En el edificio de la transición tampoco se vivía tan bien como algunos querían hacer creer a sus vecinos, pero nadie lo cuestionaba. Lo habían construido en un momento en que o era aquello o nada y a todo el mundo le estuvo bien. De hecho, había edificios mucho peores.

Con el paso de los años, empezaron a fundirse bombillas de la escalera que nadie cambiaba. Y empezó a fallar la antena colectiva y algunos canales se veían con interferencias. Y hubo aquella vez en que el ascensor estuvo estropeado una semana. Y después se obstruyó la cloaca. Y después hubo una plaga de ratas. Y empezaron a caer trozos de fachada. Y empezó a desaparecer gasolina de los coches que estaban en el parking. Y robaban correo del buzón. Y cuando se supo que era la hija del presidente de la escalera, él continuó en el cargo como si nada, con la excusa de que no sabía nada de lo que hacía su hija.

Hasta que el propietario del edificio decidió que, para evitar que los vecinos se acabaran sublevando, tenía que detener aquello. E hizo abdicar al portero, una figura medio decorativa pero muy importante en el ideario de los edificios con portero. Creía que era una operación de maquillaje suficiente como para:

1/ Hacer ver que se estaban tomando medidas para cambiar la situación.

2/ Avisar a según quien de que en el edificio, a partir de aquel momento, se tenían que guardar ciertas formas. Y que el correo no se roba.

La cuestión era que la culpa de todo lo que fallaba venía, sí, de una gestión deficiente, pero sobre todo de la propia estructura del edificio. Era antiguo y estaba construido con unos materiales que no habían resistido el paso del tiempo. Además, los últimos años habían llegado nuevos inquilinos, más jóvenes, que no se conformaban con unos servicios del siglo pasado que a los inquilinos más veteranos ya les iban bien.

Naturalmente, el propietario no estaba dispuesto a cambiar nada esencial del bloque. Sólo faltaría. ¿Pintar la fachada? Y tanto. Pagando usted una gran parte, como si la quiere pintar dos veces. ¿Ascensor nuevo? Si, cabina y motor a cambio de un pequeño aumento de alquiler. ¿Servicio de videovigilancia? Ningún problema, repartido entre todos los vecinos saldrá baratito. ¿Algunas vigas con patologías estructurales? Pues se cambian. Pero sólo algunas. Las suficientes para evitar que el edificio caiga. Pero ni una más.

Los nuevos inquilinos no tenían bastante con este maquillaje. Querían un edificio nuevo. Fue cuando el propietario decidió cambiar al presidente y puso a uno más joven y sin ninguna relación con la gestión anterior. ¿Problema? El viejo presidente no quería marcharse (por cierto, su hija seguía haciendo desaparecer cosas sin problema), ni los vecinos de toda la vida querían mucho revuelo. Las cosas nuevas dan miedo a según qué inquilinos.

Y así estamos ahora mismo. Con la duda de saber si los nuevos vecinos conseguirán echar a definitivamente el presidente de la escalera y su manera de hacer de toda la vida o podrán colocar a un presidente realmente nuevo que haga las cosas de otra manera. Teniendo en cuenta, sobre todo, una cosa muy importante: el propietario permitirá cambios hasta un cierto punto.

Vaya, que la estructura del edificio no se toca.