El Financial Times llevaba este fin de semana una pieza originalísima, sin firmar, que venía a vaticinar que el oficio de periodista tiene muchos números para convertirse en una reliquia. La pieza se hacía eco de un sistema de inteligencia artificial construido por IBM que es capaz de mantener debates sobre temas de actualidad con buenos oradores y ganarse al auditorio.

El robotito, que tiene voz de Inés Arrimadas, ha sido bautizado con el nombre de Debater y se compara con el Deep Blue, que en 1997 venció al jugador de ajedrez Garri Kaspárov. Aunque el artilugio todavía no está en condiciones de ganar una liga de debate universitario, el diario aseguraba que pronto será capaz de escribir la mayoría de editoriales y de artículos que se publican en la prensa europea.

La noticia me ha hecho pensar en los académicos que, cuando yo estudiaba, trataban la objetividad como si la función de la prensa fuera contar soldados o kilos de patatas. La cara que hacía mi entorno de sabelotodos cuando osaba insinuar que la realidad objetivable más profunda cuando escribes y cuando razonas son los sentimientos, no la he olvidado y por poco no me traumatiza.

Dejo de lado el hecho que el cerebro es el elemento más complejo que conocemos del universo, y que hay más sinapsis dentro de nuestra cabeza que estrellas en el universo, cosa que justifica aquella frase hecha que dice que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Dejo de lado la discusión que hay entablada entre los ingenieros sobre la capacidad de la inteligencia artificial de crecer de forma cualitativa, más allá de la velocidad de cálculo, que se multiplica a un ritmo exponencial.

Para que un diario haya llegado a plantear la posibilidad de que los periodistas puedan ser sustituidos por máquinas en el futuro, hay que haber invertido mucho años en promover el cretinismo en el oficio. De momento los avances de la inteligencia artificial nos sirven para recordar una cosa: que si empiezas a reducir al hombre a las técnicas que ha desarrollado para sobrevivir y civilizarse se deshumaniza y se vuelve replicable.

El periodismo va mucho más allá de escribir sobre un punto de vista de manera clara y ordenada porque la realidad solo toma sentido cuando pasa a través de los traumas de una persona consciente y viva. Sin la humanísima necesidad de alzarte por encima de tus propios sentimientos para ver las cosas con un poco de claridad, no se puede pensar, solo se puede hablar y escribir como un loro.

Es el esfuerzo que hacemos para entender y para explicar el impacto que el mundo tiene en nuestra sensibilidad aquello que da pie al pensamiento y el discurso sobre la realidad. Un robot no podrá pensar nunca como un hombre porque no se tendrá que beber nunca 4.000 whiskies, llamar a 3.000 amigos y leer el código civil francés durante tres horas para poder escribir un puto artículo.

Un robot no tiene circunstancia, ni historia, ni miedos, ni amigos, ni conciencia, ni nada que lo haga lo suficientemente vulnerable para vincularlo al mundo. Los días que no puedo ordenar la realidad a través de alguna persona que quiero entro en espirales de oscuridad intelectual tan desconcertantes que soy como un gato que se come su propio pelo y maúlla enrabiado después de cada pequeño vómito. A veces incluso necesito ver alguna película de nazis, para calmarme.

Por eso nunca habrá un robot en el mundo que pueda sustituirme. Ni a mí ni a ninguna persona normal que escriba. Porque escribir es hurgar en la herida y dejar que sangre, incluso cuando haces periodismo. Ya sé que parece una frase sacada de una canción de Lola Flores pero es así. ¿Si no eres capaz de elevarte por encima de tu dolor, porque no sabes qué es el dolor, qué realidad quieres interpretar, robot idiota, hombrecillo de lata sin corazón, con un embudo en la cabeza?