Los independentistas catalanes mataron a Kennedy por órdenes del malvado Carles Puigdemont. Ni Manuel Vázquez Montalbán se habría imaginado que el título de su primera novela (1972) daría para tanto. La culpa de todo lo que ocurre o no ocurre en España es del independentismo del nordeste. Que en  Andalucía, Murcia o Madrid sube Vox, la culpa es de los independentistas. Que el PSOE dicta la ley mordaza digital, la culpa es de Puigdemont, que es un obseso de las nuevas tecnologías. Que el PSC insinúa que quiere cargarse la inmersión lingüista, no cabe ninguna duda de que la culpa es del independentismo que ha dividido a la sociedad catalana, como escribirán los acólitos en los diarios del régimen. Pero resulta que el catalán está tan primado en Cataluña, que un señor como Gabriel Rufián, dirigente de un partido independentista, habla en castellano siempre y se bambolea cuando emplea el catalán. No es un reproche, solo una constatación. En Catalunya, como en Santa Coloma, cuna de la inmersión lingüística y barrio donde nació Rufián, el catalán está discriminado. Si no lo está más, es porque la administración y los medios de comunicación públicos aguantan las cornadas españolistas.

El independentismo sirve para justificar todo tipo de rectificaciones. La derecha catalana también usó la guerra civil para acusar al catalanismo, que no era independentista, de todos los males anteriores. En vez de culpar a la izquierda —la republicana, la comunista o la socialista—, lo que habría sido comprensible tratándose de gente de orden y parafascista, prefirieron apuntar hacia el catalanismo. Algunos de sus descendentes —Ignasi Guardans, por ejemplo, uno de los nietos de Cambó—, en Twitter adopta la misma actitud, hasta el punto de escribir la descomunal majadería de que Quim Torra ha hecho más daño a las instituciones de autogobierno de Cataluña que Franco en 40 años. El buen hombre, que engordó a expensas del pujolismo con todo tipo de cargos y privilegios económicos, no se capaz de seguir la frase, supongo que por pudor. Torra también mató a Kennedy, debe de pensar, pero se olvida de apuntar que Franco hizo fusilar a miles de catalanes, incluyendo al presidente de la Generalitat Lluís Companys. La mala fe de Guardans es notoria. Su inmoralidad, también.

El desdén hacia los escritores catalanes en lengua castellana es resultado del centralismo provinciano madrileño, pero estos escritores —que no son todos los que escriben en español— se descomponen y entonces quién mató a Kennedy no es ya el independentismo, ni el proceso, sino directamente el catalán

El odio contra el soberanismo de algunos sectores de la sociedad catalana hispanizada es tan exagerado como la mentira que difunden los que ahora dicen que el catalán está sobredimensionado. A esta gente le recomendaría la lectura de un artículo de mi amigo y colega August Rafanell sobre la destrucción del catalán bajo el franquismo. Les invito a leerlo pulsando el link, pues es un escrito entendedor para explicar la perplejidad de la represión anticatalana. Afirma Rafanell que Max Aub, un escritor de origen franco-alemán asimilado a la cultura castellana, al volver del exilio en 1969 se sorprendió de la desaparición del catalán en las calles. En los años 20 había pasado temporadas en Cataluña y tenía claro que el catalán  funcionaba como una realidad insobornable en un ambiente cosmopolita. En 1969, en cambio, Catalunya estaba castellanizada, quizás no definitivamente, como habría querido el ministro José Ignacio Wert, y el catalán encerrado en casa. Los burgueses catalanes, además, los que ostentan apellidos catalanísimos, se pasaron al castellano con armas y bagajes. La sacudida de 1939 fue tremenda. No es que los nacionalistas —los franquistas, claro está— prohibieran el catalán en la calle, en la enseñanza o en la administración, es que expulsó, dice Rafanell, a “la intelligentsia del país: aquella que había sido fiel a la democracia y al catalanismo, que era la mayoritaria”, y sostenía hasta entonces el sistema cultural en catalán. Perseguir, expulsar, exiliar, encarcelar, son verbos que los catalanes hemos tenido que conjugar tanto como todos los demócratas españoles. Pero nuestro castigo siempre ha sido doble.

“El catalán ni lo hablo ni, por supuesto, lo escribo”, este es el resumen de la actitud de muchos escritores catalanes en castellano en Catalunya. No es que se sientan perseguidos, es que les molesta que, escribiendo en castellano en Catalunya, sean considerados periféricos en España. El desdén hacia los escritores catalanes en lengua castellana es resultado del centralismo provinciano madrileño, pero estos escritores —que no son todos los que escriben en español— se descomponen y entonces quién mató a Kennedy no es ya el independentismo, ni el proceso, sino directamente el catalán. Todos los males tienen su origen en la terquedad de la “masa gregaria” catalana, manifestada incluso después de la ocupación franquista, de seguir usando la lengua perseguida.

En un encuentro internacional celebrado hace algunos años en Múnich, presenté una ponencia con el título El argumento perverso. Intentaba demostrar que negar la persecución del catalán porque seguía vivo, que era el argumento de individuos como Jon Juaristi, era una perversión. En aquel seminario coincidí con Vázquez Montalbán y Joan Ramon Resina, que era quien me había invitado. Los catalanes no matamos a Kennedy —le dije al gran Manolo mientras comíamos. Él esbozó una sonrisa. Y es que los dos sabíamos —él mejor que yo, seguramente, porque nació en el Raval— que la resiliencia de un idioma no niega que haya sido perseguido o que no haya habido la voluntad de erradicarlo desde el poder. La inmersión es una deuda histórica que se debe pagar a los catalanes para reparar la persecución sistemática del catalán y el fomento del secesionismo lingüístico por parte del españolismo. “Som tots [...] / fills de l’espanyol i la seva / muller de sempre, que és la por”, escribió Gabriel Ferrater en 1974 y Rafanell nos lo recuerda en su artículo. No tengamos miedo, pues, y opongámonos a brazo partido a los que quieren asimilarnos a lo que no somos.