La ventaja de los desacuerdos entre las fuerzas políticas catalanas y las batallas internas dentro de los mismos partidos es que van contribuyendo a aclarar de una vez el escenario político que se había vuelto demasiado engañoso.

El chicken run que disputan JxCat/PDeCat/Crida acabará con sangre y lágrimas, pero Carles Puigdemont será la referencia independentista y los que no quieran seguir se irán o se apuntarán a la confluencia de las derechas autonomistas, que, por cierto, también es otro guirigay.

El procés soberanista ha sido una experiencia exasperante con resultados que no pueden satisfacer del todo a nadie, ni siquiera a los enemigos de la independencia, pero ha modificado el mapa político de Catalunya y de España cuando menos para una generación. En Catalunya tendremos tres bloques: el unionista de siempre, el autonomista/pragmático/pactista/colaboracionista de siempre y el independentista, que antes no estaba y que, como se suele decir tópicamente en las tertulias, ha venido para quedarse. Este es el cambio, sin embargo, no nos engañamos, hoy por hoy el independentismo será una minoría en el Parlament de Catalunya y ya veremos cómo crece en las próximas décadas

Catalunya no tendrá un gobierno independentista hasta que la opción que ahora lidere Carles Puigdemont no consiga en las urnas la mayoría absoluta, una posibilidad que, según todos los sondeos, es absolutamente remota. De lo que no se puede esperar absolutamente nada es de una nueva coalición JxCat-ERC.

Dos partidos que se odian y que se quieren destruir juntos no hacen ni harán nunca nada bueno, y menos conseguir algo tan difícil como la independencia, así que convendría descartar la fórmula JxCat-ERC para siempre

Dos partidos que se odian y que se quieren destruir juntos no hacen ni hará nunca nada bueno y menos conseguir algo tan difícil como la independencia, así que convendría descartar la fórmula para siempre y dejar de hablar de unidad del independentismo y de estrategia común. La prioridad de ERC es y siempre ha sido acabar con Convergència o como se diga quien le disputa la hegemonía en el espacio catalanista. Y la prioridad de Convergència/Junts per Catalunya/Crida es aprovechar ahora la popularidad de Carles Puigdemont para conseguir en las urnas una minoría mayoritaria que obligue a ERC a repetir un gobierno tan inútil como el de ahora. Porque se seguirán odiando.

Pruebas no faltan. Parecía que cuando ERC accedió a retirarle el acta de diputado al presidente Torra se había acabado todo. Ahora, cuando ERC se ha apuntado a la entrega de la cabeza de Laura Borràs en el tándem Marchena-Zaragoza podía esperarse que el presidente Torra aprovecharía la ocasión para expulsar a ERC del Gobierno. Tampoco ha pasado.

Con el cuento de la unidad del independentismo, que es la mayor mentira, se está manteniendo como gobierno un artefacto que es un auténtico fraude democrático porque no responde en absoluto a los intereses ni a los deseos de la gente que con buena fe les dio apoyo en las elecciones.

Si JxCat y ERC todavía no han roto del todo es porque tienen miedo de necesitarse después de las elecciones para poder mantenerse en el Gobierno. Como todo el mundo sabe, el plan de ERC es asumir definitivamente el papel de interlocutor con el Estado y gobernar con las izquierdas de obediencia estatal que es lo que ha intentado siempre que ha podido. Por su parte, el grupo de Puigdemont no tendrá ningún aliado para gobernar que no sea una ERC nuevamente derrotada que no sume mayoría con PSC y comunes. El rencor sería tremendo. La política hace extraños compañeros de cama, pero el sadomasoquismo, el sexo duro, no suele ser muy fértil.