“Para ser un Maquiavelo hay al menos que tener un fin que justifique los medios. En política actual es el medio el que justifica el medio”
J.F. Revel

Voy a confesarles que no he visto ni veré el docudrama de Rocío Carrasco, pero también que me lo voy topando en los temarios de los programas y las tertulias y los diarios como si de un tomo de politología, derecho y periodismo se tratara. No me pronuncio —más allá de que el mensaje real que se deduce no es muy animador y no es otro que la inoperancia de la justicia para probar este tipo de maltrato—, pero he tenido más riesgo de caer abatida en debate por la fuerza mediática de esa confesión que por la de la formación de gobierno en Catalunya.

Desde los días posteriores a las elecciones no me han preguntado nada sobre Aragonés y los pactos. A Illa ya lo hemos sacado de nuestras vidas. A veces te extraña, no sé, hace un par de años había hasta traductores aficionados del catalán en los platós y ahora hay un gran silencio. He preguntado. Soy una curiosa impenitente. La respuesta no es represiva ni política ni procede de un arcano de presión. Es mucho más simple. Las audiencias se desploman con Catalunya. No vende ni un pescado. La gente huye con su mando en cuanto alguien intenta tocar la formación de gobierno y hasta las andanzas de Puigdemont en Bruselas. Nada de nada. El público se bebió las primeras temporadas del procés y ahora migra hacia la Batalla de Madrid, que se acaba de estrenar, con malos guionistas y actores de reparto, pero que oculta tras ella esa esperanza de la meseta profunda y del fondo del sur de que caiga el gobierno de la nación. Con lo de Catalunya ya se ve que eso no va a pasar, con lo de Madrid están empeñados en que hay partido.

Las fuerzas que mantuvieron en vilo las espadas emocionales y electorales jugando con la tensión independentistas-patriotashispanos se han volcado ya en el márketing pueril y visceral del comunismo-libertad que promete nuevos y más potentes chutes de adrenalina. Entiéndame, los madrileños y Madrid tampoco importan nada, en realidad tan poco como los catalanes. Todo esto va de otras cosas.

De lo de Catalunya poco se habla ya. El viernes si es menester, pero poco. Aquí de lo que se trata es de si hay esperanzas de que algo o alguien traiga el sueño húmedo de unas nuevas elecciones generales a ver si de esta se colocan con Vox en la mochila en Moncloa

Catalunya se ha caído de la escaleta porque aquí en el puro centro nadie cree que exista riesgo real de que se repitan las circunstancias que se dieron para la DUI. Nadie cree que haya mucho mártir dispuesto a inmolarse en pulsos que podrían llevarles a prisión. Fíjense si eso ha calado que ahora mismo tenemos elecciones adelantadas en Madrid porque los miembros de la Mesa de la Asamblea se acollonaron cuando el PP les amenazó con los delitos y las desobediencias si no se daban por disueltos por el decreto estrambótico de la hiperactiva presidenta. No, mientras sigan las desavenencias y con los antecedentes recientes, no hay cenáculo de la Villa y Corte que tema un nuevo desafío catalán. Podrían decirme que el Gobierno está en manos de sus socios y también de los votos de respaldo que necesita, los de ERC fundamentalmente, y que eso puede darles quebraderos de cabeza. En realidad, de lo que sí se habla por aquí es de la sensación de que con Pablo Iglesias fuera, ¡qué alivio!, y con la vacunación que algún día despegará y la llegada de los fondos europeos, con los presupuestos aprobados, se pueden tirar tranquilamente hasta que sea un buen momento para convocar elecciones en caso de que Sánchez considere acortar la legislatura. No existe un horizonte de elecciones en otoño y no acabo de entender en qué mundo enajenado vive la derecha centralista que lo ve como una opción. Ni siquiera si se complican las geometrías variables con ERC esto sería obligado, porque hasta Rajoy se permitió gobernar por decreto ley en su último tramo de legislatura y Sánchez ya lo hizo en su primera singladura tras la moción de censura. Poder se puede.

Por eso a mí me tiene perpleja que los sesudos analistas peperos estén pregonando que si Ayuso consigue la mayoría absoluta en Madrid, Sánchez convocará elecciones. No le veo la menor lógica. Recuerden que Ayuso ya gobernaba en Madrid y que nos va a hacer ir a las urnas, sin EPI y a lo loco, para gobernar dos años que ya tenía antes en sus manos. Todo por librarse de Ciudadanos, porque con los ciudadanos poco tiene que ver. Los madrileños, que son gente bastante normal en su gran mayoría, lo que quieren es vacunarse y ver cómo salimos de esto que trae ya mucha necesidad y traerá aún más hambre. En eso supongo que coinciden con los catalanes y con los gallegos y los vascos y los franceses y los alemanes. Que estamos hartos de que no gobiernen y que se nos nota.

Así que de lo de Catalunya poco se habla ya. El viernes si es menester, pero poco. De lo de Madrid ya han visto que parece que tampoco vamos a hablar. Aquí de lo que se trata es de si hay esperanzas de que algo o alguien traiga el sueño húmedo de unas nuevas elecciones generales a ver si de esta se colocan con Vox en la mochila en Moncloa. Motivos para desazonarse hay en cualquier punto geográfico. Nos queda por delante un reto que va a ser duro y en el que de nuevo muchas personas y muchas empresas se van a quedar en la cuneta. Ver cómo pelean por sus asientos y por los de sus conmilitones no es precisamente lo que nadie desea, pero es la realidad en todos los territorios.

No habrá ley de amnistía, no habrá grietas en el sistema. El TC lo ha dejado bien claro: “Si este Tribunal Constitucional levantara las órdenes de busca y detención acordadas, estaría negando de hecho su necesidad y legitimidad, así como [negando] la no concurrencia de los presupuestos jurídicos que han llevado a la jurisdicción ordinaria a su adopción”. Esos bomberos no van a pisar esa manguera. Este es el tablero que vislumbro. Para el indulto, ya ven, no parece haber prisa y para la reforma del delito de sedición, tampoco. Ya me dirán cómo está ahora la partida y yo no diría que en tablas.

Puede que me equivoque. Las temporadas se precipitan y ya no valen los mismos guiones y, sobre todo, recuerden que quedan seis capítulos más de la verdad de Carrasco y eso nos llevará en volandas más allá de los comicios madrileños.

Y eso sí que da audiencia.