Dos días con sesiones relativamente cortas del juicio al procés han dado bastante de sí. Objetivamente, de nuevo, las acusaciones van perdiendo fuerza como si recogieran agua con capazos.

En tres grandes bloques podríamos agrupar las declaraciones testificales. Por una parte las de los invitados/observadores; después, las de los ciudadanos que sufrieron en sus carnes —nunca mejor dicho— la fuerza policial y, finalmente, las de dos testigos divergentes en la procedencia, pero convergentes en el fondo: el del secretario general del Sindicato Autónomo de Policía de Mossos (SAP-Fepol) y el del exdirector general del CatSalut.

En el primer grupo, los de los políticos extranjeros que vinieron a hacer de observadores o simplemente como invitados, no fueron, de hecho, interrogados sobre lo que más podía interesar a las acusaciones. No fueron interrogados ni todavía menos confrontados con dos cuestiones radicales: quién los invitó y, sobre todo, quién pagó sus gastos. Se habló mucho sobre qué hicieron, de cómo lo hicieron y por qué lo hicieron, es decir, en qué consistió su trabajo y qué conclusiones extrajeron. Eso, políticamente, es relevante en diversa medida —como las palabras halagadoras de Hunko y Gomes hacia Raül Romeva—, pero no son objeto del procés.

Si se trataba de deshacer a la acusación por malversación de una parte de gastos se consiguió: el brazo exterior del procés se desvanece visiblemente. Las acusaciones no confrontaron a los testigos con datos económicos que permitieran establecer indudablemente que sus gastos fueron a cargo de dinero público. Ni se les pudo conectar con el Diplocat ni con ningún departamento de la Generalitat. Ni, para acabar de arreglarlo, ninguna contabilidad pública llevada a cabo durante la vigencia del 155 ha puesto patas arriba ninguna trama económica de la que fueran beneficiarios ilícitos estos invitados extranjeros.

Entramos en el segundo bloque. La parte más emotiva del juicio. Concejales y ciudadanos de a pie relataron las vivencias consistentes en recibir de lo lindo por parte de las fuerzas policiales del Estado, y como vieron también sus familiares, amigos o simplemente conciudadanos golpeados o arrastrados e incluso esposados para humillarlos. Fueron unas declaraciones vívidas, diametralmente opuestas a las pronunciadas por los miembros de estas mismas fuerzas. Es posible que en alguno de los vídeos, hoy por hoy cerrados con cerrojo, algunos declarantes, civiles y policiales se encuentren cara a cara con estos soportes digitales.

Varias cosas quedaron claras, tal como se avistaba ya por las declaraciones policiales. En la inmensa mayoría de casos no se comunicó a nadie, ni antes de las actuaciones ni en ningún momento, que los agentes policiales ejecutaban una orden judicial. No consta que se exhibiera a nadie ningún tipo de papel judicial. Tampoco consta que las cargas policiales fueran precedidas de las intimaciones de rigor para que los ciudadanos pudieran retirarse ante la actuación de los agentes. En muchos casos, tal como se desprende de las declaraciones de los concejales y alcaldes que comparecieron, no parecía que las fuerzas "del orden" supieran con claridad dónde iban y cómo eran los sitios en concreto que tenían que revisar para requisar el material electoral. Golpes de maza gratuitos, no inspeccionar puertas laterales o de detrás para sortear puertas principales, cerradas o no, son una constante en los testigos de los ciudadanos que no hablan precisamente bien de una planificación de la actuación antireferéndum.

Para acabar este capítulo: no se indagó en los interrogatorios de las acusaciones sobre quien convocó a los ciudadanos a formar mesas, acudir a los colegios y a protestar contra las acciones policiales o a zafarse. Es decir, ninguna acusación se interesó por el nivel de organización, si es la hubo, de las actuaciones particulares proreferéndum y a su alrededor. ¿Sin organización, cómo se puede hablar de rebelión imputable a la mayoría de los procesados que arriesgan lustres de años de prisión?

Y recordemos una vez más que el referéndum no es ningún delito. Y en el breve tiempo que lo fue votar y formar parte de las mesas electorales no lo era. A pesar de eso, el discurso acusatorio es como si el referéndum y haber participado lo fuera.

Finalmente, declararon a dos testigos, desde mi punto de vista, capitales. Por una parte, Pere García, secretario general del SAP-Fepol, el sindicato mayoritario en Mossos. En esencia ratificó punto por punto lo que han ido declarando los integrantes de la cúpula del Mossos y las acusaciones no han podido desacreditar: Mossos cumpliría la ley, y por lo tanto, ejecutaría la orden judicial de impedir el referéndum y preservar la convivencia pacífica. Dicho y hecho: los números cantan.

Los números que dio el antiguo director del CatSalut, David Elvira cantaron. Más de mil lesionados requirieron asistencia sanitaria de diversa consideración, por fortuna la mayoría leves, en el sistema público de salud de Catalunya, incluidos agentes policiales, que no presentaron ningún tipo de queja por el trato recibido. Como director del sistema público no recogió ni las asistencias llevadas a cabo por la medicina privada ni por los servicios médicos de las fuerzas de seguridad estatales. En consecuencia, una vez más, ya no el anterior ministro de Exteriores, Dastis, tendría que disculparse, sino que el actual, Borrell, también, cuando, sin fundamento, tildó de falsas las cifras dadas por los servicios médicos públicos además de minimizarlas, por cierto, la Fiscalía de Barcelona en las diligencias judiciales abiertas al respecto.

No está mal para ser una semana tan corta.

Alrededores

Lluís Llach declaró y declamó. Incluso, con sutileza lanzó un cachete a la acusación popular sin que la sala pudiera hacer nada más al final de la alocución. Inteligencia y dominio escénico. Profesional. Todo eso después de haber se declarado instigador de algunas de las acciones de los Jordis, acciones sobre las que las acusaciones no profundizaron.

Pero eso es igual. Lo importante es que el oficialismo mediático solo se fijó en la ostentación del amarillo. Llach, como no es uno nuevo rico, no exhibió aparatosos complementos en las muñecas, anillos o cadenas de oro. Exhibió gafas, lazo y reloj amarillos. Se diría que eso molestó a los críticos teatrales improvisados. Pero lo que más molestó es que se declarara homosexual, pasando por alto que en la misma frase se declarara ciudadano del mundo. Para ser un catalán provinciano, no está mal.

Con una homofobia contenida, se le reprocha como declaración vana su condición sexual. Bien, opiniones, como las narices: todo el mundo tiene una. Pero no he visto ninguna censura en su declaración en términos de falsedad, ni que fuera tendenciosa o incorrecta. Punto para Llach.