Se veía venir. De una hora lejos. O más. Votar en plena tercera oleada de la pandemia (¿o era la segunda un poquito alargada?) ha provocado una avalancha de peticiones de sufragio por correo. Lógico. Y también se veía venir que Correos no podría asumir lo que le ha caído encima. Lógico. Y que el sistema acabará colapsado. Nos podemos jugar no un guisante sino una olla de guisantes estofados. Y naturalmente, también veíamos a venir que habría colas no menores para poder realizar el primer trámite, el de apuntarse. Y si tienes que hacer una cola considerable para pedir el voto por correo, por el mismo precio, la haces el día 14 para votar. Pero pierdes un derecho. Una inmensa absurdidad. Una más en una situación nunca vista en nuestra historia y que la estamos despachando como si fuera lo más normal. Y no, no lo es. Y ahora el bonus track de los carteros. Y de las carteras. De quienes todo el mundo se ha olvidado. Totalmente.

Un colega que ha ya votado por correo me ha explicado el proceso. Él lo pudo tramitar digitalmente, porque al ser autónomo tiene activados los mecanismos pertinentes (por cierto, inciso: si la mayoría de ciudadanos tenemos una tarjeta de débito con la que operamos normalmente o pagamos con el móvil, debería ser habitual que tuviéramos un DNI digital, la firma digital o el certificado digital. O alguna cosa digital. Si no es así, quiere decir que alguna cosa no se está haciendo bien, ¿no? ¿Y quizás ahora sería hora de ponerse a ello, no cree? Todo el mundo, administración y nosotros). Total, que a mi colega le vino el cartero a casa y él tuvo la suerte de estar, porque van cuando pueden y no avisan. Le dio las papeletas de todos los partidos, él escogió una, se la dio, y tema resuelto. En total, 5 minutos.

Pero, claro, servidor de usted empezó a tener dudas, curiosidades y preguntas. ¿Mientras votas, qué haces con el cartero? No lo dejarás en la calle esperando... ¿Lo haces sentarse en el recibidor? ¿Y si allí no tienes sillas? ¿Que entre al comedor? ¿Lo acomodas en el sofá? ¿Lo invitas a café? ¿Le sacas unas pastas? ¿Un plátano, que tiene potasio y da energía? ¿Haces como con los Reyes del Oriente y le dejas unas galletas o unas mandarinas en un platito y él mismo?

¿Y tú, escoges la papeleta delante de él o te vas a un lugar discreto? ¿Muy bien, dónde? ¿A la cocina? ¿Y si acabas de hacer unas fantásticas alcachofas fritas, la papeleta te coge un poquito de olor de comida, olfateándola descubren quién eres y, por lo tanto, qué votas? ¿Te vas a la habitación de planchar, que también es la de los trastos, el despacho desde donde haces las videoconferencias de trabajo, el lugar donde guardas los zapatos, donde tienes dos cajas todavía sin abrir de la última mudanza, el aparcamiento de la bici estática, donde los niños dejan los juguetes y donde desde hace un año está la bolsa con la ropa para dar a la parroquia? ¿O te instalas en el WC, el lugar de la casa donde suele haber más tranquilidad para meditar convenientemente? ¿Y mientras, el pobre cartero, qué? ¿Le pones la TV para que se entretenga? ¿Y qué cadena? ¿Una de aquellas donde todo el día sale gente extraña haciendo reformas consistentes en tirar todas las paredes, que siempre son de conglomerado?

¿Y cuando el cartero sale de tu casa y se va a otra casa para seguir ofreciendo el servicio del voto por correo, se lava las manos? ¿Se las desinfecta? Teniendo en cuenta que los pisos son lugares cerrados, ¿estamos poniendo en riesgo la salud de estos trabajadores que quizás visitan 7, 8 o 14 domicilios por día?

Una amiga me ha explicado que en su casa hay tres personas censadas y que las tres han pedido el voto por correo. Hoy les han llevado las papeletas. ¿Sabe cuántos carteros han ido? ¡TRES! Y cada uno llevaba la documentación de uno de los solicitantes. No he podido evitar imaginarme la cola de los carteros en la puerta de su casa. "A ver, ¿quién es el último para dejar las papeletas que han pedido ellos haciendo cola previamente en Correos?". ¡Delirante!