Últimamente, me llama la atención la cantidad de parejas de mi entorno que se separan. Desde que terminó la pandemia, me encuentro con personas conocidas que han puesto fin a su relación. Me pilla por sorpresa y observo que no soy la única que tiene esta sensación. Los casos que conozco son los de parejas entre cuarenta y cincuenta años, con hijos, que llevan juntos unos quince años. Recibo la noticia con pena, porque quizás sea muy tradicional para estas cosas, pero soy de las que piensan que poner punto y final a una relación de pareja, cuando hay hijos, es algo triste. Comprendo, lógicamente, que esta decisión se toma pensando que es para mejor, pero, sin embargo, observo y analizo que, en muchos casos, las cosas se podrían hacer de otro modo. 

Donde más directamente veo los efectos de los procesos de separación es en los niños. Hay señales que te avisan de que los más pequeños están sufriendo. Aunque hagan todo lo posible por adaptarse y que no se les note. En clase he vivido ya varios casos en los que ves como niños y niñas que siempre estaban alegres, eran participativos y abiertos, de pronto se quedan en la inopia. Se despistan, y les cuesta mucho más que antes comprender lo que se les explica. Si te asomas a sus miradas, en estos casos, también se nota. También es cierto que, una vez superado el proceso, florecen de nuevo, regresan de "su viaje", y encuentran la normalidad otra vez. 

Son muchas las tensiones que se viven en estos tiempos y el estrés al que estamos siendo sometidos, la falta muchas veces de compromiso y un momento de fuertes cambios en los estereotipos y roles provocan que, con el empoderamiento y cambio en el punto de vista de la sociedad, haya parejas que estallen. Concretamente, tras los confinamientos impuestos durante la pandemia, en el año 2021 se produjo un aumento del 13% de los divorcios en España. Una subida que venía tras tres años de descenso en los registros. En 2022 la cifra descendía, aunque continuaba siendo más elevada que antes de la pandemia. En ese año se registraron 81.300 divorcios en España y, en la mitad de ellos, había hijos menores sobre los que se debía abordar la custodia. 

La situación por la que pasan estas familias dependerá, absolutamente, de la capacidad de abordar los conflictos, de su comunicación, de la sensibilidad y respeto con que se traten. Un punto de inflexión que puede hacer la vida más amable y feliz o, por el contrario, convertirla en un auténtico calvario, con problemas constantes y dolor. En el 50% de los casos, la custodia se dio a la madre; en el 45% es compartida y en el 3% es para el padre. Los turnos en convivencia, organización de viviendas, gestión de los tiempos son un enorme foco de desencuentros. También se ha de abordar la pensión alimenticia, la pensión compensatoria, el reparto de los bienes. Y todos sabemos que discutir por dinero es complicado y muy desagradable. 

Trabajar las emociones no se nos suele dar bien, porque no lo hacemos de manera constante (cuando no hay problemas) y necesitamos echar mano de ello con urgencia, y así vamos mal y vamos tarde

Reiniciar una nueva vida es, sin duda, un reto y lo cierto es que no tenemos ni idea de cómo se hace. Hasta que te toca, claro. Y es entonces cuando te conoces mejor y también a quien tenías a tu lado. Como para casi todas las cosas importantes que nos suceden en la vida, no estamos preparados para afrontar un momento así. Emocionalmente carecemos de herramientas; legalmente somos unos auténticos ignorantes; y cuando estamos deprimidos o resentidos, no solemos tomar las mejores decisiones. En fin, un cúmulo de despropósitos que hacen del divorcio en muchos casos un campo de batalla que termina salpicando por todas partes. 

De todo esto he podido hablar esta semana con Eva Bach, una sabia mujer de la que hace tiempo tengo la suerte de aprender. Su vocación es la pedagogía de las emociones. Fue una pionera en la introducción de la educación emocional y del crecimiento personal en el ámbito educativo y familiar en Catalunya. Sus libros son herramientas amenas, luminosas y cálidas que nos dan la mano para transitar por conflictos, retos y a veces desconocidas emociones. 

Ahora, precisamente, se presenta su último libro, que en realidad no es nuevo, pero ha sido presentado de nuevo, actualizado: El divorcio que nos une. Una obra en la que Eva intercambia cartas con Cecilia (Cecilia Martí, maestra, orientadora y mediadora familiar en València). El lenguaje entre ellas es directo, ameno, divertido y nos hace sentir como si estuviéramos viéndolas conversar mientras toman un café. Y te hacen pensar. 

Cuánto daño nos hacemos a veces por impulso, por haber perdido ya la capacidad de empatía. Cuánto mal hace la sensación de culpa, que le abre la puerta a la condescendencia, al endeudamiento emocional, a la permisividad sin límites, que termina generando otros problemas. Cuántos se quedaron enganchados en el camino, bloqueados emocionalmente, por no saber que todo eso podía hacerse de otro modo. Trabajar las emociones no se nos suele dar bien, porque no lo hacemos de manera constante (cuando no hay problemas). Y necesitamos echar mano de ello con urgencia, y así vamos mal y vamos tarde. 

Por eso este libro de Bach y Martí es también interesante leerlo cuando estás en pareja y no tienes la más mínima intención de divorciarte. Porque precisamente te ayuda a reflexionar sobre cuestiones que deberían ser tenidas en cuenta cada día, para mejorar nuestras relaciones y ser capaces de afrontar conflictos incipientes. Cuántas rupturas y dolor se habrían podido solucionar, de saber identificar a tiempo el problema y generar las condiciones propicias para solventarlo. 

Todos tenemos algún divorcio a mano. Y cuando lees este libro, te das cuenta de que siempre se puede aprender a colaborar de una manera consciente en hacer que ese trance, sea de quien sea, pueda ser un poquito menos difícil. Porque, como dice el título, "hay divorcios que unen", después de matrimonios que separan. Y de eso también se puede aprender.