Noticias estivales: entre Amaral, Rubiales y las de Etiopía, está claro que el tórrido verano nos ha fundido las neuronas. De otro modo, no se explica que el ilustre magistrado Xiol diga que la amnistía como tal cabe en un estado democrático, que el catedrático Pérez Royo aluda a la “agresión sexual” de Rubiales, ni que dos mujeres con ganas de foco se dediquen a hablar mal desde los micrófonos radiofónicos de la embajada que con el dinero de todos las repatrió de un país al que nunca debieron viajar. Tanto despropósito ha tapado las tetas de Amaral, la cantante que decidió realizar un patético intento de promoción de su último disco emulando a la Susana Estrada que hace 40 años ni siquiera sonrojó al pícaro (entonces aún podía serlo) alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, cuando dejó sus ubres al alcance de las manos del profesor para mayor gloria de la fotoperiodista Marisa Flórez.

En qué consistió la amnistía fiscal del PP, a la que todos aluden como ejemplo de lo que ahora podría hacer el PSOE, nunca acabó de quedar claro, pues el Tribunal Constitucional la consideró nula, aludiendo a la violación del principio de igualdad que suponía perdonar a unos lo que se exigía en otros. En aquel caso no era ni de lejos lo que una amnistía de delitos pretende ser ahora para contentar a Junts en su eventual facilitación de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Y quizá por eso Junts quiere incluir en ella a Laura Borrás, ya que si unos sí, ¿por qué otros no? Sin embargo, la Constitución prohíbe los indultos generales, por lo que con dificultad será jurídicamente posible algo que va más allá de esa figura y que compromete la propia legitimidad democrática del Estado que los concede.

No sé, pero creo que a estas alturas del verano el cerebro ya no nos da para más

Esa inapropiada amnistía y el rollo que pueda existir entre Rubiales y Hermoso casi han superado en expectación el glorioso papel de la roja en el mundial femenino de fútbol, y desde luego han enterrado en el olvido lo que en su momento supuso aquel viaje de aventura a Etiopía, que acabó como el rosario de la aurora. Ese cúmulo de anécdotas han llenado tertulias y artículos de diario durante este mes de agosto, desviando el foco del despilfarro que se va a producir si se vuelven a convocar elecciones en el mes de enero: diputados y senadores en un número que se acerca al de seiscientos supondrán otros tantos sueldos y gadgets diversos que —desde el mes de agosto y hasta el día en que algún presidente de Gobierno sea nombrado— van a recibir sus señorías sin hacer nada. Y sí, ya sé que eso se produce siempre y se producirá en todo caso hasta que eventualmente Pedro Sánchez sea investido presidente. Porque sabemos que Feijóo no podrá serlo, e imagino que una parte de Sánchez querría que fuese el gallego quien se tragase la crisis que parece avecinarse para otoño.

Mientras todo eso pasa, van tomando forma los pasos de la lapidación del zafio Rubiales (alguno así tenemos también en política), esa que, en cambio, no se produjo contra la Anabel Alonso que acosó a Jordi Cruz en un programa de televisión. Como en una serie ambientada en la Edad Media, es el último encarnizamiento gallináceo que concita al público a hacer algo de forma gregaria para no sentir la soledad de la disidencia y no ser a su vez apabullado por la masa. No sé, pero creo que a estas alturas del verano el cerebro ya no nos da para más.