Cuando anteayer enfilé carretera arriba hacia el Lluçanès, pasaban pocos minutos de las doce del mediodía y en el Parlamento había acabado de nacer oficialmente la 43.ª comarca de Catalunya, aunque el Lluçanès ya hacía muchos siglos que había llegado al mundo. Rápidamente me pregunté cómo se celebra el nacimiento de un nuevo territorio, ni que sea burocráticamente hablando, por eso decidí ir in situ con la esperanza de encontrar centenares de personas celebrando la novedad, un poco como en aquel capítulo de La plaza del Diamante en que Rodoreda describe la proclamación de la II República el 14 de abril del 31. Ligeramente excitado y temeroso a la vez, decidí llegar al Lluçanès yendo por Manresa y después pillando el Eix, evitando así pasar por Vic. Quién sabe, me dije, solo faltaría que cogiera la C-17 para más tarde empalmar con la C-62 y acabara chocándome con milicias osonenses bloqueando la carretera cerca de Sant Bartomeu del Grau. Ni demostrando mi simpatía militante por el canónigo Colell o poniendo una canción de Obeses en la radio del coche sería capaz de convencer a los exaltados, temí.

Yo quería ser Arcadi Alibés en Canaletes y no Manel Alías en el frente de Ucrania, pero si las cosas se ponían feas, estaba dispuesto a ser Lord Byron en Grecia. Por suerte no hizo falta, ya que llegué a Sant Feliu Sasserra pasando por el Bages sin problemas. No me choqué con paramilitares lluçanenses de ninguna Columna Perot Rocaguinarda desplegando un control efectivo del territorio, dado que no hacía falta: a diferencia de lo que pasó el 27 de octubre del 2017, esta vez en el Parlamento la proclamación de una nueva administración territorial no había sido fake. Tampoco detecté ningún tipo de resistencia vigatana, quizás porque la gente de Osona siempre ha sabido que los del Lluçanès están hechos de otra pasta. Mi sorpresa, pues, fue chocarme con una inesperada y decepcionante tranquilidad. Las escuelas habían decidido continuar con las clases. Los rebaños pacían como si nada. Las pocas tiendas eran cerradas para comer, pero volverían a abrir sobre las cuatro y media. Nadie corría por las calles destapando botellas de cava. La única brizna de alegría que me pareció detectar fue unchaval haciendo el caballito con una Rieju de 49cc, pero no sé si era por el éxtasis neocomarcal o sencillamente porque era un quillo.

En la plaza de misa, sentados bajo un árbol, dos señores me miraron con la cara con que se mira a un forastero y cuando les pregunté qué se siente al ser una comarca, me dijeron que sentían exactamente lo mismo que ayer y seguramente lo mismo que el día siguiente, "pero ahora como mínimo no tendremos que ir a hacer los papeles en Vic". Aquel buen hombre con cara de tener un John Deere en el garaje de casa me recordó, con aquella sola frase, que cualquier reivindicación territorial es lícita si hay un argumento de peso detrás, y que alguien de Santa Eulàlia de Puig-Oriol tarde ahora veinte minutos menos para llegar a su Consejo Comarcal en Prats de Lluçanès de lo que tardaba antes yendo a Vic es, de largo, un argumento lo bastante sólido. De hecho, la primera división territorial de la historia de la Generalitat, la de 1936, construyó el mapa comarcal de Catalunya con un criterio muy parecido: Pau Vila envió una carta a cada Ayuntamiento preguntando donde iban al mercado, es decir, basando la configuración de cada comarca a partir de los vínculos internos entre los pueblos y de su proximidad con los núcleos comerciales de población, por eso la orografía de una zona siempre determina la identidad comercial, cultural y en última instancia administrativa de cada rincón de mundo.

El Lluçanès, explicado rápido y deprisa, es una meseta entre el Ter y el Llobregat situada en el piso de encima de la Llanura de Vic, con una geografía propia muy particular. "Somos como el ático abandonado de Osona, ¡por eso aquí no tenemos ni un triste Esclat!", me dijo una chica de Olost que salía de comprar el pan en Cal Parra. Josep Pla, más prosaico, dejó dicho que "el Lluçanès tiene la tenacidad y la dureza del vigatanismo, pero el sentido moderno de todo el Llobregat". Básicamente, es aquello que el pujolismo denominaba rerepaís, aquello que los chicos de Esquerra denominan territori y aquello que los catalanes normales consideramos país, ya que para los que sabemos que hay vida más allá de Barcelona y su Área Metropolitana, el Lluçanès ha sido sentimentalmente una comarca siempre, desde hace siglos. Que desde el miércoles la Wikipedia –y el DOGC- diga que lo es oficialmente, sencillamente, certifica que desde el 3 de mayo es también un sujeto jurídico que permitirá a sus habitantes disfrutar de un mejor aterrizaje de las políticas generales, ya que de eso sirve tener una comarca, por mucho que algunos en Twitter se piensen que crear de sopetón el Lluçanès es sinónimo de tener un chiringuito más en la cual enchufar cargos políticos con ganas de calentar la silla.

Hay que conocer muy poco la Catalunya interior, que es el motor anímico y emocional de la Catalunya que se proyecta al exterior, para no entender que hay rincones del país que desean lícitamente no depender de consejos comarcales en los que no pintan nada. Siempre encontrarán el apoyo lordbyroniano de un servidor por mucho que la cosa no vaya conmigo, seguramente porque yo mismo no me cansaré tampoco nunca de luchar por causas aparentemente innocuas y a la vez preciosas, como por ejemplo que el IEC acepte de nuevo el dígrafo -ch para la oclusiva velar a final de palabra. La asimetría territorial es necesaria, por eso primero fue el Moianès, ahora ha sido el Lluçanès y ojalá bien pronto el Montserratí, por ejemplo, se convierta en la 44.ª comarca catalana, ya que es de sentido común apreciar que no tiene ninguna semejanza la vida de un pueblo como Collbató con la de un municipio como Castelldefels o Cornellà. Si el Lluçanès es la Escocia del Montserratí, Sant Boi de Lluçanès y Sant Agustí del Lluçanès son su particular Derry y Belfast: no forman parte de la nueva comarca y desde el miércoles han entrado al curioso club de municipios con un topónimo en su nombre que es el topónimo de una comarca de la cual no forman parte, como por ejemplo Fornells de la Selva, Calonge de Sagarra o l'Hospitalet de Llobregat.

En resumen, pues, la consecución de la soberanía comarcal del Lluçanès no ha causado ninguna fractura social y, por lo tanto, no ha derivado en ningún conflicto armado que despierte el ansia militar de los nostálgicos de Josep Galceran. En el instituto de Prats de Lluçanès, por ejemplo, los alumnos no son castigados en caso de no utilizar el adjetivo genuino 'escotorit' para referirse a alguien avispado. Hay una pax romana que reina por todas partes, tal como pude comprobar después de comer en Cal Trumfo, en La Torre d'Oristà, donde un matrimonio de la mesa del lado me explicó que aunque él era de Perafita y ella de Santa Eulàlia de Riuprimer, de momento no tenían previsto divorciarse. Al contrario, "viam si hoy nos arrambamos, que ser una comarca se tiene que celebrar", dijo él risueño mientras removía un carajillo de Marie Brizard y ella le hacía callar. Que una resolución del Parlament conduzca al fornicio en una comarca es una cosa que a un romántico como yo le toca la fibra, evidentemente, ya que nada sería más bonito que apreciar una oleada de nacimientos dentro de nueve meses, alrededor de febrero, y que algún día los padres de esta chiquillada les explicaran que son hijos del 3 de mayo, el día que "El Lluçanès es comarca" dejó de ser una pintada en la carretera, una bandera en los balcones o un hashtag en Twitter para convertirse, por fin, en una realidad.