Hay dos fotografías de abril del 2005, separadas sólo por unos días, que siempre me han parecido extraordinariamente significativas. Las dos están hechas en la plaza de San Pedro del Vaticano. La primera, del 5 de abril, es de Max Rossi (de la agencia Reuters) y se ve, como si flotara en medio de una multitud de fieles, el cuerpo sin vida de Juan Pablo II, vestido como sumo pontífice: rodeado por una marea humana, destacan los brazos que levantan cámaras fotográficas digitales que intentan fotografiar el instante memorable que sus portadores están viviendo y, sobre todo, que quieren certificar de su presencia en un acontecimiento que, en el mismo momento en que está pasando, ya está dando la vuelta al mundo en imágenes. La segunda es de Jasper Juinen (AP), y se ve, también en medio de una multitud, a Benedicto XIV, el nuevo Papa, de pie encima de un coche y también fotografiado por docenas de cámaras. Los dos acontecimientos, de gran trascendencia informativa, pero también de una muy fuerte carga religiosa para los creyentes, muestran lo mismo: este gesto de asistir al acontecimiento a través de las cámaras que lo fotografían. Ahora hace una década, estas imágenes ya ilustraban el principio de un universo de imágenes que todavía es el nuestro: todo el mundo hace en todas partes fotografías de todo lo que ve. Sólo hay que comparar estas imágenes con las del entierro de Pablo VI, en 1978, para descubrir la enorme distancia que separa los dos mundos. Allí donde antes todo era silencio compungido, actitud reverencial y recogimiento ritual, hace sólo una década, ahora era un frenético disparar de cámaras a manos de fotógrafos aficionados: cada asistente, un fotógrafo. No hay duda: la fotografía es el lenguaje visual hegemónico y también el más popular de nuestra época. Y sobre todo desde que la fotografía digital se ha hermanado con la telefonía móvil, multiplicando exponencialmente la producción de imágenes y al mismo tiempo su difusión.

La fotografía, desde sus orígenes, siempre ha querido retener la realidad que huye y que se escapa. Pero, a diferencia de las otras formas de representación, como la pintura, la fotografía certifica fundamentalmente una presencia: la de quien hace la fotografía ante el acontecimiento. “Eso pasó y yo estaba allí”: los dos principios que fundan el fotoperiodismo moderno, desde finales del siglo XIX, con su voluntad de dar a ver el acontecimiento, de acuerdo con los imperativos de la información. Pero no basta con hacer fotografías de lo que pasa para que las imágenes den a ver de manera efectiva la realidad: hace falta, además, que la fotografía “comunique”, interpele, emocione o conmueva y, además, suscite la mirada de los ojos que la contemplan. Es el imperativo de la comunicación: no es suficiente con informar, a través de la imagen; hace falta que la imagen sea elocuente, expresiva, que nos lleve al acontecimiento y que provoque en nosotros, que la miramos, determinados efectos, desde la empatía hasta el rechazo. Y eso depende, sobre todo, de su dimensión comunicativa. El doble imperativo de informar y comunicar funda, en realidad, el fotoperiodismo moderno.

Por eso es tan emocionante asistir a los momentos fundacionales del lenguaje fotográfico, y descubrir, en la mirada de los fotógrafos de talento, como, de qué manera y mediante qué procedimientos el simple hecho de registrar fotográficamente un acontecimiento acaba encontrando su lenguaje más propio para conseguir la comunicación que toda fotografía persigue. No puede decirse que todos los fotógrafos, ni que todos de la misma manera, lo hayan conseguido. De ahí la evidente diferencia entre grandes fotógrafos, fotógrafos notables y fotógrafos irrelevantes.

La exposición de los Pérez de Rozas perfectamente podría ocupar las salas del centros fotográficos de exhibición de referencia en el mundo

Actualmente, hasta el 21 de mayo, en el Archivo Fotográfico de Barcelona - AFB (Plaza de Ponç y Clerch, 2), se muestra una exposición fabulosa: “Pérez de Rozas. Crónica gráfica de Barcelona 1931-1954”. Es una selección de las primeras décadas de trabajo rescatadas del inmenso fondo fotográfico, formado por más de ochocientas mil imágenes, de la estirpe más importante de fotoperiodistas profesionales que ha dado este país. En cualquier país civilizado, este fondo sería objeto de culto. Y esta exposición, sería considerado como un acontecimiento cultural de primer orden.

Estamos ante una exposición que, perfectamente, podría ocupar las salas del centros fotográficos de exhibición de referencia en el mundo (el International Center of Photography de Nueva York, el Jeu de Paume de París o el Deutsche Museum de Berlín). Aquí, sin embargo, todavía hay periodistas y medios de comunicación, con complejo de Titanic, que siguen diciendo de manera ostentosa y reiterativa, que Barcelona está, en el mundo del arte y de la cultura visual, fuera de los circuitos de referencia internacional. Y son, paradójicamente, los mismos que han pasado por la exposición de puntillas, preocupados, como manifiestan a menudo, que en las exposiciones de Barcelona no se dan las colas que, por lo visto, encuentran en otros lugares del mundo. Por suerte, Barcelona hace tiempo que descartó la vía de las exposiciones blockbuster, aquellas que tienen más que ver con la cultura del espectáculo y de las cifras astronómicas que del trabajo riguroso, la vía del conocimiento y el placer sutil.

La exposición de los Pérez de Rozas en el AFB es, desde esta perspectiva, una exposición ejemplar y modélica: rigor, conocimiento y placer. Y permite, como pocas realizadas en nuestro país, asistir al momento fascinante de la aparición, el surgimiento, la articulación y la madurez del lenguaje fotoperiodístico moderno. En las salas de la exposición, se puede tener la sensación de ver, por primera vez, cómo se va configurando el relato fotográfico de los acontecimientos que todavía formatea nuestra mirada. Y se puede descubrir, como en una revelación, que la esencia de la fotografía, y su grandeza, no radica sólo en dar a ver la realidad, sino en hallar un punto de vista. Si tienen ocasión, no se la pierdan. Tendrán pocas ocasiones tan elocuentes como ésta de asistir al nacimiento, auroral, de la mirada moderna. Y mientras tanto, pueden explorar la exposición virtual que el Arxiu ha preparado con una elección espléndida de los fotoreportatges de Pérez de Rozas, todos ellos realizados entre 1931 y 1954: http://arxiufotografic.bcn.cat/perezderozas/