobby, pero ¿y ahora?, ¿cambiamos nuestro modo de vida de una forma drástica y desigual o buscamos energía para todos? ¿Bajamos impuestos de los combustibles y, a la vez, incrementamos el gasto de defensa? La valentía a lo mejor va a pasar por pensar sin marcos prefijados.

Es la primera vez en muchas décadas que tenemos que hacer frente a un reto geopolítico de tamaña importancia y no hay modo de que no genere un sacrificio de los países y también de los individuos con el que no contábamos y que llega, no por casualidad, justo cuando colea una pandemia natural que tampoco pensábamos tener que vivir. En este caso, y casi más que en el de la covid, el planteamiento no puede ser de miras cortas ni provinciano. Más Europa es la única salida para este laberinto que atenta directamente contra nuestro sistema de vida. Los pueblos de Europa deben dar una única respuesta y asumir, de forma común, los sacrificios que de ello se deriven. Eso no es belicismo sino pragmatismo. Debemos animar a nuestros políticos a que ponderen las soluciones con una sensatez que nosotros votantes estaremos dispuestos a comprender.

Las democracias occidentales se han convertido en una forma superior de gobierno, la más ansiada, precisamente porque han sido capaces de redistribuir y de igualar, a través del estado del bienestar, y en gran medida eso es lo que debemos estar dispuestos a defender, ¿con qué huevos? O los cascamos nosotros pronto o nos los van a reventar sin preguntar.