Albert Sáez contó muy bien el otro día en El Periódico el papel que la figura de Xavier Trias está destinada a jugar en el concierto político de la Catalunya de Vichy. El PP todavía no se ha rehecho de las bofetadas del 1 de octubre. La derecha española tuvo que dejar el gobierno, con la excusa de la corrupción, y dividirse entre radicales y moderados para dar un poco de aire y credibilidad al régimen de la Transición. Con la ayuda de Oriol Junqueras y de Carles Puigdemont, Vox escindió la derecha constitucional e hizo de coco franquista para asustar a los catalanes y jugar con sus traumas familiares. Mientras tanto, Pedro Sánchez pactaba con Podemos para escenificar la superación del Valle de los Caídos y del PSOE de los GAL.

El problema que tiene ahora el Estado es que sin el concurso político de los votantes del 1 de octubre, España oscila entre el guerracivilismo y el partido único. El proyecto de Inés Arrimadas de dejar a los independentistas fuera del juego democrático español es un parcheado que no sirve para lucir traje en muchas fiestas y que puede dejar el rey desnudo en cualquier momento. Una vez desacreditados y controlados los tres partidos procesistas, ahora España necesita controlar la población a través de las urnas. Para ir bien, Madrid tendría que reunificar la derecha y crear un nacionalismo regional capaz de pactar con los dos grandes partidos castellanos. Pedralbes no sabe de dónde sacar un político fiable que haga de enlace entre el Rey y el conde de Godó y tira del fondo de armario. 

Ahora que se acerca un ciclo larguísimo de elecciones y que la familia Pujol se encuentra en la recta final de su juicio, es un buen momento para que España tire el 1 de octubre a la papelera de la historia con el concurso de la vieja CiU

Esquerra no puede escenificar el diálogo constitucional porque solo puede pactar con el PSOE. El partido de Junqueras puede representar la rendición, y caricaturizarla, justamente porque no es capaz de institucionalizarla. España siempre se encontrará incómoda con un partido que no votó la Constitución y que indigna a los independentistas y encarece el precio de los jóvenes comunistas madrileños amantes de la intriga. Para ir bien, Madrid necesitaría un pujolismo nuevo, si puede ser más valencianizado y escorado hacia la izquierda. El mundo de Trias y Junqueras hacen una combinación aceptable por la rendición que necesitan en Madrid. Ahora solo falta que los chicos de Puigdemont debiliten a ERC y que cristalice un tipo de UDC liderada por una especie de Duran i Lleida en el exilio.

Como decía Sáez, las casualidades en política son sospechosas y cuando se acumulan cogen categoría factual. Ahora que se acerca un ciclo larguísimo de elecciones y que la familia Pujol se encuentra en la recta final de su juicio, es un buen momento para que España tire el 1 de octubre a la papelera de la historia con el concurso de la vieja CiU. Como ya hemos explicado en Casablanca, Junqueras puede ser el virrey, pero ERC no puede ser el partido alfa catalán de la España del 78. Trias es ideal para asegurar una continuidad que no dé la impresión de ser hija de las porras porque es un producto sociológico del franquismo, pasado por Pujol. Por eso Feijóo ha fichado a Josep Piqué, el ministro catalán de Aznar que cayó justo cuando el proceso empezaba a despegar.

Trias y Piqué encajan perfectamente en el esquema del efecto dominó que algunos avispados sueñan de crear para restaurar el carisma de la España de la Transición, a través de la capital de Catalunya. Como que la vida es dura, es posible que Trias y Piqué no pasen de ser vistos como dos tontos útiles y que, al final, los socialistas retengan Barcelona y la Moncloa. La derecha española solo se puede rehacer a través de la derecha catalana, pero la derecha catalana ya no existe, como existía en 1939 o en 1978, y ya digamos en 1874. El nuevo PP de Feijóo tendría que ser el nuevo Valle de los Caídos de la España del 155, pero los catalanes conservadores que en otra época habrían podido trabajar para apuntalarlo son independentistas y dudo que la cosa cambie, como mínimo, en una generación.