Aliança Catalana, el partido con el que Silvia Orriols ganó las elecciones municipales en Ripoll, dicen que es de ultraderecha. ¿Será porque defiende el control de la inmigración, como hacen, por cierto, prácticamente todos los países del mundo occidental? Y por eso no es sólo de extrema derecha, también es xenófobo, racista y, de acuerdo con los que estos días se esfuerzan por poner al descubierto las entrañas de esta nueva fuerza política, fundada el 2020 a partir de una escisión del igualmente ultraderechista Front Nacional de Catalunya (FNC), incluso fascista. Tantos epítetos deberían asustar a todo el mundo y provocar que la gente huyera de él como de la pólvora, pero en cambio se ha ganado un cierto apoyo a las urnas y entre un número indeterminado de ciudadanos que, en medio de la polémica, le muestran su simpatía. ¿Por qué?

Basta con echar un vistazo a su programa político para constatar que es un partido que, efectivamente, quiere controlar la inmigración, perseguir la inmigración ilegal y actuar contra el radicalismo y el integrismo islámico, que relaciona con inseguridad ciudadana y terrorismo. "Catalunya ha recibido cientos de miles de inmigrantes en los últimos veinte años y tiene uno de los índices de población extranjera más elevados de Europa", sostiene. Tanto que "el 80% de los inmigrantes en Catalunya son extracomunitarios y tienen una renta media un 40% inferior a los catalanes". Aliança Catalana no valora este crecimiento exponencial de la inmigración en Catalunya como una casualidad, sino como el intento de sustitución de la población y la cultura autóctonas, y reivindica el legado grecorromano y judeocristiano de la cultura occidental como “valores que han sostenido a Catalunya durante más de mil años de historia”. Y, en tanto que partido independentista que es y que aspira a declarar e implantar la independencia, propugna el establecimiento del catalán como única lengua oficial, de modo que "sea necesario para vivir y desarrollarse en Catalunya", y por eso quiere "promover la integración de los inmigrantes en la lengua y cultura catalanas". El fomento de la reindustralización, la defensa de la economía de mercado, el fortalecimiento del estado del bienestar, la protección de la diversidad LGBTI, el respeto a la propiedad privada o la igualdad en derechos y deberes ante la ley completan, entre otros principios de cariz liberal, la hoja de ruta de la formación.

La campaña de exclusión a la que someten a Sílvia Orriols está generando exactamente el efecto contrario, porque cuanto más la vituperan, más adhesiones recibe, hasta el punto de que en estos momentos debe ser la líder política más popular de Catalunya

Si todo ello es de extrema derecha, probablemente un programa de tales características tenga muchos más adeptos que los votantes que Sílvia Orriols ha reunido en Ripoll. Básicamente porque aborda sin pelos en la lengua un problema que existe, y no sólo en Catalunya, sino en toda Europa: el de la inmigración, y muy especialmente el de la inmigración musulmana y los riesgos de radicalización que comporta el integrismo islámico. Un problema que la llamada izquierda woke, esa izquierda pánfila que fluctúa entre el buenismo, el postureo, la intransigencia y el sectarismo, y todos los partidos del sistema en general hace tiempo que han eliminado del debate público bajo la amenaza de anatematizar a quien se atreva a plantearlo. ¿De verdad que el discurso de Aliança Catalana es el del odio, la intolerancia y el totalitarismo? ¿U odio, intolerancia y totalitarismo es lo que esparcen quienes criminalizan la disidencia y reparten carnets de buen demócrata a diestro y siniestro? El caso de Ripoll es un ejemplo paradigmático de esta dinámica, según la cual los perdedores de las elecciones municipales —las teóricas izquierdas de PSC, ERC y CUP y el váyase a saber qué de JxCat— se erigen en garantes de no se sabe qué esencias, que, sin embargo y debido a sus batallas partidistas, han sido incapaces de impedir que Sílvia Orriols acceda a la alcaldía, pero que prometen hacerle la vida imposible —la candidata de JxCat, Manoli Vega, ya ha anunciado una moción de censura—, menospreciándola no sólo a ella, sino a todos los votantes que le depositaron su confianza. Es la conculcación, una vez más, de la voluntad popular expresada en las urnas, que demuestra que no han entendido ni aprendido nada del castigo de la abstención del 28 de mayo.

Tan asfixiante es la presión de todas estas formaciones contra quienes no comulgan con sus ruedas de molino a la hora de esconder la cabeza bajo el ala ante los problemas derivados del aumento de la inmigración —en Catalunya es el 16,5% de la población— que son muchos los interrogantes que hay sobre la mesa sin respuesta. ¿Si lo normal es que el inmigrante se integre en la comunidad que lo acoge, por qué resulta que esto es así en todas partes menos en Catalunya, donde son los catalanes los que deben adaptarse a las maneras de los que llegan? ¿Es de recibo que mientras en Irán las mujeres se juegan la piel, y muchas se la han dejado, por quitarse el velo —en todas partes reconocido como signo de dominación machista— en Catalunya haya quien aplauda que lo lleven y que encima lo considere el resultado de una elección libre? ¿Por qué se crucifica a Aliança Catalana y con Vox, que ha entrado en los principales ayuntamientos de Catalunya precisamente por la incompetencia de los partidos tradicionales, los mismos que la vetan tienen la cara de decir que sí que se sentarían a negociar? ¿O es que este partido que lo que quiere es aniquilar en el sentido literal del término a los catalanes no es de extrema derecha y muchas otras cosas más? ¿Si Sílvia Orriols tiene la capacidad de identificar los problemas que los demás esconden, por qué no permitirle que aplique las soluciones que propone para saber si lo hace bien o mal? ¿O es que temen que lo haga bien, como se le ha escapado a la misma alcaldable de ERC en Ripoll, Chantal Pérez?

¿No será que en realidad ERC, JxCat y la CUP se dan cuenta de que Aliança Catalana les deja en evidencia y temen que pueda llegar a desestabilizar las respectivas áreas de confort que hasta antes del 28 de mayo se creían infranqueables? ¿Temen quizás que se produzca un efecto Orriols que en las próximas elecciones catalanas, cuando sea que se hagan —en febrero del 2025 si se agota la legislatura como desea Pere Aragonès o antes si las consecuencias de la abstención de los comicios españoles del 23 de julio hacen insostenible el escenario resultando—, les pase por encima? La campaña de exclusión a la que la someten está generando exactamente el efecto contrario, porque cuanto más la vituperan, más adhesiones recibe, hasta el punto de que en estos momentos debe ser la líder política más popular de Catalunya. Si su objetivo es entrar en el Parlament y llegar a la Generalitat, se lo están poniendo en bandeja.

Y mientras ERC y JxCat —la CUP cada vez pinta menos— perdían el tiempo con Ripoll, en Barcelona, con un malabarismo de última hora, les birlaban la alcaldía la derecha y la izquierda españolas —PP y PSC—, con la inestimable colaboración de los equidistantes de los comunes, que cuando llega el momento de la verdad nunca se puede contar con ellos, porque siempre se decantan hacia el otro lado. Por favor, que paren de culpar de la situación a los votantes y busquen a los responsables entre los que la han provocado, que los tienen al lado mismo. Si no, entonces resulta que les pasa lo que les pasa y se preguntarán cómo es posible que pueda producirse un efecto Orriols. Porque que lo haya o no ahora mismo depende de quienes, demonizándola, contribuyen a hacerle el trabajo.