Los hombres y los reyes deben juzgarse por su actuación en los momentos críticos de sus vidas”. Winston Churchill

Es caer muy bajo decir que te largas al declararse una pandemia y esperar a decir que vuelves a que se declare una guerra. Demasiado burdo para la Jefatura del Estado y con poco estilo hasta para la Casa de Borbón. Ese truco de ocultarse tras una cortina de humo no es propio de gente regia. Esconderse no tiene clase. Está reservado a asesores de chichinabo, ni siquiera a los grandes gurús que hacen gala de más sofisticación. No han estado a la altura o no lo han querido estar.

Y ustedes y yo, y todos, de espectadores o de voyeurs. Hay que tener en cuenta que nos han dado a leer una carta entre padre e hijo, que es una forma moderna y respetuosa de dirigirte a la opinión pública de un país democrático o a sus instituciones. Lo que sabemos lo sabemos por un conducto que no nos está destinado. Ellos se cartean y lo que deben llamar su pueblo se pliega a su correspondencia. Recibida la carta del padre el viernes, nos la hicieron llegar el lunes al filo de las veinte horas. Demasiado tarde para los programas vespertinos, muy aturullado para los informativos y los periódicos en el cierre y, después, a dejar que las urgencias del martes ―corredores, conversaciones, boicot al petróleo ruso, lo que sea― te aparten de las temidas aperturas. De una elegancia manifiesta.

Una vez que atravesamos la cortina de humo y nos dedicamos a cotillear la correspondencia paterno-filial, nos encontramos lo que nos encontramos. El rey emérito de España “guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a España y a todos los españoles” se fue a Abu Dabi. Que ya es el colmo que servir sus intereses se presente como servir los míos. Eran sus intereses y los debidos a su Casa, la principal función de un monarca es asegurar la pervivencia de su dinastía y, a continuación, así lo desvela: “salí de España para facilitar sus funciones”, pero “conocidos los decretos por los que se archiva” ve oportuno su regreso. Incluso el pueblo es capaz de leer ahí que salió porque se le investigaba y ahora que, como esperaba, le han dado carpetazo se trata de volver. Conocidos los decretos, Juan Carlos I debe haberse dado cuenta de que, más allá de las instituciones jurídicas de la prescripción y la inviolabilidad, estos contienen un relato de hechos que no puede estar más alejado de la bonhomía, la honestidad y la ejemplaridad. Esa ejemplaridad que junto con el ahorro nos vendieron durante décadas, los partidos de Estado, como el gran argumento pragmático para aceptar la hereditaria monarquía como más deseable que la democrática república. Ahora el fiscal pone en papel timbrado que ni ejemplaridad ni ahorro, porque todos los impuestos evadidos, prescritos o cubiertos con el manto de la invisibilidad constitucional, era dinero que se sustrajo a los españoles.

Ni un milímetro se mueve el monarca padre en su misiva al actual jefe de la Casa de Borbón, su hijo, ni es previsible que vaya a hacerlo en persona

Total, que construido el gran cortafuegos legal ―basado en una inexistente instrucción por parte del fiscal que, además, parece fallar y absolver sin someterlo al juez―, ya puede volver “con la serenidad y la perspectiva que ofrece el tiempo” y que no parece haberle hecho reflexionar sobre sus actos. Como él mismo reivindica, todo está bien pagado en moneda de Transición: “Como también siento un legítimo orgullo por mi contribución a la convivencia democrática y a las libertades en España”.

Así que se queda con residencia fiscal allí y viajará a España tantas veces como desee y cuando desee “retirado de la vida pública” y en su “círculo privado”, lo que significa que considera que está liberado para sustraerse del control público. Ser rey emérito de España no acarrea ninguna servidumbre ante la ciudadanía, más allá de ir y venir de forma discreta con medios que no explica en su carta. Pareciera que habiéndosele retirado su asignación de fondos públicos y negando que haya fondos que no se hayan regularizado, no tiene ningún interés para la opinión pública saber dónde y de qué va a vivir o si sus gastos van a seguir corriendo a cargo de invitaciones, regalos y prebendas de personas adineradas de este u otro país. Correrá la suerte de los millonarios invisibles y auguro que poco sabremos de sus idas y venidas.

Lo más aproximado que, según pretenden algunos, contiene la misiva de una explicación es la frase en la que afirma ser consciente “de la trascendencia en la opinión pública de episodios de su vida privada”, es decir, que lo que tiene importancia es que se hayan conocido y no el hecho de haberlos llevado a cabo. Ni un milímetro se mueve el monarca padre en su misiva al actual jefe de la Casa de Borbón, su hijo, ni es previsible que vaya a hacerlo en persona. Por eso, cuando aparece el presidente Sánchez y a preguntas de la prensa responde que “espera que dé explicaciones”, te tienes que reír. En democracia, la responsabilidad política, las explicaciones de quien ha detentado la más alta institución del Estado, se piden y se producen en las instituciones. Sobre eso hay que repasar las veces que el PSOE ha bloqueado cualquier intento de explicación en las cámaras. Nos enteraremos de lo que quiera en la magna obra que a su mayor gloria escribirá su amigo Carlos Herrera y prou.

El rey emérito actuó como actuó porque podía y porque sabía que podía. La protección desplegada sobre la institución le cubría como una cámara acorazada y aún hoy lo sigue haciendo. Las instituciones han seguido trabajando en su protección y sabe que eso va a durar hasta el día que nos deje definitivamente.

Es de un cinismo irredento y de una desfachatez inenarrable.

Y mientras, su exyerno, intentando reinsertarse.

Es bueno ser rey, ya lo decía Mel Brooks.