El corazón del Califa ha dejado de latir en plena pandemia. Y con él desaparece una de las últimas voces de la izquierda española, uno de los últimos republicanos que quedan en una España en la que incluso los que se declaran nominalmente republicanos son monárquicos hasta la médula. "Por favor, si usted me habla de la izquierda no me hable del PSOE", le dijo a Laura Rosel en TV3.

Una de las últimas entrevistas que se le han hecho a Julio Anguita fue en el Catalunya Vespre. Laura Rosel lo tuvo veinte minutos en antena, el último lunes de abril. La misma Rosel lo había entrevistado para el Faqs, en febrero del 2018. Y vale la pena, hoy, visionar de nuevo aquella entrevista para recordar la dimensión política y humana de Julio Anguita. Cuando la periodista le preguntaba: "¿El 'a por ellos' es patriotismo español o nacionalismo español?". El Califa, lisa y llanamente, respondía: "Es una vergüenza, es el rugido de las vísceras".

Eran los tiempos de la investidura fail de Puigdemont y Rosel centró la entrevista en el procés. Anguita se mostró crítico con el choque de trenes, a ambos lados, pero no dudó a afirmar "el pueblo catalán tendrá que decidir en un referèndum pactado". O "han utilizado el 155 como excusa para una auténtica tropelía". Pero tampoco fue condescendiente. Para Anguita, Puigdemont tendría que haber vuelto a Catalunya "pero tal vez no quería asumir la prisión", que tildó "de totalmente injusta pero a veces hay que aceptar esa injusticia". Y concluyó "yo me habría entregado" porque, expresando una opinión controvertida, "la heroicidad puede acabar siendo una farsa". Es obvio que ni simpatizaba con el independentismo, ni en cómo se había gestado el procés y todavía menos con el desenlace final. Pero era un demócrata de cabo a rabo.

También Gabriel Rufián le había hecho, en pleno confinamiento, una breve entrevista para La Fábrica. Posiblemente durante este confinamiento Rufián ha hecho algunas de las mejores entrevistas, la elección de personajes es determinante. Y Anguita ha sido uno de ellos. Posiblemente por eso y por la admiración personal, Rufián escribió un emotivo artículo en saber de su fallecimiento. El más interesante es el enfoque de Rufián, como describe el barrio del Fondo de Santako. A "Anguita: se va el mejor" evoca su infancia en este barrio popular del cinturón industrial del Barcelonès.

"Jamás un silencio fue tan respetado en los barrios como el silencio de cuando salía Julio Anguita en la tele: uno de los nuestros hablaba, la persona más fuerte con el corazón más débil". A Rufián, bromeando, Mònica Terribas le decía "El poeta del olivo". Porque los Rufián vienen de Jaén y porque el primer Rufián tenía más de poeta cautivado por García Lorca que de político. Rufián se había educado en un barrio, como tantos otros, donde la buena gente no escuchaba el Llach sino Víctor Jara, otro universo cultural y sociológico pero con sólidos valores de izquierdas —al menos entonces— muy arraigados.

Estos barrios, estas barriadas, también son Catalunya. Han dejado atrás el barro de las calles y se han dignificado. Viven la catalanidad con una sentida españolidad. Son barrios que viven muy lejos del universo nacionalista que ha representado la derecha catalana. Pero que progresivamente han ido sumando votos a favor de opciones inequívocamente independentistas y republicanas. Todavía sin reunir una masa crítica suficiente. Pero ya sumando porcentajes respetables. Si tantos pueblos y ciudades han pasado de ser feudos de un catalanismo conservador, a veces del caciquismo, de una derecha catalanista (incluso en algunas ocasiones con pasado franquista) y ahora han abrazado mayoritariamente el independentismo, me pregunto por qué motivo no pueden estos barrios acercarse cada día más a opciones republicanas. De hecho, siendo honestos, si es que un día queremos ser República con pelos y señales, será imprescindible seguir ganando complicidades. Aquí está donde este país se juega la partida. En Fondo o en Bellvitge. En Cornellà o en Pont de Vilomara. Ahora bien, será lento, nunca será con términos absolutos, y será posible seducir (con tantos matices como haga falta) con una oferta claramente republicana, lejos de aquel catalanismo nacionalista que identifican con la derecha catalana que seguro que ha servido al país. Pero que se muestra impermeable a esta realidad de tantos barrios del país. Y es precisamente aquí que el republicanismo del Califa, la izquierda transformadora, puede tejer amplias complicidades con un independentismo que predica una República mientras cuestiona los fundamentos de un régimen del 78 que es sobre todo el de la restauración monárquica impuesta por el franquismo. Y justo aquí, en estos territorios de mezcla desigual de lenguas e identidades, es donde chirría la izquierda española y donde más complicidades puede encontrar el independentismo. Explica Rufián que la primera vez que oyó hablar en catalán, en la calle, fue ya siendo un adolescente. Y no era sólo una cuestión de lengua, era una cuestión cultural, en sentido amplio. Ganar la República significa y reclama seducir al país entero. Un país de sardana, de jota genuina. Pero también es el país del Peret y de los barrios que vibraban con él.