La primera y más dolorosa desgracia del hombre consiste en el intento de hacer convivir sus ideales éticos con la realidad. En el universo de las convicciones todo es fácil y los pueblos enseguida se entienden, pero todo se complica cuando la moral choca con la crudeza del mundo (a esta colisión le llamamos política). Los pensadores somos una especie de masoquistas de este dolor consustancial a la propia naturaleza y a menudo nos ejercitamos en elevar los ideales, simplemente porque intuimos que la hostia con los hechos será todavía más aciaga. Eso no nos hace más conservadores; intentaremos la revolución pero sabiendo que nunca será factible, tatuándonos el principio estoico según el cual el mundo siempre será como es y no como nosotros lo deseamos. Eso se tiene que tener en cuenta especialmente en casos como el de la propia tribu, que no solo cree en el peso de la razón, sino que vive segura de que el mundo se la dará tarde o temprano.

Me parece bastante curioso que un lugar como el nuestro (donde hace poco más de cuarenta años la peña todavía alzaba brazos y puños) pueda regalar lecciones moralizantes con tanta alegría

Hay hechos estrambóticos que espolean el atletismo moral, como este espantoso Mundial de Qatar contra quien todo el mundo pronuncia discursos de beata esperando que la moraleja de turno convierta el desierto en una nueva Dinamarca. Primeramente, hay que recordar que los países tienen todavía menos ejemplaridad que la turba, y me parece bastante curioso que un lugar como el nuestro (donde hace poco más de cuarenta años la peña todavía alzaba brazos y puños) pueda regalar lecciones moralizantes con tanta alegría. Opinan que el mundial de Qatar se ha urdido gracias a la corrupción y con la voluntad de esconder las violaciones sistemáticas contra los obreros, las mujeres y los plurisexuales. Es exactamente así; pero antes de repetir tantos misales haría falta entender que la corrupción era la única metódica con que los cataríes podían revertir la ley de la FIFA, imponerse en lugares más prósperos y entrar a la élite global.

Apelando a las convicciones y con la bandera gay por faja, negar el mundial a Qatar sería de una gran inteligencia. Pero la verdad es más dolorosa y (especialmente si nos preocupa el futuro de los cataríes más desdichados) permitir esta mandanga de la pelota es lo más deseable, pues la simple cohabitación de los indígenas de este país con peña del resto del mundo será como un virus que los inoculará todavía más sed de liberarse. Ningún lugar del planeta puede aislarse de forma absoluta: si el Mundial permite que una decena de chicas cataríes escondidas bajo una manta puedan admirar cómo se viste una amazona occidental, todo habrá valido la pena. Sería fantástico que el mundo fuera de otra forma, que los jeques blanqueados del país se hicieran de la CUP y la enculada recíproca se convirtiera en deporte nacional en poco más de un lustro. Pero lo ideal no pasará; ocurrirá solo lo posible.

Si hubiéramos tenido todos estos detectives privados de la pluma escrutando mínimamente las trolas de Puigdemont y Junqueras viviríamos con salud de hierro

Cuando caen los ideales morales (y las emociones se echan de la política) siempre estaremos más cerca de la verdad. A mí me hace gracia ver cómo los periodistas de la tribu se ejercitan escribiendo tesis doctorales sobre todo aquello que se esconde en el Mundial de Qatar mientras llevan más de dos lustros tragándose las falsías del independentismo. Si hubiéramos tenido todos estos detectives privados de la pluma escrutando mínimamente las trolas de Puigdemont y Junqueras viviríamos con salud de hierro. Pero en Catalunya somos pocos los que defendemos que la verdad no necesita mártires y que exige mucho dolor, y es así como han tenido que pasar muchos años y una tonelada de humillaciones de los españoles como para que la gente digiera la estafa. No somos los únicos: mirad los españoles, pobrecitos míos, que para desenmascarar el feminismo de las pijas podemitas han tenido que ver a los violadores saliendo en conga de la trena.

El poeta nuestro dijo que todo está por hacer y todo es posible. Dos ideas nefastas, pues hay poquísimas cosas por hacer y la mayoría de ellas —especialmente los ideales— resultan imposibles de realizar. Esta es la realidad más dolorosa. Solo somos una posibilidad, y nos hace falta mucha fuerza por aprovecharla.