Pablo Casado comió ayer con uno de sus verdugos, Alberto Núñez Feijóo, justo un año después —mira que es buena persona— de ser defenestrado por la guerra abierta con Isabel Díaz Ayuso. Ya saben: hizo público que el hermano de la presidenta de Madrid cobró una comisión por la venta de mascarillas al gobierno de la comunidad en plena pandemia, pero paradojas de la política, quien cayó fue él.

El caso es que Feijóo y Casado almorzaron en la Taberna del Alabardero, muy cerca del Teatro Real y del Senado. Dice la web del restaurante que hacen cocina tradicional vasca a base de productos de temporada, gracias a que tienen un huerto en Aranjuez y que cada día reciben fruta y verduras. Como deber pagar el partido a base de las cuotas de los militantes, pero también de las subvenciones públicas, no debieron mirar los precios. La ración de jamón ibérico va a 28 euros. Las alcachofas con queso y miel a 19. Las anchoas a 25 y los pescados a una media de 30. Y si comieron un entrecot de vaca vieja madurada, pagaron el plato a 58. A Casado no quieren rehabilitarlo políticamente, pero tendrán miedo de que hable. Y qué mejor que una buena comida.

A Casado no quieren rehabilitarlo políticamente, pero tendrán miedo de que hable. Y qué mejor que una buena comida

Así que el almuerzo de Casado y Feijóo es noticia porque tiene significación política. Pero, a menos que se acabe sabiendo algo mucho más importante, tampoco pasará a la historia. Es mucho más fascinante el almuerzo de 8 horas de Mariano Rajoy en el restaurante Arahy, en la calle de Alcalá, mientras el Congreso votaba echarle en una moción de censura. Aquella que se hizo gracias a una alianza entre el PSOE y parte de sus actuales socios y por culpa de la corrupción de su partido, y que enfadó tanto a Rajoy que se marchó a las dos de la tarde del último día de mayo de 2018 del Congreso sin decir ni mu ni a sus votantes ni al conjunto de los españoles.

Se supone que llamó a casa, pero en el resto del mundo nadie sabía dónde estaba. En su escaño, el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría, que todo el mundo se miraba y que jugó un papel de estado que a Don Tancredo le resbaló. Fiel a su estilo, se fue a comer salmorejo, anchoas y solomillo gallego, y alargó la sobremesa con café, copa y puro hasta la hora de cenar, y salió de allí como si no hubiera pasado nada, tras abrazar, eso sí, al chef José Ynglada, Mundy.

En el restaurante Arahy, cuando tenía otro nombre, comía a menudo Camilo José Cela, a quien se atribuye la frase dicha en una sesión de las Cortes constituyentes: “No es los mismo estar dormido que estar durmiendo, como no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”. Frase que en realidad no dijo, pero que él mismo propagaba. Lo cierto es que Cela se hizo suyo lo que pasó un siglo atrás cuando pillaron al diputado Antonio Ríos Rosas y éste respondió que estaba dormido y no durmiendo. Misma diferencia que existe, dijo, entre “estar bebido y estar bebiendo”. Cela escribió La colmena en la calle Ríos Rosas...

No sé si Rajoy pensó ese día en la diferencia establecida por Don Camilo. Casado quizás sí. Y lo que es seguro es que no es de extrañar que para el PP la libertad sea una caña y unas tapas. Si no, estarían dormidos. Que no es lo mismo que estar durmiendo