Catalunya ha vuelto al blanco y negro. El triste espectáculo propiciado por la respuesta antipolítica del régimen del 155 a la ola democrática desatada por el independentismo catalán no tiene nombre. Este sábado 11 de noviembre del 2017, en Barcelona, en la muy global y muy cool y muy lo que tú quieras ciudad de Barcelona, familiares de presos políticos y exiliados catalanes, los Jordis, los líderes de entidades de la sociedad civil que mueven centenares de miles de personas, y los miembros del gobierno elegido por el Parlamento escogido libremente por los ciudadanos y cesado por Mariano Rajoy, los unos en las prisiones madrileñas, los otros en Bruselas, encabezaban una nueva manifestación gigantesca -tenemos el récord- para pedir libertad. Libertad.

¿Presos políticos? Ya no puede haber ninguna duda que en España los hay, después de la declaración de la presidenta del Parlament y los miembros de la Mesa, que han podido quedar en libertad -Carme Forcadell ha pasado una noche en la prisión y ha salido al pagar 150.000 euros de fianza- una vez han manifestado ante el juez "bueno" del Tribunal Supremo que la República catalana se declaró de manera "simbólica". Y que el 155 activado por el gobierno del PP con el apoyo del PSOE y de C's, se asumió con la disolución del Parlament. Al final de todo, hemos ido a parar allí donde estábamos en 1977: al miedo y a soñar con ser libres. El final del camino de 7 años de proceso estatutario fulminados con un (auto)golpe constitucional, y de 7 años de proceso soberanista decapitado con otro (auto)golpe constitucional. España es una democracia disciplinaria y el catalanismo rebelde, nord enllà, ha tropezado con una Europa casi a oscuras. A oscuras.

España es una democracia disciplinaria y el catalanismo rebelde ha tropezado con una Europa casi a oscuras

Los de la generación de quien suscribe -los del ya lejano 68- nunca hubiéramos pensado que, al llegar a la cincuentena, cuando ya hemos recorrido para bien o para mal más de media vida, seguiríamos hablando de libertad y democracia como carencias. Y de franquismo. Que los fachas que nos asustaban por las calles cuando éramos niños (teníamos 14 años y una confusa e incipiente "conciencia política" cuando el golpe de estado de Tejero o cuando el PSOE de Felipe llegó a la Moncloa) volverían a salir del agujero negro de la historia. Sabíamos que nunca se habían marchado del todo. Pero nunca previmos que algún día se les tendría que tratar de "demócratas", a los fachas, ni que políticos demócratas compartirían con ellos cabeceras de manifestación en el paseo de Gràcia. Los fachas.

Hoy como en 1977, el catalanismo -ahora mayoritariamente independentista/soberanista- tiene que pedir libertad (Catalunya es un territorio policialmente ocupado por el Estado español), amnistía (para los encarcelados) y, más increíble todavía, Estatut de autonomía. Sí, porque la autonomía ha sido intervenida y, a la práctica, suspendida. No es extraño que el castellano vuelva a ser lengua oficiosa de las comunicaciones internas en las conselleries donde entran y salen sigilosamente los hombres de negro de los ministros Montoro o Dastis, o que De la Serna prohíba al Puerto de Barcelona participar en misiones comerciales al extranjero hasta después de las elecciones del 21-D. El 21-D.

La mitad de los catalanes disponen de un Estado que al parecer les protege y la otra mitad un Estado dispuesto a trincharlos

El año 77 también hubo elecciones, las del 15-J. Como las convocadas por Rajoy, también se hicieron en día laborable y lo recuerdo no porque tenga una memoria prodigiosa sino porque a los otros niños del barrio con los que bajábamos a la escuela sus padres no los dejaron salir de casa por miedo. La gente hablaba en voz baja de política y la gente vuelve ahora a hablar en voz baja de política en Catalunya porque ahora como entonces es mentira que seamos libres. La libertad era entonces una promesa y ahora también, pero resulta que por el medio han pasado 40 años. Y es mentira que sean libres las elecciones del 21-D y me temo que algunas más que vendrán. Es mentira porque la mitad de los catalanes tienen un Estado que al parecer les protege y la otra mitad un Estado dispuesto a trincharlos. La fractura.

Puigdemont Brussel·les Fiscalia EFE

Las porras de la policía española, el 1 de octubre, y los encarcelamientos, y la amenaza de tener que gestionar durante muchos años una autonomía vigilada como máximo horizonte para el autogobierno, han acabado con la revolución de las sonrisas. La discusión sobre las listas unitarias o separadas para el 21-D, si bien responde a causas que se arrastran desde hace mucho tiempo -el eterno y legítimo combate entre ERC y el PDeCAT por la hegemonía del soberanismo- también es deudora de este marco de fin del sueño. El Estado mayor del independentismo calculó mal cuánta represión era capaz de aplicar España para aplastar la revuelta catalana; y no supo prever hasta qué punto callaría Europa ante el atropello de los deseos de reconocimiento nacional de una parte de sus propios ciudadanos, intramuros del perímetro comunitario de seguridad, libertad y democracia. Descartado el sueño español, fin del sueño europeo. El sueño.

Cuando se habla de acabar con los bloques, en realidad se está diciendo al bloque independentista que se disuelva

El Estado mayor del independentismo pensó que la respuesta de España y de Europa sería proporcional a la "verdad oculta": la imposibilidad de materializar la República catalana al ritmo que le exigía la calle. El independentismo creyó que no habría más garrotazos de la cuenta, ni mucho menos encarcelamientos, porque Madrid sabía que los independentistas no podían ir más allá. Y porque España "es" Europa. Más bien parece que no. Que, contrariamente a lo que se pensaba en Barcelona, Madrid sí que creyó que Puigdemont y Junqueras saldrían adelante, que la independencia podría llegar a ser un hecho.

Lo peor que podría hacer ahora el independentismo es aceptar el retorno a 1977, a la preautonomía

Quizás por ello el gobierno español y sus aliados han optado por retrasar el reloj 40 años atrás. Por eso precisamente, y a pesar de todo, lo peor que podría hacer ahora el independentismo, vaya como vaya a las elecciones y pase lo que pase el 21-D, es aceptar la hora de Madrid, el retorno a 1977, a la preautonomía. La vía clásica para hacerlo es asumir el marco mental de la (falsa) fractura impuesto por los (auténticos) fracturadores. Este marco es el que habla de la necesidad de poner fin a la política de bloques, en plural, cuando en realidad está diciendo al bloque independentista que se disuelva porque es el responsable de la fractura. Este es el marco que ha comprado la izquierda equidistante y que intentará aplicar al próximo Parlament y al próximo gobierno. La (falsa) fractura.