Como decía Antoni Puigverd el otro día, la obsesión del Estado español con Puigdemont empieza a parecer la del Coyote con el Correcaminos, aquella ave risueña de los dibujos animados de la Warner Bros. El que da importancia al Correcaminos es la obsesión oscura del Coyote para cazarlo. Pocas tiras de televisión para niños explican tan bien la superioridad que los impulsos espontáneos de la vida tienen sobre los cálculos maquiavélicos de los malos.

La pobre ave no parece especialmente inteligente, pero hace aquello que sabe hacer, que es correr todo el día arriba y abajo, gritando beep beep. Puigdemont es un poco igual. Una parte de su entorno intenta utilizarlo para negociar con los españoles, que también dan pescadito frito a ERC, hasta el punto que por este motivo Junqueras está seguramente hoy en la prisión. Pero la mayoría de la gente sólo ve en Puigdemont a un político exiliado que va por el mundo haciendo proselitismo de su país, como haría cualquier patriota catalán, que tuviera prohibido volver a casa.

El viaje a Dinamarca ha abierto un frente peligroso para el Estado español. Si Puigdemont viaja a un tercer país, como parece que hará, los ciudadanos europeos podrán empezar a dibujar un mapa de la Unión cada vez más dividido en relación al caso de Catalunya. Un mapa europeo que permita distinguir entre los países amigos de los catalanes y los países amigos de los españoles, no es una idea que pueda gustar en Madrid. Y menos ahora que Junker y algunos colaboradores suyos empiezan a plantearse seriamente la necesidad de repensar Europa.

En este contexto, el Estado necesita evitar como sea la investidura de Puigdemont. Si es investido presidente el impacto de sus viajes se multiplicará, y también las discusiones que se derivan sobre el futuro de Europa. No se tiene que olvidar de que en el entorno del líder independentista hay chicos como Aleix Sarri que hace tiempo que trabajan desde Bruselas la idea de que los estados centralistas como España o Francia, que quiere reintroducir el servicio militar obligatorio, son un lastre para la integración del continente y el progreso de la Unión.

Los españoles preferirán hacer lo imposible por vetar un candidato que se ha presentado a las elecciones que ellos mismos han organizado, antes que verse desautorizados delante del mundo. En cambio, el presidente del Parlamento, Roger Torrent, no podrá obedecer a los requerimientos de la justicia española sin que ERC desaparezca del mapa en las próximas elecciones, y la Generalitat autonómica pase a ser percibida como una especie de gobierno de Vichy, pensado para controlar a los catalanes.

Poco a poco entramos en una nueva fase de confrontación con España. Arrimadas no lo sabe, porque no sale en su power point. Pero España está construida con un sistema de fuerzas que hace que la autonomía tenga que estar controlada por los nacionalistas catalanes, para que todo vaya bien. Si Catalunya no se reprime dócilmente a ella misma como en la época de Pujol, el independentismo se dispara y la política española entra en crisis, como pasó durante los siete años de tripartito.

Si el Parlamento inviste a Puigdemont habrá realizado su primer acto político unilateral y la declaración de independencia de finales de octubre cogerá un vuelo que no tenía. Si hay que ir a elecciones, la única oportunidad que los españoles tienen de salir adelante bien es que el independentismo boicotee las urnas, cosa que es difícil que pase. Es más probable que, si hay elecciones, vuelva a ganar una lista independentista, esta vez con un programa partidario de la unilateralidad.

Hasta el uno de octubre el punto de ruptura con España estaba situado en el referéndum. Como conseguimos celebrarlo ahora cualquier cosa, por pequeña que sea, tiene un potencial destructivo imprevisible. El hecho de que el Consejo de Estado haya contradicho el gobierno del PP, no solamente apunta que el jefe de gabinete del Rajoy, José Luís Ayllón, ha metido la pata. Tambien deja claro que, para quedar bien, el Estado quemará a los políticos que haga falta para evitar la independencia y después los tirará en la papelera de la historia.