El fútbol tiene muchas cosas que aprender del rugby, deporte con el que comparte origen, pero no evolución. Y una de ellas, visto el lamentable arbitraje del martes en San Siro, es el uso del micrófono. Pero no el uso del micro para comunicarse con los asistentes y con la sala VAR, sino el uso del micro para que todo el estadio, y los espectadores en casa, escuchen las deliberaciones y las decisiones de los árbitros en las jugadas controvertidas. Lo dijo Xavi Hernández con toda la razón del mundo después del partido contra el Inter. Los árbitros deberían salir después del partido a dar explicaciones, como hacen los entrenadores. Tiene razón, sí. Pero sería mejor que las explicaciones las den a pie de césped y en directo como, insisto, hacen los árbitros de rugby cuando, por ejemplo, se anula un ensayo por algún motivo que no se aprecia. ¿Qué tienen que esconder los árbitros del fútbol? Nada, ¿verdad? Pues adelante.

Sin embargo, más allá del pésimo arbitraje, reconocido incluso en Madrid, hay que hacer una reflexión. El Barça no es nadie en Europa desde que ganó la última Champions en 2015. Fuera de casa y contra los equipos grandes, va de varapalo a varapalo, esperemos que hasta la victoria final. Esto hace que, a diferencia del Madrid, el Barça no gane con la camiseta ningún partido. No lo respetan ni los rivales, ni los árbitros, ni la UEFA. Por eso, pese a la injusticia, es triste ver cómo ha vuelto el victimismo, ahora por los arbitrajes, que siempre es un mal negocio en la vida. Si algo enseñó Pep Guardiola, de ahí las admiraciones y los odios que lo acompañan, es a ganar. A ser ganador. Con Guardiola, el Barça tuvo la ambición de ser el mejor del mundo. Y Guardiola ha tenido la poca modestia de exportar ese carácter primero a Múnich —donde poca falta les hacía—, pero sobre todo a Manchester.

El Barça de Guardiola ayudó a un cambio de mentalidad en buena parte de la sociedad catalana. El procés se entendería menos sin el Barça de Pep. Fue un cambio de mentalidad en el que una parte decisiva de la sociedad catalana se sacó los complejos de encima.

Y esto es lo que el Barça todavía no ha recuperado. Ese carácter ganador, esa falta de complejos, esa ambición, ese desprecio por el victimismo. A Joan Laporta lo votaron por eso. La pancarta en Madrid con el Ganas de volver a veros es eso. Ganar cada año en el Bernabéu era eso. Ganar la Champions era eso. Con Xavi y la segunda parte de Laporta, hay brotes verdes, pero todavía no ha crecido ningún árbol. Siempre he pensado que el Barça de Guardiola ayudó a un cambio de mentalidad en buena parte de la sociedad catalana. Que el procés se entendería menos sin el Barça de Pep. Alguien pensará que esto es una tontería. No es mi caso. El procés fue un cambio de mentalidad en el que una parte decisiva de la sociedad catalana se sacó los complejos de encima. El problema es que aquello se acabó de mala manera y unos siguieron el camino de Urquinaona y otros volvieron al victimismo. Y aquí estamos.

Y lo que le ocurre ahora a una cierta Catalunya política es que, de derrota en derrota —no sabemos si hasta la victoria final—, le han dejado de tener respeto. Y lo que es peor, con el espectáculo de esta semana, devaluando una institución tan importante como el Govern de la Generalitat, en lugar de recuperar ese respeto por parte de los rivales, de los árbitros y de las instituciones locales, españolas y europeas, lo que hacen es facilitar que les anulen goles, que no les piten ningún penalti a favor y que vayamos cayendo todos en un victimismo, un cabreo y una tristeza colectiva tan perfectamente descriptible que preferimos desconectar y ya nos avisarán cuando tengan la bondad de decidir algo.