“Cuanto peor, mejor para todos y cuanto peor para todos mejor...”

Mariano Rajoy

La cuestión catalana es, sin lugar a dudas, la cuestión que ahora mismo mediatiza todos los procesos políticos españoles. El lunes quedó meridianamente claro. No sólo porque el jefe del Estado tenía la necesidad de dejar clara la presencia de la Corona en todo el territorio ―como ya hiciera Sánchez con su Consejo de Ministros―, sino también que las elecciones del domingo se van a votar en clave catalana. No se ponen de acuerdo los expertos en cuántos votantes son capaces de desplazarse aún entre bloques ideológicos, pero sí quedó muy claro que la gradación y la cualidad de las respuestas ante el problema catalán son decisivas a la hora de conseguir los movimientos tanto internos en los bloques como entre ellos.

En este campo las cosas no han ido a mejor sino a peor. Es evidente que las posturas coercitivas son las que más adeptos tienen entre los españoles. De no ser así no habría una pelea por alinearse con la mano dura que abarca desde el viaje de los socialistas a la penalización del referéndum, sólo frenado por la mano de Iceta, a las suspensiones autonómicas, las intervenciones, las detenciones ilegales ordenadas desde el poder político y hasta la anulación global del Estado de las Autonomías sobre el que se asienta la Constitución Española, que propuso sin descomponerse la ultraderecha. A peor. La postura de Pablo Iglesias es la más lógica, la más aceptable desde un punto de vista intelectual y político, pero la que menos vende y la que más riesgo supone y él lo sabe. Es posible que el independentismo catalán esté olvidando la fuerza que a su vez ejercen los millones de votantes que cada vez están menos dispuestos a que les hablen de diálogo y de cesiones. Están ahí y otorgan el poder. Tensar la cuerda implica tensar no sólo a los resortes del Estado o a los gobernantes sino tensar toda la cadena que termina en millones de personas para las que la causa catalana no tiene ya ninguna simpatía, que están ya muy hartos y que sólo piden que esto se acabe de una vez por todas y no piden que se haga, precisamente, con una solución a la canadiense.

El problema catalán está llevando el eje de la intolerancia hacia extremos a los que nunca llegó ni con el terrorismo vasco

Hay quien defiende que cuanto más incomprensión se genera, más animadversión, más sentimiento de que toda esta cuestión impide que los gobernantes se centren en los problemas reales, mejor irá a la causa catalanista. Yo no lo creo. Lo cierto es que el domingo millones de personas van a votar contra el independentismo catalán en diversos grados. Contra el independentismo desde el fascismo centralista o contra el independentismo desde la izquierda internacionalista. Lo cierto es que el problema catalán está llevando el eje de la intolerancia hacia extremos a los que nunca llegó ni con el terrorismo vasco. La frase de Abascal al portavoz del PNV, “como podamos, os ilegalizamos”, nunca había sido pronunciada con tal soltura, con tan poco escándalo, con tanta frivolidad y tanta normalidad en toda la democracia. Yo no creo que nadie pueda pensar que la involución española pueda resolverse en la libertad de los catalanes y si alguien lo analiza así, se equivoca.

Tras el debate del lunes y las últimas encuestas que arrojan una subida muy importante de Vox, algunos trackings de partidos hablan incluso de cerca de 50 escaños, la gobernabilidad se diluye como un azucarillo. La gran esperanza del PSOE no es, como ya dejó claro Sánchez en el debate, pactar con Iglesias y con ERC. Esa puerta creo que se ha cerrado desde instancias a las que es difícil hacerles manifestaciones o ponerles barricadas porque, ellos sí, se han secesionado de la sociedad hace mucho tiempo. En todos los corrillos madrileños se murmura con la certera posibilidad, de que la cuestión catalana llevaría al final al PP, en segunda votación, a una “abstención patriótica”, similar a la de Díaz que tanto denostó Sánchez, para permitir a los socialistas gobernar en solitario y “sin hipotecas” soberanistas. Esta posibilidad, que no dudo de que se plasmará si la distancia del PSOE es evidente y si el PP tiene la fuerza parlamentaria para hacerlo, podría verse amenazada si Vox debilitara demasiado a los populares.

La cosa no pinta bien y no augura un gobierno largo. No podrá haberlo al menos hasta que las elecciones catalanas clarifiquen las posturas y, como esperan en Madrid, cambien los rostros hasta permitir cambios sutiles de rumbo sin que sufra la demoscopia. Nadie cuenta con que la tensión baje ni el diálogo se instale ni haya gesto alguno mientras los rostros de los partidos catalanes no sean diferentes a los que encabezaron el procés.

Así que así andamos. Los españoles a votar sobre Catalunya el domingo y los partidos catalanes haciendo una precampaña de estas elecciones. Nada quedará cerrado hasta las próximas elecciones catalanas, cuya fecha está por decidir o por ser decidida por los acontecimientos.

Cuanto peor, peor para todos.

Sigo siendo de los estúpidos que piden la paz y la palabra.