¡Ufffff! Una sensación de alivio ha invadido la península. La respiración contenida que durante todos estos días habían mantenido mujeres y hombres de todos los territorios del Estado ante la amenaza de que la ultraderecha llegara al poder con un trifachito que nos hiciera retroceder en el tiempo y en derechos y libertades, ha cedido para dejar paso a un suspiro y una sonrisa. Creo que esa ha sido la sensación mayoritaria de más de diez millones de personas en esta noche electoral. No es, desde luego, un alivio total. La evidencia de que hay más de dos millones de personas en España que han dado su respaldo a un partido xenófobo, racista, homófobo y antifeminista no deja de acompañarnos. Pusieron el techo tan alto, se sobraron tanto, hincharon tanto el pecho descamisado que ahora hasta nos parece un triunfo que se hayan quedado en los 24 escaños pero entre el 0 y el 24 hay todo un mundo de inquietud y de riesgo democrático que se han instalado en el Congreso.

Ese alivio del que hablaba, la imposibilidad de que se forme un gobierno de derechas, ha ido acompañada durante todo el recuento en los despachos, en las redacciones, en los domicilios del conteo arriba y abajo que asegurara o no un gobierno progresista que no necesitara a los nacionalistas catalanes. En Madrid esta noche era una prioridad soslayar esa dependencia para que la mágica cifra del 176 fuera conjurada. Cálculos y más cálculos sumando las cifras de los socialistas y Podemos con las confluencias, con Compromis, con el PNV, hasta con el escaño bailante de Coalición por Melilla, con Revilla, todo antes de tener que contar con los votos de ERC o de JxCat. Esa era la sensación reinante aunque, finalmente, es posible que sean necesarias las abstenciones. No precisar siquiera la abstención de los catalanes es la idea que mantiene en vilo a los pactómetros.

No es un alivio total: la evidencia de que hay más de dos millones de personas en España que han dado su respaldo a un partido xenófobo, racista, homófobo y antifeminista no deja de acompañarnos

La suma que sí da mayoría absoluta es la del PSOE y Ciudadanos y eso, eso es algo que los que gustan de hablar en nombre de las fuerzas vivas, del dinero, del poder fáctico, no han dejado de reseñar durante todo el recuento. Las circunstancias no apuntan a que sea posible pero algunos piensan que no faltarán algunas presiones tanteando a Sánchez para que lo intente. Salvo porque, además de condicionantes políticos y de otras elecciones a la vuelta de la esquina, Rivera y Sánchez siguen sin hablarse tan siquiera. Difícil viaje para los poderes fácticos. La postura ante el problema catalán de los naranjas es tan inasumible para los socialistas que tal eventualidad parece completamente descartada. Rivera aprovechó anoche para salir al balcón a la vez que Sánchez lo hacía en Ferraz, rompiendo todas las normas no escritas, para dejar bien claro que él también es un ganador en estos comicios tras el batacazo del PP. Claro que Casado también rompió ese protocolo. Y él, el no podía hacerlo para reivindicar nada quizá tan solo para esconderse tras los gritos de Ferraz en las palabras más difíciles que hasta ahora ha tenido que pronunciar.

Porque no por dejarlo para el final es más suave el tortazo, la galleta, la debacle del que ha sido el principal partido de la derecha durante décadas. Un partido se deja los porcentajes de voto, los feudos, los escaños con los chorros de una sangría sólo comparable al volumen de los despropósitos que han acompañado la campaña de los chicos del nuevo PP. Un partido que desaparece del País Vasco, que ha perdido su feudo gallego a manos del PSOE y que en Catalunya ha dejado todos los pelos en la gatera al salir, quedando como único testigo de su ruina la marquesa de CAT. El Partido Popular tiene ante sí un difícil arreglo que, a la vista de las salidas y fugas de cuadros incluso antes de las elecciones, bien podría acabar en una ucedización diferida cuando se pierda el poder territorial. ¿Quién les mandó los mariachis a cantarles “Llorar y llorar”?

Es obvio que nos asomamos a un nuevo tiempo. La quiebra de los populares y la evidencia de la existencia de una amplia mayoría porcentual de votantes progresistas en el nuevo Congreso hará que pueda sin duda avanzarse por rutas distintas a la confrontación, la venganza y la represión. Mucho me alegra pensar que los 24 diputados de Vox van a tragar sapos de libertad, de diálogo, de feminismo, de progresismo y de pluralidad en un Parlamento que comparte un sesgo mayoritario de futuro.