En el Museo del Prado, con las Meninas de Velázquez por testigo y una OTAN reavivada, los jefes de estado y primeros ministros atlantistas escenificaron un acuerdo bien cocinado y presentado con muy pocos errores. Pedro Sánchez, con sonrisa de ganador de gran slam y sin ningún aparente esfuerzo, recogía los materiales para un anexo excepcional de una enésima edición personalísima —siempre reeditada y reinventada— de su manual de resistencia.

En las magníficas salas donde se recogía lo mejor y más celebrado de la pinacoteca del Prado, Sánchez montó una mesa de diálogo de lujo que actuaba a la vez de máquina del tiempo. Era el anfitrión exultante de una figura decrépita, del personaje del imperator (ahora indiferente, ahora escabulléndose, ahora incluso sonriendo deleitado y un poco donjuaniano) rememorando todos los Césares que nos han atravesado tantas veces en la historia, en tantas centurias diferentes.

Con regusto demasiado amargo, que nos queda de los acuerdos de la cumbre de la OTAN la traducción cruenta, a la frivolidad imposible, de unos objetivos de desarrollo en paz y equidad que no se pueden conseguir en los tiempos en que el enfoque centrado en la seguridad humana reorienta el debate sobre la seguridad. El énfasis de la seguridad se pone mucho más en la de las personas que en la territorial. Esta idea, unida a la de la responsabilidad humana que se reconoce fundamental en los retos de nuestro tiempo, se calificó como Antropoceno y la Asamblea General de las Naciones Unidas asumió el cambio en 2012, intentando convencer del nuevo paradigma a las personas expertas en seguridad y responsables de la formulación de políticas. Se trataba de ir más allá de la protección del estado-nación para proteger aquello que de verdad importa: las necesidades básicas de la población, su integridad física y la dignidad humana. Un temario que se podría desarrollar mucho más en el marco del Prado, que el brindis desafinado de la ampliación de efectivos en la base de Rota... Mientras tanto, en la valla de Melilla se reproducía el sueño de la razón con monstruos engendrados en cuarteles de falsa bandera. Las personas que morían colgadas de las concertinas mientras otras eran devueltas en caliente, sin derechos ni humanidad, desfiguraban hasta el horror los conceptos y objetivos aceptados y plebiscitados por las Naciones Unidas. ¿Dónde estaba la importancia de la cual nos hablan del derecho de toda persona a vivir sin miedo, sin miseria y con dignidad?

Es hora de prestar atención a las señales que emiten las sociedades que sufren un estrés inmenso y redefinir el verdadero significado de progreso

Ya desde el título del Informe Especial que se presentó el pasado mes de febrero, Las nuevas amenazas para la seguridad humana en el Antropoceno, se habla de la exigencia de una solidaridad mayor. Y en el texto se destaca que, a pesar de lo que se podrían considerar avances tangibles en desarrollo, la sensación de seguridad de las personas está bajo mínimos en casi todos los países, incluidos los más ricos... y el grado de ansiedad ha aumentado (incluso antes de la pandemia).

Achim Steiner, administrador del PNUD, habló en la presentación del informe de esta desconexión entre desarrollo y percepción de seguridad, diciendo: "En nuestro afán sin traba por el crecimiento económico seguimos destruyendo nuestro entorno natural mientras aumentan las desigualdades, tanto dentro de los países como entre ellos. Es hora de prestar atención a las señales que emiten las sociedades que sufren un estrés inmenso y redefinir el verdadero significado de progreso. Necesitamos un modelo de desarrollo adecuado para este objetivo que esté construido en torno a la protección y la restauración de nuestro planeta, y que ofrezca nuevas oportunidades sostenibles para todo el mundo."

Pero hay que actuar ya porque los datos son pesimistas: muestran una bajada de la esperanza de vida a nivel mundial, por segundo año consecutivo... y un empeoramiento de todos los parámetros de medida del desarrollo humano. El cambio climático puede convertirse en una de las principales causas de mortalidad en el mundo, y los cambios de temperatura podrían ocasionar la muerte de 40 millones de personas a finales de siglo. De hecho, no hay que esperar tanto: la humanidad según el Informe (aunque me parece más preciso puntualizar que son los poderosos que juegan a la ruleta rusa con sus armas y nuestra vida) ya está convirtiendo el mundo en un lugar nada amable, de verdades distorsionadas, y cada vez más inseguro, precario y desigual.