El 28 de noviembre de 2020, si Dios quiere y la Covid-19 no lo impide, 13 hombres mayores (nueve de ellos tienen menos de ochenta años) recibirán el púrpura cardenalicio, uno de los momentos más embriagadores durante un pontificado. Es toda una declaración de intenciones: estos perfiles se añaden a la red de cardenales de los cuales emanará el nuevo pontífice cuando el actual muera o renuncie. Larga vida al Papa, mientras tanto. Más que los nombres que ha escogido, fijémonos en los que no ha escogido. Hay eternos candidatos a ser cardenales: arzobispos o patriarcas de diócesis grandes o históricamente importantes, como Los Ángeles, Venecia. Este Papa ha roto las reglas del juego, y no hace favores de lastre histórico. Escoge a quienes quiere como asesores y como futuro sucesor entre aquellos que ve de la sensibilidad más próxima a la justicia social. Por eso lo critican tanto y le llaman papa pseudocomunista.

Entre los papables nuevos tenemos a dos candidatos de la Curia Romana: el maltés Mario Grech, secretario del Sínodo de los Obispos, y el italiano Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. De otros lugares del mundo llegan Ruanda, Washington (el primer afroamericano cardenal de los Estados Unidos), Filipinas, Chile (un claro signo al arzobispo que ha cogido los escándalos sexuales del clericato), Brunéi e Italia. De hecho, sorprende que tres de los trece sean italianos, una tónica que el papa polaco Juan Pablo II había modificado. No es que Francisco se haya dejado llevar por las fuerzas italianas que querrían un retorno a un papa de los suyos, sino que ha encontrado, en Asís y cerca de Roma, a dos cómplices con piel de oveja, como él quiere ser.

De más de 80 años, y por lo tanto electores pero no elegibles, está México con el arzobispo emérito de San Cristóbal de las Casas (Arizmendi Esquivel), el italiano Silvano Tomasi (diplomático) y dos italianos más, Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia y el mosén del santuario del Divino Amore, Enrico Feroci. El púrpura que se les impone indica que están dispuestos a rebosar la sangre para|por el sucesor de san Pedro (usque ad sanguinis effusionem). El cónclave es una manera inteligente de guiar al Espíritu Santo, que es quien escoge al nuevo Papa. Él escoge entre los ya escogidos en un consistorio por el Papa anterior. Es lícito que Francisco esté escogiendo a sus jugadores.

No los busca todos fuera, también se fía de curiales, los perfiles que le controlan más la maquinaria burocrática vaticana, contra la cual nadie ha podido todavía. Pesa demasiado. El Papa no quiere luchar contra ello, y va dando pistas de la importancia de las periferias, y hace cosas estrambóticas como escoger como cardenal a un cura llano, y dejar eternos obispos y arzobispos aspirantes a la cola. Él es así, el mundo lo ha hecho así, como cantaba Janette. Y al sucesor, Francisco también lo habrá podido modelar un poco, integrándolo en el selecto club de los cardenales.

Un día soñé que el Papa incluía a mujeres en el cónclave. Este pontífice es tan imprevisible que no nos tendría que extrañar que salga con alguna idea disruptiva. Ha añadido Asís, poniendo este pequeño lugar italiano en el mapa cardenalicio para remachar el clavo en el espíritu franciscano, de concordia y fraternidad que quiere dejar como legado. Él, mientras tanto, va dejando el jardín con la fauna que le interesa. No vaya a ser que no tenga suficiente tiempo de dejarlo todo bien atado.