Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo."

(Hechos 1:11)

Tenéis Illa, catalanes. No tenemos Illa en Madrid. Ahora Illa, ahora ya no Illa. Nadie es imprescindible, tampoco el piloto, pero suele ser mejor que lo releven después del aterrizaje. A la media hora de su salida del Ministerio de Sanidad, nos comunican que la variante británica está creciendo muy rápidamente “y que puede elevar las hospitalizaciones y las muertes”. Buen momento para soltar el volante y saltar en marcha, excepto que, en realidad, dé igual quien lo maneje.

Pero no nos enredemos en cuestiones baladíes como el drama sanitario que vivimos en estos momentos. Ni a Illa ni a los magistrados Aguayo, Sospedra, García, Paricio, Puig y Muñoz Rodón les ha parecido demasiado a tener en cuenta, y ¿quiénes somos nosotros, ciudadanos sin vacuna y expuestos a un virus mutante, para enmendarles la plana? Aquí lo que importa es lo que importa que, resumiendo, es a cada uno lo suyo. Las elecciones se van a mantener en una situación imposible porque hay quien tiene la esperanza de que así sea conjurado de una vez el gobierno de los indepes, pero también las elecciones se atrasaron hasta casi el verano porque hay partidos que creyeron que haciéndolo desfondarían las posibilidades del PSC. Nadie puede tirar la primera piedra.

Estas decisiones no se hubieran producido sin Illa. Sin Illa, y esos sondeos que han vuelto codiciosos a los socialistas, no se hubiera votado en plena tercera ola, que, contra lo que predica Simón, parece que no va a hacer sino empeorar. Sin Illa no hubieran surgido los espontáneos que llevaron a un tribunal una decisión política y sin Illa, probablemente, éste les hubiera dicho lo que el Supremo ya ha consagrado, que no eran quien. Hasta el advenimiento de Illa nadie dudó de que un acuerdo de los partidos políticos catalanes, como en su día lo tomaron los vascos, no era democráticamente “negligible”, como dice el magistrado Soler Bigas en su voto particular, es decir, que no se podía despreciar que los encargados por la Constitución de vehicular la participación política hubieran tomado la determinación de aplazar.

El regreso de Illa a Catalunya ha provocado incluso que la derecha, que lleva pidiendo su dimisión desde marzo, alegando una gestión nefasta al frente de la pandemia, le reproche ahora su deserción. Ellos también van a lo suyo. También creen que un candidato socialista con buenos augurios no les conviene. Illa, el deseado, porque hay votantes no independentistas y sí catalanistas que lo ven como el Moisés que ha de hacerles atravesar el desierto. Olvidan, tal vez, que antes de que Moisés pudiera guiar a nadie, el Señor les mandó las diez plagas a Egipto.

Todo parece Illa, pero, mientras, las ambulancias siguen ululando sin cesar.

Son cuestiones frívolas, estas de las cifras de muertos y de las UCI saturadas y de las vacunas que llegan con cuentagotas. Aquí lo que cuenta es el cálculo de cada uno de los candidatos y de los partidos

Votar en estas condiciones resulta temerario. Habrá contagios y también quien se niegue a participar en mesas electorales o quien decida no votar. Otras decenas o cientos de miles no estarán para otra empresa que procurar recuperarse y salvar el pellejo. Y podía haberse evitado, como de hecho ha plasmado bien José Manuel de Soler Bigas en su voto particular. Un magistrado casado con la anterior presidenta del TSJC, Eugenia Alegret, y que no parece ser precisamente indepe ni socialista. Eso no le impide ver, con imparcialidad, que el actual estado de la pandemia supone un caso de fuerza mayor y que la propia LOREG recoge que las votaciones electorales puedan ser suspendidas por ese motivo. Recuerda además De Soler que entre los derechos en juego: derecho a la participación política, derecho a la igualdad —en aquellos que no podrán participar— derecho a la vida y a la integridad física y el derecho a la protección de la salud, no le cabe la menor duda de que son estos últimos los que deben primar.

¿Por qué, entonces, este empeño judicial en mantener unos comicios en una circunstancia de desastre sanitario como la actual? No tengo esperanza de que lo enmienden. ¿Otra vez Illa? El magistrado del voto disidente también ha defendido ante sus compañeros de tribunal algo tan obvio como que están ayudando a socavar las instituciones democráticas, ya que “la percepción por la ciudadanía de la situación existente (de riesgo) puede derivar en una menor participación con la posibilidad inherente de que se trate de deslegitimar el resultado electoral”. Lo que viene siendo ayudar a que quien sea se haga un Trump.

Illa ha regresado y la desbocada pandemia se queda en manos de la anterior ministra de Administración Territorial, como si ya en el Paseo del Prado —sede de Sanidad— sólo importara templar el avispero de los presidentes autonómicos y no hubiera lugar para mayores medidas que, desde luego, no se tomarán. No habrá confinamiento porque habrá urnas y porque si se adoptara un confinamiento, no habría elecciones. El efecto Illa que puede no ser el previsto, pero que, sin duda, ya se ha plasmado en una realidad enloquecida y que, como ciudadana, no me gustaría tener que afrontar.

Son cuestiones frívolas, estas de las cifras de muertos y de las UCI saturadas y de las vacunas que llegan con cuentagotas. Aquí lo que cuenta es el cálculo de cada uno de los candidatos y de los partidos y en ese, me temo, no entramos los ciudadanos sino para que depositemos obedientes lo que desean en una urna.

¡Illa ya llega! ¡Salid a recibirlo! Echaremos en falta su mesura y su gallardía en el trato y el discurso. Aunque no puede negarse que, a la chita callando, la ha liado bien gorda.