El Barça femenino ha ganado la Champions, pero más que el contenido, lo mejor ha sido el continente. Una afición rejuvenecida y más alegre, unas jugadoras más naturales y próximas en la celebración, un discurso y una actitud progresistas. Algunos lo llamarán modernidad. Otros vintage, por cuando los jugadores del Barça eran más próximos y también iban a la plaza Sant Jaume. Quizás es que sencillamente son normales y modernas, en el sentido del tiempo presente, de su tiempo, cuando algunos, demasiados, querrían vivir en el pasado, que quizás también es su tiempo. Lo mejor del Barça femenino es que no han pedido permiso, que se lo han creído y han tirado la puerta al suelo. Algo así como lo que ha hecho Rosalía rompiendo los límites patriarcales, sociales, musicales y geográficos. Las mismas puertas que quiere tirar al suelo Juana Dolores cagándose en todo.

Este paisaje contrasta con el adiós de Inés Arrimadas, nostálgica de un pasado sin el cual ella ya no tiene sentido, pero del que tampoco supo sacar nada constructivo cuando lo tenía ganando unas elecciones y dedicándose como gran programa a sacar lazos amarillos. Y contrasta —por eso de la guerra cultural, que diría el admirado por Juana Dolores, Antonio Gramsci— con la reina de las mañanas, Ana Rosa Quintana, que también quiere un presente diría que más parecido a un pasado nostálgico.

Algunos lo llamarán modernidad. Quizás es que sencillamente son normales y modernas, en el sentido del tiempo presente, de su tiempo, cuando algunos, demasiados, querrían vivir en el pasado, que quizás también es su tiempo.

Hace unos días, José María García, que está de promo de la docuserie de su vida, fue a La Resistencia con David Broncano. No es un programa donde te hagan un tercer grado, precisamente. Pero se vio de manera transparente qué es una cosa antigua y una cosa moderna. Y no por la edad de García. Porque eso no (solo) tiene que con la edad. Vimos con toda la crudeza que la caspa fue moderna. Hasta el punto que Broncano, que nunca discute con nadie, cuando García dijo "si no te gustan los toros no vayas a los toros, pero déjame ir a mí", le respondió "si no te gustan los toros y no vas, siguen matando al toro".

Y de eso van las próximas elecciones. De hacer el pasillo a un árbitro o de saltar al césped a zurrar a alguien. De Fernando abrazado a Carlos escuchando el himno o de Leclerc escuchando a la pianista. De Montero o de Marchena. De Oltra o de Abascal. De Ana Rosa o Rosalía. De García o Broncano. Y no hablo de partidos, porque no sé ni me importa qué vota cada uno. Hablo de la manera de ver la vida de que, obviamente, después cada uno lo traslada a su voto, en lo que quiere. Y no, no se trata de mezclar cosas. Todo es política. Y en eso están de acuerdo desde Aristóteles a Carolina Yuste. Y no por orden de importancia.

Así que, seguramente, a muchos lectores (y a mí mismo) nos da tanta pereza como nuestros hijos adolescentes hacer la selectividad la negociación entre Podemos y Sumar, las peleas internas dentro del independentismo, los pactos municipales o autonómicos, el vodevil de la presidencia del Parlament, los debates (seis, uno o ninguno) entre Sánchez y Feijóo o las mismas elecciones un 23 de julio. Pero diría que son más importantes que el retorno de Messi, de quien también diría que cada vez más forma parte de la nostalgia de un presente que fue, pero que ahora es otro. Y si el femenino ha actualizado el lema 'més que un club', Messi ha tenido la oportunidad de hacerlo. Pero se ve que ahora la modernidad es el Inter de Miami. A no ser que lo cedan al Barça y entonces, si no os gusta este discurso, tendré otro, que diría Groucho (o un diario de Nueva Zelanda, no lo sé).