El macho Pedro Sánchez ha decidido que el feminismo será el arma cultural más efectiva en su lucha política contra la derecha —y sus propios socios— con el fin de mantenerse todavía más tiempo en La Moncloa. El presidente español, lo tenemos que admitir, siempre ha tenido muy buen ojo para rentabilizar y pervertir todo aquello que lo puede hacer prosperar, y Sánchez ha entendido muy bien que en un mundo de masculinidades en crisis (los hombres de Europa ya no van al campo de batalla ni a la fábrica, pues pasan demasiado tiempo deconstruyéndose y aprendiendo a planchar; si a caso, los soldados muertos los pondrá Zelenski), la prosperidad de las mujeres será el tema rector de la política occidental de los próximos lustros. En cuanto a la salud de su coalición y la polémica del "solo sí es sí", el líder del PSOE debe tener asesores marxistas, conscientes de que el electorado de izquierda tolera de buen grado aquello que antes se llamaba agudizar las contradicciones.

Como todo lo que pasa en la relación entre España y Catalunya, aquello que impostan nuestros enemigos aquí deriva en políticas bastante más cutres. Últimamente, nuestro pequeño Muy Honorable no pierde la ocasión de fotografiarse con las modistas, podcasters y otras estrellas emergentes del mundo de las hembras catalán a quien la sumisión de la tribu no les parece quitar el sueño cuando toca empoderarse (y hacer un poco de caja). Viendo la pasarela de jóvenes autonomistas que rodea al presidente, no me extraña que el triunvirato Punsoda-Roqueta-Ojeda hayan contraatacado la tontería de la versión nuestra de la enfermera TikTok con un manifiesto que apuesta por un nacionalismo feminista en Catalunya. De momento, aunque les pese, el poder todavía lo tienen lacayos del procesismo como Toni Soler, quien aprovechó la celebración del 8-M para ceder el programa Està passant a un puñado de mujeres como quien dice: "hoy cocinaré yo".

Por ironías de la vida, Pedro Sánchez es quien más y mejor podrá capitalizar el discurso (justamente) victimista del feminismo en su versión procesista. Así ha hecho con el anuncio sobre la obligatoria paridad entre hombres y mujeres en los grandes órganos de decisión del estado (incluyendo las empresas), una decisión que el presidente no solo ha disparado para aguar la polémica con los podemitas sino bien consciente de que, de ser aprobada por el Gobierno, tiene muchos números para que acabe tumbada por el Constitucional. De la misma manera que Sánchez ha aguantado la bandera feminista a pesar de haber aprobado una ley que liberaba un puñado de violadores de las prisiones, el acceso de fiebre lila le servirá para poner de nuevo el foco sobre los jueces más carcas. Como buen país infectado de procesismo, España está aprendiendo que sacar adelante las leyes resulta mucho menos rentable que provocar su suspensión.

Como buen país infectado de procesismo, España está aprendiendo que sacar adelante las leyes resulta mucho menos rentable que provocar su suspensión

Paralelamente, la izquierda española (y la partitocracia) catalana se están aprovechando del hecho de que tanto el centro como la derecha no tengan un discurso sobre la prosperidad del femenino. La cosa tiene cachondeo, porque en el PP o en Junts les sería tan sencillo como recordar que las mujeres solo saldrán adelante en el futuro a base de conseguir más pasta, un hecho que contrasta con el hábito del progresismo de robarles continuamente a base de unos impuestos que los aspirantes a la clase media ya no podemos asumir sin renunciar a comer el segundo plato. Sería tan fácil como, en definitiva, recordar a las mujeres que el disenso feminista resulta maravilloso en el plano de la teoría, de los seminarios del CCCB y de las cátedras universitarias, pero que en el mundo real las discusiones se acaban cuando se ponen más billetes sobre la mesa. Pero ya me diréis qué puedo decir sobre el otro sexo, si eso de opinar siempre es mansplaining.

Dejémoslo, pues, en un simple consejo. Estimadas, admiradísimas mujeres del país: alejaos de nuestros partidos y de cualquier cosa que apeste a autonomismo. Al principio hace gracia, sufraga una o dos cenas (y las consecuentes croquetas de una visita al Palau de la Generalitat), pero todo os acabará haciendo más pobres, desdichadas, sumisas a los tios más bobos del poder y, en definitiva, las queen for a day por los payasos del procés.