“Salir de fiesta y no beber es como ir de romería y no rezar”

Enrique Bunbury

No sé si Le Carré es adecuado para leer al sol. Pertinentemente inteligente, pero en ocasiones demasiado complejo para libros que uno deja para ir a la orilla o abandona en la siesta y retoma cuando le apetece. Por si acaso, tenemos nuestra propia película de espías mediterránea.

Una nueva modalidad de empleo coronavírica. En la prensa francesa se ha hablado mucho de ello y se han deleitado en publicitar el perfil que se busca para este nuevo desempeño. Se trata del detective covid o el fiestero infiltrado y consiste en contratar a jóvenes detectives para impedir las fiestas ilegales. Una idea balear con muchas aristas. Su misión sería infiltrarse entre los invitados antes de que las fiestas comiencen para poder avisar a la policía y que ésta las desaloje a tiempo. No es broma. El jefe de prensa del ayuntamiento ibicenco lo ha contado con pelos y señales. Tantas señales que ya sabemos cómo serán estos espías que llegaron con el calor: jóvenes, con pinta de extranjeros, de entre 30 y 40 años y “con alto poder adquisitivo”, tal y como le han encargado ya a una agencia de detectives que busque para el mes de agosto. No se pregunten si cuando tienes esa edad y ese poder adquisitivo estás para ir a Ibiza a trabajar de chivato. Eso puede que no se lo hayan planteado. Tampoco que aireando los términos de la búsqueda toda la peña de esa edad con aires sospechosos va a ser baneada de cualquier evento lúdico-festivo.

Tur, el jefe de prensa ibicenco, les ha dicho a los periodistas franceses que las fiestas ilegales “son organizadas por verdaderas mafias” que “hacen pagar hasta 100€ por la entrada”. ¡Toma ya exclusividad! Dicen que tienen ya varios candidatos a fiesteros infiltrados llegados de varios países de Europa, pero que la isla “no utilizará sino a profesionales” de la delación fiestera. Esto es un no parar. Le Carré y el fiestero ibicenco. Los servicios secretos creciendo en el Mediterráneo. En el fondo el problema de nuestro esquema de vida y el de los crecientes sectores económicos que ahora viven de lo que en otro tiempo fue pura bohemia y pura improvisación.

El bicho es como es y se transmite como se transmite. Ni el CNI de la juerga ni los virólogos musicales van a impedir que algunas actividades resulten especialmente peligrosas

También hay movida con los contagios de los festivales musicales en Catalunya. Me van a perdonar, pero cuando aquellos “experimentos” controlados con Love of Lesbian o quien fuera, ya me descolgué diciendo que una cosa son los conciertos monitorizados y de exhibición pandémica ―todos tan monos con su mascarilla y quietitos y sentaditos y con su test hecho― que un concierto o una fiesta en su verdadera salsa. En las fiestas, en los conciertos se desfasa. ¡Qué narices, se va a desfasar! Así que nadie puede extrañarse si la Generalitat hable de más de 2.200 contagios en los festivales de verano. ¿Qué pensaban? ¿Que la peña iba a ir de festival o de fiesta con un rosario y una botella de agua para respetar las medidas? Hay que ser muy ingenuo.

Las cosas son como son y decirlas no es criminalizar a nadie. ¡Qué gracia me hace eso de la criminalización! Cada sector cuyo desarrollo ha sido incompatible con las medidas de profilaxis se ha declarado “criminalizado” por las alertas de los científicos y las medidas tomadas por los gobernantes. Que los sitios donde uno se amogollona son los más peligrosos en pandemia y que, ¡qué le vamos a hacer!, eso sucede hoy día más en festivales, fiestas y discotecas que en retiros e iglesias. Que si dice Salut que el número de contagios en los festivales fue más de un 58% superior al de otros ámbitos, no hay que volverse loco para creerles. “Las medidas de protección no se siguieron correctamente por parte de todos los asistentes”, ha dicho la Generalitat y sin necesidad de festivaleros infiltrados. ¡Quién iba a imaginar que con priva y marcha y nocturnidad todos guardaran la FFP2! Se indignan por el “daño al sector” los responsables, en lugar de indignarse por la cantidad de peña que es capaz de saber que está contagiada y acudir aún así a un evento masivo, ni porque se pasaran por el forro las medidas de protección y no pudieran controlarlos. Tal vez el festivalero infiltrado hubiera sido una solución. Hubiera podido ir radiando: “¡Eco, charlie, aquí una pareja sin mascarilla que se magrea!”. O bien: “¡Atentos, sector norte se viene arriba y sin mascarilla ni distancia se mete a bailar en ausencia de protocolo covid!”.

El bicho es como es y se transmite como se transmite. Ni el CNI de la juerga ni los virólogos musicales van a impedir que algunas actividades resulten especialmente peligrosas. Hubiera sido mejor, desde el principio, haber dado ayudas para que aguantaran económicamente hasta que esto pase. Pero siempre queremos estar en misa y repicando y en el cuidado de las UCI y en el de las fiestas. Casi siempre es imposible.

Eso sí, como oferta laboral no deja de tener su morbo. Aún están a tiempo, si cumplen con los requisitos, de hacerse un agosto ibicenco de gafa oscura y gabardina… sin nada debajo, por supuesto.

Fiestero de guardia. Un oficio en auge.