Tengo un vicio profesional. Cada año repaso el catálogo de conmemoraciones que ha aprobado la Generalitat de Catalunya. Tiempo atrás pertenecí a la comisión que debatía las propuestas, primero como experto y después en mi condición de director general. El 155 me cesó y no he vuelto a ser convocado. Si hubiera tenido la ocasión, habría defendido la celebración de dos hechos históricos, el ciento cincuenta aniversario de la proclamación de la Primera República y el cincuentenario de la muerte de Joaquín Maurín. Los habría unido a la justa conmemoración del centenario del nacimiento, entre otros, de Josep Vallverdú, que todavía está vivo, Antoni Tàpies, Victoria de los Ángeles, Joan Oró o los ciento cincuenta años del nacimiento de la pedagoga Rosa Sensat, que se añade a la conmemoración del centenario de la muerte del arquitecto Lluís Domènech i Muntaner y del asesinato del sindicalista Salvador Seguí, el Noi del Sucre. También encuentro justo que se conmemoren los cincuenta años de la muerte de la empresaria y mecenas Tecla Sala; de la bibliotecaria Consol Pastor y de la anarcosindicalista Balbina Pi Sanllehy, una feminista avant la lettre. No tengo ninguna objeción, porque elegir qué conmemorar o no, realmente, no es nada fácil. Como ya les expliqué en una de mis columnas, la conmemoración del centenario del nacimiento de mi padre, el médico, poeta y político Joan Colomines i Puig, fue de carácter “privado” porque no cupo en las conmemoraciones oficiales, aunque se lo merecía.

1. 150 ANIVERSARIO DE LA PRIMERA REPÚBLICA. La proclamación de la República el 11 de febrero de 1873 se anunció repentinamente. Como se ha dicho siempre, aquella fue una república proclamada por agotamiento, porque los monárquicos que habían protagonizado la Revolución de 1868 no pudieron encontrar un rey que sustituyera la dinastía borbónica por otra. Todo lo que empieza mal tiene todos los números para que acabe fatal. Y así fue. El 3 de enero de 1874 —mañana se cumplirán 149 años—, el general Manuel Pavía protagonizó un intento de golpe de estado cuando Emilio Castelar, entonces presidente de la República, perdió una moción de confianza y se procedió a la elección de un nuevo presidente, el federalista Eduardo Palanca. Pavía hizo llegar una nota al presidente de las Cortes, Nicolás Salmerón, ordenándole que “desalojara el local”. Los diputados no obedecieron la orden y permanecieron en sus asientos, aunque acabaron haciéndolo cuando una dotación de la Guardia Civil se personó en el hemiciclo y los desalojó a la fuerza, disolviendo las Cortes y poniendo fin al régimen parlamentario republicano. Qué similitud con el 23-F de 1981, ¿verdad? Lo que siguió fue una dictadura republicana, presidida por el general Francisco Serrano, que acabó con otro golpe de Estado el 29 de diciembre de 1874, en esa ocasión protagonizado por el general Arsenio Martínez-Campos, que abrió la puerta a la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII.

Los once meses de república parlamentaria fueron tormentosos. Tuvo cuatro presidentes: Estanislau Figueras, aquel que se fue a Francia después de haber gritado, en catalán, en una sesión del consejo de ministros: “Senyors, ja no aguanto més. Els seré franc: estic fins als collons de tots nosaltres!”; Francesc Pi i Maragall, el patriarca republicano que pidió poderes extraordinarios para combatir a los carlistas, en guerra desde 1872, y que dimitió porque no quiso reprimir el levantamiento cantonal; Nicolás Salmerón, dimisionario, después de reprimir el cantonalismo, porque se negó a firmar la pena de muerte de unos soldados díscolos; y, finalmente, Emilio Castelar, el republicano centralista, opuesto al federalismo, que gobernó a golpe de decreto.

El historiador y político republicano, Miquel González i Sugranyes, que en 1873 fue designado alcalde de Barcelona, y entre el 5 y el 7 de marzo de 1873 apoyó la proclamación del Estat Català (federado) de Baldomer Lostau, contó la historia de esta primera experiencia republicana en el libro La República en Barcelona (1896). Jordi Rabassa, el concejal del consistorio barcelonés responsable de la memoria historia, que es historiador, ha decidido encargar la reedición de esta obra al profesor Jordi Roca i Vernet y la previsión es que llegue a las librerías a punto para el aniversario. Por lo menos tendremos un recuerdo de una república, que, interpretada por González, “lejos de esclarecer sombras y de resolver los conflictos pendientes, aun semeja que amontonó disgustos, enconó añejas heridas y enardeció los ánimos exaltando pasiones, codicias y rivalidades traducidas en civiles contiendas y lluvia de tiranuelos, díscolos y alucinados […]. Amigos y adversarios de la institución democrática labraron su ruina, téngalo por indudable; más conviene aquilatar la parte que corresponde a cada partido en tan nefasta labor”. La historia siempre reclama un balance.

La vida de Joaquín Maurín es, todavía hoy, un enigma, como la de otros muchos exiliados

2. “El ENIGMA” MAURÍN A 50 AÑOS DE SU MUERTE. Este 2023 se cumplirán cincuenta años que murió Joaquín Maurín, Kim o Quim para los compañeros de militancia, quien fue, sucesivamente, secretario general de la CNT, del BOC y del POUM. Para una gran mayoría de gente, la biografía de Maurín, nacido en Bonansa (La Ribagorza) en 1896, se trunca en 1936. Sobre sus actividades, de 1936 a 1973, no se conoce mucho. Solo que estuvo encarcelado entre 1936 y 1946 y que en 1947 se exilió en los EE.UU., donde ya vivían su mujer Jeanne, una ucraniana naturalizada francesa que Maurín conoció en Moscú, y su hijo Mario, que acabó siendo un reconocido catedrático de francés en Bryn Mawr College, donde también profesaba el filósofo Josep Ferrater i Mora. Cuando me cesaron a raíz de la aplicación de 155, empecé a trabajar en esta, digamos, “segunda vida” de Maurín. Gracias al amigo Joan Ramon Resina pude trasladarme a Stanford, concretamente a la Hoover Institution ubicada en esta universidad, porque es allí donde se conserva el archivo personal de Maurín. Había programado trasladarme a Miami porque en esta universidad de Florida están depositados los archivos de la American Literary Agency, la empresa mediante la cual Maurín compraba y vendía artículos periodísticos a los principales periódicos en español de los EE.UU. y de la América Latina. La pandemia, la salud y la falta de financiación me lo han impedido, cuando menos de momento. He explicado la importancia de estos fondos en un par de artículos académicos.

En 1936, Maurín fue detenido en la zona rebelde. Estaba en Galicia para participar en el congreso de constitución del POUM gallego. Salvó el pellejo, en contra de lo que difundieron los estalinistas, tan asesinos como los franquistas, primero porque circulaba con documentación falsa y, cuando lo detuvieron, no lo reconocieron. Liberado al cabo de un año, lo volvieron a detener, pero esta vez sí que fue reconocido. Gracias a las gestiones de un sobrino del primer marido de su madre, Ramón Iglesias Navarri, que era un cura castrense, confesor de Carmen Polo y posteriormente obispo de la Seu d'Urgell —y por tanto copríncipe de Andorra—, no fue condenado a muerte. Si el golpe de Estado le hubiera pillado en Barcelona, tal vez habría acabado en una fosa desconocida como Andreu Nin. Maurín fue madurando un cambio ideológico en las prisiones franquistas, donde vivió aislado en una celda individual, en cuya puerta colgaba un cartel que decía: Máximo Uriarte Ortega, de Portugalete (las siglas del POUM a la inversa).

En la prisión, Maurín escribió mucho. En un manuscrito inédito que estoy transcribiendo, Arabescos. Soliloquios de un peso, afirma: “En la prisión, uno se descubre a sí mismo, y descubre, además, que los esfuerzos individuales se estrellan contra los acantilados de la Historia”. Descubrirse a sí mismo lo llevó a abandonar el comunismo, que él había defendido a todo gas en la controversia que mantuvo, cuando era secretario general del BOC, con el socialista Rafael Campalans. El debate que mantuvieron ambos en Manresa el 16 de octubre de 1932 explica muchas cosas de la configuración de la izquierda catalana en los años treinta. En los EE.UU. Maurín se declaró un anticomunista convencido, sin abdicar de la izquierda, en cuanto que llegó a la conclusión de que el comunismo realmente existente era el estalinismo. La vida de Maurín es, todavía hoy, un enigma, como la de otros muchos exiliados. Espero tener tiempo para recuperarlo del olvido.