Todo el mundo se pregunta qué pasará en Junts per Catalunya, pero lo importante, lo que afecta inmediatamente a la ciudadanía, no es el futuro de un partido, sino su gobierno, la institución encargada de hacernos la vida más fácil. Porque, de momento, lo que ha estallado ha sido el Govern de Pere Aragonès. Sabe mal tener que decirlo, porque consta que, a diferencia de correligionarios suyos, Pere Aragonès no pretendía este desastre, pero cuando se rompe un gobierno, el principal responsable, quien acaba pagando la fractura, es el presidente del gobierno, no el presidente de su partido. Y cuando un presidente pierde la confianza del Parlamento que lo eligió, lo normal es que convoque elecciones para restablecer la confianza de los ciudadanos en las instituciones que les representan.

El Govern de Pere Aragonès se ha quedado en minoría y tampoco está en condiciones de presentar una moción de confianza porque ahora seguro que la perdería y debería dimitir. Además se encuentra en la situación de tener que sustituir a la mitad de su gobierno y cientos de cargos, un proceso de relevos complicadísimos, cuando no conflictivos. Casi como si la legislatura tuviera que empezar de nuevo, con el añadido de que no habrá lo que se entiende por gobernanza. Los funcionarios seguirán ejerciendo las tareas administrativas que les son propias, pero sin una iniciativa política que fije el rumbo. Se dirá que con la crisis que existe, las elecciones no convienen, pero esto, como se ha visto en tantos países del entorno europeo, pasa con frecuencia: ahora mismo se han convocado elecciones en Dinamarca porque el gobierno ha perdido la mayoría; en enero están previstas elecciones en Portugal y en febrero, elecciones presidenciales en Alemania, y todo el mundo lo encuentra la mar de normal.

El Govern de Aragonès ha quedado en minoría, no está en condiciones de presentar una moción de confianza ni llevar a cabo su agenda política

Si el president no convoca elecciones será por dos razones. La primera, porque las encuestas creíbles no le aseguran la victoria y porque confía en que los socialistas le mantendrán una cierta estabilidad parlamentaria. De hecho, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ya se ha apresurado a garantizar el apoyo socialista habida cuenta de que necesita los votos de Esquerra Republicana para aprobar los presupuestos del Estado. Ahora bien, una vez aprobados los presupuestos y situados en año electoral, la prioridad socialista no será fortalecer a Aragonès, sino sustituirlo cuanto antes. Y no hace falta decir que los socialistas en este terreno son los profesionales más implacables. Le enchufarán la respiración asistida mínima para abocarlo a las elecciones bien debilitado.

Esquerra Republicana no podrá llevar a cabo, pues, una agenda política propia. Por supuesto no podrá sacar adelante iniciativas soberanistas, ni en el Congreso, ni en el Parlament, que es lo que debería satisfacer a sus bases militantes y electorales. La mesa de diálogo se le ha puesto aún más difícil que antes, hasta convertirse en un estorbo. Así que lo más probable es que ERC se arrogue la representación del seny ante la crisis y como único discurso descargue todas las culpas de la inestabilidad en Junts per Catalunya. Bien, y además, acentuará el discurso supuestamente de izquierdas como hizo cuando practicaba lo de Montilla president, Catalunya independent. Incluso podría incorporar ahora a consellers de los comuns, que no dejan de pedirlo.

Los socialistas darán la mínima respiración asistida a ERC no para fortalecer a Aragonès, sino para abocarlo a las elecciones cuanto más debilitado mejor

En sentido general, el espejismo de la mayoría independentista en el Parlament se ha desvanecido. ERC no podrá seguir alimentando el sueño mientras hace lo contrario. Junts per Catalunya, habiendo dejado de ser partido de gobierno, sólo le queda ejercer como movimiento de agitación, pero también con escasa credibilidad, porque la independencia no se hace hablando de la independencia, sino llevando a cabo una revolución para la que todos ya se ha dado cuenta de que no se dan las "condiciones objetivas". Eso sí, Carles Puigdemont seguirá ejerciendo como símbolo de resistencia más reconocido para ser recabar votos, pero no para gobernar.

Y en un sentido más diacrónico, lo que ha pasado en Junts per Catalunya podría describirse como la disolución definitiva de Convergència Democràtica, a menos que Jaume Giró, Victòria Alsina y otros se decidan a refundar el instrumento que, como antes la Lliga de Prat de la Riba y Cambó, permitió establecer de facto una relación bilateral con el Estado. Esto habría sido posible si hubiera ganado la opción de continuar en el Govern, porque los radicales les habrían hecho el favor de escindirse, pero estos han ganado y por lo tanto impondrán una estrategia disruptiva de resultado electoral francamente muy incierto, que al fin y al cabo es lo que cuenta, con el riesgo de convertirse en el residuo folclórico del procés.

La crisis de Junts es la disolución definitiva de Convergència y corre el riesgo de convertirse en el residuo folclórico del procés

Sin embargo, nunca hay nada escrito con antelación. Entraremos en un año de elecciones que pueden alterar todos los escenarios. Imaginemos a un Gobierno en España PP-Vox, o aún más complicado, una gran coalición PP-PSOE, con una política respecto a Catalunya que también tendrá consecuencias, seguramente favorables a los partidarios del cuanto peor mejor.