A punto están de llegar los Carnavales. Una fiesta que disfrutan, sobre todo, los más pequeños. 

Hay colegios donde se plantea esta festividad haciéndola encajar con los proyectos o asignaturas que se trabajan. Mi hijo mayor, por ejemplo, irá vestido de cocinero, porque este año tiene la suerte de que su profe de música está enseñándoles algunas cosas de la tradición vasca. Han estudiado la Tamborrada de San Sebastián, y ahora les propone ir vestidos de cocineros, como los repicantes. Una bonita manera de acercarles a conocer la riqueza cultural que tenemos tan cerca y que se diviertan, también, participando de ella. 

Otros años ha habido disfraces de astronautas, de animales, dependiendo de lo que estuvieran trabajando en el aula. Una manera divertida de hacernos participar también a los padres y madres. 

Sirva como anécdota que, cada año, por estas fechas, me acuerdo de aquel anuncio donde el niño le decía a su mamá que tenía que ir disfrazado de "castor" al colegio...

Esta semana se ha hecho viral en redes un video en el que una madre aparece indignada porque a su hija, que es vegana, le toca disfrazarse, junto a su clase, de pescador. Desconozco el motivo para elegir el disfraz, pero sin duda, estoy segura de que no supone un problema, en principio, para ninguno de los padres ni madres, salvo para la mujer del video, que se debate "entre llorar o quemarlo todo". 

Lo cierto es que, si no fuera por el dramatismo y la agresividad con que la madre se expresa, no habría sido tan comentado y compartido (para criticarlo). Comprendo que en el colegio, así como en el día a día en múltiples facetas de la vida, nos encontramos con circunstancias donde la convivencia entre distintas ideologías, religiones o tradiciones debería hacernos reflexionar más a menudo de lo que lo hacemos. Desde las festividades que celebramos y las que se pasan por alto (a pesar de que se supone que tenemos una educación pública aconfesional), pasando por la comida que a veces se comparte en fiestas de cumpleaños, o celebraciones de los centros educativos, donde no se suele tener en cuenta la alimentación desde el respeto a todas las comunidades que integran la educativa. Me refiero, por ejemplo, a fiestas en las que se podría hacer un esfuerzo por promover alimentos como frutas, frutos secos, bizcochos, galletas, sin tener que ofrecer, por ejemplo, derivados del cerdo (un detalle que se pasa por alto en demasiadas ocasiones y que hace a muchos niños tener la sensación de que no se plantea el menú de una forma del todo respetuosa cuando es posible ofrecer un piscolabis que cuente con el gusto de todos). 

El asunto del disfraz de pescador supone para esta madre una discriminación, según explica. Y es que, considera que no se está tratando a su hija en línea con el respeto a sus creencias o ideas, ya que en su casa son veganos (es decir, que no comen carne ni pescado, entre otras cosas que también se elimina de su dieta). 

La madre, absolutamente indignada, protesta y señala que "va a tener que liarla otra vez", porque la profesora en cuestión le ha explicado que en clase hay unas pautas que todos deben cumplir (lógico), refiriéndose al hecho de que, si se decide que todos los niños acudirán disfrazados de determinada manera, todos deben participar de ello. 

Comprendo que el debate puede darse, sobre todo en casos quizás mucho más polémicos como, por ejemplo, si se decidiera que todos los niños acudieran disfrazados de torero. Pero me resultaría igualmente absurdo si se aborda el debate sacando de contexto lo fundamental: es decir, la fiesta de Carnaval, que implica disfrazarse para disfrutar y poder hacer bromas, ponerse en la piel de otros, jugar a sorprender, y por qué no, también, aprender. 

Eliminar la realidad no prepara mejor a los chavales, sino todo lo contrario. Y por supuesto, en este caso, nadie obliga a la niña a comerse un pez, por lo que no se estaría atacando su manera de alimentarse

De los comentarios que he leído a raíz de este video de la madre indignada, he observado un mensaje que se repite: el de docentes que señalan lo difícil que es lidiar con padres y madres como esta. Porque el problema no está en acudir y plantear, con respeto, alguna alternativa compatible con la actividad que pueda hacer encajar los principios y valores de la familia en este caso, con el del aula. El problema está en las formas, como casi siempre suele pasar. La dificultad de tener que lidiar con alguien que "no sabe si llorar o quemarlo todo" por el disfraz de pescador de su hija, pone de manifiesto la agresividad con la que se topan no pocos docentes a la hora de tener que tratar con los padres y madres de sus alumnos. 

Y no todos los docentes están preparados para enfrentarse a estas situaciones, en las que explicarle a un padre o madre, que una actividad puede resultar enriquecedora para toda la clase, incluida su hija en este caso, y que no tiene por qué considerarse ofensivo el disfrazarse de una profesión tan digna como la de un pescador. Eliminar la realidad no prepara mejor a los chavales, sino todo lo contrario. Y por supuesto, en este caso, nadie obliga a la niña a comerse un pez, por lo que no se estaría atacando su manera de alimentarse. 

Querer dar a entender que el disfraz de pescador atenta contra la manera de pensar de alguien vegano sería tan absurdo como ofenderse si un día deciden ir disfrazados de vaqueros. Las cosas, llevadas a su extremo, resultan al final inabarcables y a veces, también, ridículas. Y esto precisamente me comentaba una profesora, que además es vegana: me hablaba de que este tipo de mensajes, lejos de concienciar sobre el respeto necesario a opciones personales como las de los vegetarianos o veganos, las expone de una manera que facilita sean ridiculizadas

Me comentaba Mar, y creo que acertadamente, que la decisión de sacar de tu dieta determinados alimentos, es una cuestión personal e íntima (cuando se hace por cuestiones de conciencia) y que en ningún caso se puede ni debe presionar, ni elevarlo a categoría de moralidad superior sobre los demás. Obviamente, la decisión que una familia tome sobre la alimentación (cuando hay menores me parece indispensable consultar con un profesional primero), forma parte de la esfera familiar. Cierto es que los comedores escolares deben tener estas cuestiones en cuenta y adaptar sus menús a las necesidades de cada niño. Pero aquí, en el video del que hablamos, no es ese el problema. 

La tolerancia y el respeto hacia los demás es fundamental, y cada día más, en sociedades donde la diversidad es, precisamente, la mayor riqueza que tenemos. De la misma manera que quien lo exige para sí, debe aplicarlo a los demás, sin agresividad, sin pretender pasar por encima del contexto, que siempre es importante.