Ayer Enric Vila escribía con razón que, más allá de amnistías y de referéndums que el Estado no permitirá ni borracho, los temas que los procesistas tendrían que negociar con Pedro Sánchez son la inmigración y el catalán. Por lo que se refiera a la salud de la lengua, diría que la actual administración tiene poco que hacer, porque la fuerza del catalán la tendremos que muscular los hablantes (a base de mucha intransigencia a la hora de no cambiar de lengua) y todavía más en concreto los escritores-plumas-etcétera dándole muy fuerte a la hora de escribir con la máxima libertad posible. Con respecto a la inmigración, es cierto que discutir el problema desde las competencias del autonomismo (es decir, sin la posibilidad de ejercer el monopolio de la coerción) resulta una tomadura de pelo monumental. Pero también lo es que demonizar a los recién llegados tampoco sería la mejor forma de sumarlos a la emancipación nacional.

Pensaba en ello estos días viendo las bullas juveniles de Manresa y Molins de Rei, unas imágenes de hostias que la peña del Front Nacional y de Aliança Catalana (o como pollas se llame eso de Sílvia Orriols) han hecho circular para reafirmarse en la equiparación de inseguridad a recién llegados. Como han demostrado manta vez los periodistas del grupo Verificat, vincular inmigración y delincuencia en Catalunya es una falsía como una catedral. Del total de condenas registradas los últimos años, los recién llegados protagonizan un 40%. De estas, el delito más frecuente en el caso de los extranjeros es el de falsedad, que se refiere a la falsificación de monedas, documentos públicos y etcétera; los relativos al orden público se mantienen en torno al centenar de condenas anuales en la última década y sucede igual con el tema de la propiedad intelectual (como pasa, por ejemplo, con los manteros).

Si alguien teme por la violencia, la sustitución cultural o la muerte de los pronombres débiles, diría que buscarla en el ámbito de los recién llegados es falso, aparte de una forma discutible de seducirlos

Los mismos informes nos dicen que la reincidencia criminal, uno de los otros temas favoritos de los agitadores de canguelo, es muy similar entre los ciudadanos de la Unión Europea y de otras regiones del mundo. Todo demuestra que la desconfianza, como suele pasar, es producto de una información sesgada. Lo que acabo de escribir no niega el hecho de que, durante los años noventa, Catalunya recibiera una cantidad desfasada de recién llegados en comparación con el resto de Europa, ni tampoco que la falta de los instrumentos de un estado para asumirla dificulte mucho la acogida, ni mucho menos que los españoles, todavía hoy, intenten aprovechar los flujos migratorios para debilitar la identidad catalana. Sin embargo, justamente porque todo eso es así, diría que resulta oportuno darle la vuelta a la estigmatización y el odio que va urdiéndose gracias a los genios que hacen estadísticas utilizando un vídeo de una reyerta que se vuelve viral.

Por otra parte, Catalunya no vive un proceso de sustitución cultural por obra y gracia de los recién llegados. De hecho, si existe alguna cosa parecida, es patrimonio de los españoles, no de la inmigración. Cambiando la estadística por la experiencia personal, servidor vive en Ciutat Vella (el distrito barcelonés con una cuota más grande de recién llegados, el 51,42%) y puedo asegurar que, contra lo que piensan los apocalípticos, los problemas de convivencia en el barrio los causa la grosería insoportable de turistas bien blanquitos y la mala salud del catalán en las calles no es debida a los conciudadanos de origen marroquí, sino a las cafeterías cool donde solo se habla inglés (y por un simple ristretto te cascan tres euros). Si alguien teme por la violencia, la sustitución cultural o la muerte de los pronombres débiles, diría que buscarla en el ámbito de los recién llegados es falso, aparte de una forma discutible de seducirlos.

A me pone de muy mala leche el discurso buenista, pero los datos verifican que el discurso alarmista es igualmente perverso. De hecho, es idénticamente chapucero olvidar que los recién llegados tienen que cumplir la ley como acusarlos de crímenes que no han perpetrado. Si quedara alguien con un mínimo de sensatez en los partidos moderados, se deberían contrarrestar los extremos y recordar que la política de seguridad en las calles (y el uso coactivo de la violencia para garantizar el orden) es un bien común que nos alegra la vida a todos. Pero aquí todo el mundo toca la flauta multiculi o matamoros... y así vamos permitiendo que se viralicen anécdotas como si fueran categorías y allanando el camino para que, muy pronto, los ultras irrumpan en el Parlament. Y su presencia no será testimonial, insisto.