Ante la quimérica pretensión comuna de un referéndum acordado y el bailoteo chillón que debe perpetrar el pobre Miquel Iceta para sobrevivir políticamente a cada nueva votación, es comprensible que la Tercera Vía catalana viva obcecada en buscar un nuevo líder entre los antiguos soberanistas convergentes que han renegado del procés. A las oposiciones para encontrar un nuevo jefe de filas cuerdo y español que entierre para siempre la independencia, encabezadas por mi amor Santi Vila, se ha presentado también hace poco Xavier Cima, señor de Arrimadas e inventor de un nuevo cachivache de partido que se hace llamar Lliures. En casa siempre hemos tenido en alta consideración las conversiones y, cristianos vocacionales, nos interesa enormemente el tránsito que va de la comodidad a la sufrida minoría: por ello aplaudimos gozosos que la historia de amor entre Cima y Arrimadas haya encontrado el justo medio en un nuevo partido dependentista. 

Comprendo perfectamente el viaje de Xavier hacia el pactismo, porque yo mismo  -a pesar de mi imagen caricaturesca de dandi comarcal– siempre he condicionado mi arbitrio a la mujer que amaba y así, ausente de rumbo, he viajado sin timón entre extremos morales como la castidad o la orgía desenfrenada. Por tanto, entiendo alegremente que Xavier, admirando como sus familiares de Vic danzaban Paquito el chocolatero en absoluta concordia con su nueva familia jerezana, reniegue de la utopía alocada de un país independiente. No hay nada de más centrista y de más cuerdo que un calzonazos catalán y tiene todo el sentido del mundo que Cima enaltezca la hispanidad a cambio de alcoba, que ceda en sus absurdas pretensiones soberanistas a cambio de las caricias con perfume aceitoso de una mujer perfectamente consciente de su poder. El centrismo catalán es esto: Cima, en casita, esperando a Inés mientras hierve una merluza. 

El centrismo catalán es esto: Cima, en casita, esperando a Inés mientras hierve una merluza 

De hecho, sería absolutamente pertinente que el secesionismo se deshiciese urgentemente de su enfermiza dependencia de tietas imputadas y profesoras de catalán maduritas para dotar de absoluto y religioso poder a mujeres llenas de vanidad y ciencia como mi adorada Anna Gabriel. Sólo así, créanme, podrán convertir a los calzonazos catalanes que todavía dudan de los beneficios indiscutibles de la unilateralidad. El señor Arrimadas nos ha marcado el camino porque demuestra, por enésima vez, la necesidad del macho de encontrar calidez y adecuar su ideología a su objeto de deseo. Necesitamos más mujeres como Arrimadas, mujeres que impongan lo eterno femenino, tocando la flauta de la independencia a todos los pobres chavales de la patria que todavía no han encontrado sentido y estructura existencial. Xavier Cima, señor Arrimadas, debería ser uno de nuestros referentes nacionales. 

El señor Arrimadas ha demostrado nuevamente que el amor auténticamente catalán sólo se mueve por intereses. Hágase su voluntad y que las mujeres conviertan a los calzonazos en lo que ellas quieran, seres libres y soberanos…