Hace unos días hemos conocido la sentencia del TS sobre el caso Palau. Que no sufra el lector que no lo analizaremos aquí: no entraremos en el intríngulis de los delitos cometidos como delitos fiscales, apropiaciones indebidas, tráfico de influencias, falsedades de todo tipo, etc. Hoy no toca.

El TS ha ratificado esencialmente la sentencia de la Audiencia de Barcelona. Aunque ha suprimido algún delito y ha rebajado alguna pena, las condenas de prisión se mantienen. En consecuencia, los que tenían que ingresar en prisión ingresarán, aplicando el régimen que toque, en función de la edad de los reos y de su estado de salud. Porque en democracia hablamos de justicia, no de venganza.

Esta es la primera condena de una larga serie de corrupción vernácula, que irá desfilando. Es pues, el primer capítulo de muchos. El prólogo, sin embargo, ya lo escribió el padre padrone con su confesión de un delito fiscal que se remonta a 1980: la famosa deja. Confesó, riñó y amenazó. Pujol hasta el final. Claro está que también fue desposeído de los honores más significativos y clausuró su fundación Valors.

Si la cabeza era como sabemos que era, no es de extrañar que el cuerpo fuera como sabemos que era. Ninguna sorpresa con la sentencia. Tanto es así, que la misma resolución, por ejemplo, en la pág. 183 habla, al analizar la contabilidad secreta del Palau de la Música, de unas anotaciones que hacen referencia a CDC y señala “tal alusión a la Generalitat  [y no al partido], cuando debe entenderse Convergència, confusión identificativa e ilustrativa de la hegemonía de este partido político”, es eso, una elipsis debida a la captación por parte de un partido de un poder público.

Y es aquí donde quería llegar. El silencio del oasis, el omertà, perdura en el Principado. Prácticamente nadie se ha hecho eco como hacía falta de la sentencia. La corrupción pujoliana -¿se puede decir, o todavía no?-, de todo un sistema de poder, se aceptó en su día.

Lo cierto es que, en algún momento, pasó como en la mejor picaresca española -no hay tanta diferencia, cuando menos en la casta: el ciego le dice al lazarillo que no coma las uvas de tres en tres. "¿Cómo lo sabes?", replicó el niño. "Porque yo me las como de dos en dos y no dices nada", sentenció el viejo. Cosa similar pasa (todavía) aquí. Salvo Esquerra y Podemos / En Comú, ningún partido sistémico tiene una hoja de servicios limpia, ni medianamente limpia. Nada que envidiar a los Filesas, Gürtels, Púnicas, ERE's, Pokemons y otros. Nada.

Como ilustrativa anécdota a no olvidar: la sentencia catalana del caso Palau se dictó en la Ciutat de la Justícia, es decir, dentro de unos de los frutos del caso de que se estudiaba. Y que la sentencia española se dictó en las madrileñas Salesas, convento desamortizado, en otra de las grandes operaciones de corrupción ibéricas. Significativo.

Para lo que importa, aquí la omertà persiste. Es más que una mácula, es un tumor del sistema político catalán. Una cosa es la discreción y otra el flotar en el oasis, que tiene el pinta de complicidad sistemática. No se puede justificar que, corrupots o no, algunos de los afectados de los salpicados sean compañeros proyecto independentista.

La independencia no es una capa que pueda curar todos los males. Es más, uno de los motores de la independencia, para algunos, entiendo mayoritariamente, es la creación de un Estado, un sistema donde la gobernanza, la transparencia y la democracia sean el norte de la práctica política y administrativa diarias. Para seguir siendo corruptos, la verdad, no valdrían la pena tantos sacrificios pasados, presentes y futuros. Sería la enésima engañifa. Y eso, por favor, no. De ninguna de las maneras.

Hace falta, pues, ajustar las cuentas al céntimo. Hay que poner luz políticamente sobre todos los implicados, judicialmente implicados o no. Ahora que el caso ya está cerrado -este, no el resto que están en mantillas o ya en capilla- hace falta hablar y hablar claro. Basta de complicidades o indulgencias. Ahora tampoco tocan.

Una muestra de cómo se pueden empezar a ajustar las cuentas. Así, si echamos un vistazo a la sentencia veremos que hay unos condenados: algunos oportunistas, alguno de buena toga e incluso (los intermediarios no hace falta mencionarlos) representantes de un partido, en concreto el tesorero, y un partido, CDC, que tiene que pasar por caja y pagar 6,6 millones de euros por ganancias ilícitas, es decir, comisiones.

Como en la mayoría de casos por corrupción judicializados, acabados o en trámite, sorprende un aspecto. Se condena a los corruptos, pocos o muchos, caen. Sin embargo los corruptores, ergo, las empresas que engordan antijurídicamente las maquinarias políticas, salen demasiado a menudo muy bien paradas. En el caso Palau, a pesar de haber estar imputados unos directivos de Ferrovial, al final, fueron absueltos, dado que la acción penal contra ellos había prescrito. Por lo tanto, la empresa y sus dirigentes se van de rositas.

Cualquiera interesado por el caso puede echar otro vistazo a la sentencia. Si busca Convergencia -así y sólo así, sin acentos ni abreviaturas-, encontrará que se menciona 69 veces en la sentencia. Ferrovial sale 415 veces. Son datos, sólo datos. La pregunta ante estos datos, más bien aterradores, brota sin obstáculos: ¿por qué la acción penal contra los directivos de la constructora había prescrito? Prescribió porque las acusaciones, especialmente la pública, la del Ministerio Fiscal, se emprendió fuera de plazo. Y la nueva dirección del complejo que era el Palau no se empleó mucho.

Tenemos, pues, una constante que es casi como una ley física: se castiga a los corruptos, pero muy difícilmente, en una infinitesimal medida, si se hace, a los corruptores. Porque si la acción por los delitos relativos a la corrupción, como para la mayoría de delitos, es pública. Buena pregunta a hacer a los que se llaman independientes y se enfadan mucho cuando se los define como dependientes del gobierno, del gobierno de turno.

Nuevamente, la corrupción desnuda el sistema, no sólo los corruptos, sino a los corruptores y a los que toleran, cobijan o esconden la corrupción. Por eso estos últimos tienen mucho más de siete vidas. Se diría que tienen, en materia de corrupción, la eternidad ganada de saque.

Sea como sea, o el oasis se depura, o la peste será tan tóxica que nos tendrá a todos paralizados o moviéndonos en círculos concéntricos. De persistir en esta situación, no habrá ningún avance. Callar ante el abuso de poder no lleva a ningún sitio: es la peor entropía.