Me produce una tranquilidad extraña, desconocida pero no incómoda, ver cómo todo se va pudriendo a mi alrededor. No sé muy bien por qué me siento tan seguro mientras todo se hunde de manera tan grotesca, sin que sea demasiado claro qué demonios va a salir, de tanta destrucción.

Quizás intuyo que hay que poner un poco de desorden para acabar de liberar la cultura catalana. Quizás me da la impresión que hay que perder el miedo al caos antes de perder el miedo a problemas más parciales e inofensivos.

Quizás me siento seguro porque el orden que está muriendo amenazaba afectos íntimos que me habrían impedido construirme de dentro hacia afuera, que es como se tienen que construir los hombres. Quizás sencillamente es que estoy en comunión con los siete jinetes del Apocalipsis, que aparecen siempre que un sistema pervierte el orden que había conquistado.

Los políticos y los diarios nos han acostumbrado a creer que las únicas amenazas que debemos temer son las de tipo material. Influidos por la publicidad, que estropea la intuición y convierte el amor en un producto de salsitxeria, han tratado de hacernos dependientes de la estructura que ellos gestionan.

Ayer hablaba con un periodista de Madrid de ese rapero que la justicia española ha condenado por imitar al punk de los años 80: "No solo es la justicia, que se ha vuelto reaccionaría —me decía. Hay un retroceso cultural, una mojigatería, un obscurantismo. Cada vez hay más miedo de ofender en el otro".

No sé si lo ofendí porque en Madrid ahora casi todo el mundo hace ver que es de Ciutadans. Pero le dije que Ciudadans, igual que Macron o el partido anti-Brexit que ha surgido en Gran Bretaña, Renew, son la máxima expresión de este puritanismo mal entendido que nos intenta domesticar los sentimientos para evitar que Europa evolucione.

Las sociedades débiles odian los sentimientos, y al final sólo saben fingirlos. El sentimiento, cuando es genuino, a veces lleva algunos problemas, pero también da personalidad y valor añadido. Cuando el sentimiento se convierte en un producto de inversión segura, el hombre pierde las convicciones, y se desorienta hasta el punto que deja de pensar y de actuar por él mismo.

Hay una escena del Rey León que explica la relación sutil que hay entre el orden y el estancamiento. El rey contempla la selva con su hijo desde encima de un acantilado y le dice, mientras el sol aparece en el horizonte: "Todo aquello que la luz toca será tuyo algún día."

La luz se gestiona, pero la fuerza se saca de la tiniebla. Tomamos la fuerza de todo aquello que conquistamos pero no hay nada que podamos conquistar sin explorar la oscuridad y la incertidumbre, y enfrentarnos a sus monstruos.

Es lo que le pasa al hijo del rey león que, para ganarse el derecho a gobernar, tiene que explorar todo aquello que el padre le prohíbe. Desviado por el dolor, que explota sus fracasos para ligarlo a los remordimientos, está a punto de volverse un león frívolo, que solo sabe cantar e es incapaz de utilizar los dientes.

Pero como es una película de Disney, y en Disney han sabido siempre muy bien lo qué hacen, al final el amor lo salva y le da fuerzas para luchar, para enfrentarse a sus fantasmas y vencer la oscuridad.