Lo más difícil en una posguerra es abstraerse del clima de locura general. La Segunda Guerra Mundial estalló porque Europa no fue capaz de digerir la cantidad de mierda que había generado la primera. En España, el franquismo no se puede desligar de las toxinas creadas por la dictadura de Primo de Rivera, ni de los intentos fallidos que los catalanes hicieron de volver a poner su país en el mundo.

Como mayores son las mentiras que una sociedad hace circular para maquillar sus contradicciones más se atascan los canales de regeneración y de evacuación de porquería que las relaciones humanas producen de manera natural. Un régimen político necesita un ecosistema que deje fluir las energías y permita sacar un partido un poco honesto y creativo de las derrotas y las frustraciones. No se puede tapar todo con dinero y propaganda.

Como han explicado muchos teóricos, los países decaen cuando el dinero empieza a tener más importancia que la política. Nuestro Feliu de la Penya lo explica en sus Anales. La monarquía hispánica empezó a ir mal cuando creyó que cualquier problema se podía solucionar con unos cuantos lingotes más de plata. Charles Dickens trató con perspicacia y anticipación la carcoma que la avaricia acabaria siendo para el imperio británico.

Cuando las élites de un país pierden el sentido del límite o se intentan salvar por su cuenta, tarde o temprano el país en cuestión se va a la mierda. A su manera, lo explicaba ayer una columnista del Financial Times en un artículo de política internacional que se podría trasladar tranquilamente a nuestra casa. Los Estados Unidos y la China ―decia la autora, una tal Rana Foroohar, que no había leído nunca― tienen que encontrar la manera de controlar a sus élites o nos haremos daño.

La articulista recordaba que en los últimos veinte años el dinero invertido por los lobbistas de Washington se ha más que duplicado. También explicaba que las élites chinas están convencidas de que la clase dirigente americana hundirá a su propio país, igual que hace unos años las élites de los Estados Unidos se pensaban que la buena marcha de la economía colapsaría al partido comunista chino. Enseguida, pensé en la especulación narcisista que domina el pulso entre Barcelona y Madrid.

Foroohar no trataba la posguerra, pero las élites americanas no parecen haberse recuperado de la victoria contra la URSS, ni tampoco de la ducha de agua fría que recibieron en Iraq y Afganistán. También me parece que, como dice Foroohar, la cruzada contra la corrupción que hay en marcha en China es una cortina de humo arriesgada. Si conviertes la corrupción en la madre de todos los problemas, te acabas cargando el sistema, como se está viendo en España.

Produce un cierto vértigo ver que los españoles se comportan como si hubieran ganado la guerra contra el independentismo, mientras su estado se degrada cada día más. También da cierta angustia ver a la clase dirigente de Barcelona intentando identificar su derrota ante el Estado ―una derrota que empieza con Aznar― con la supuesta derrota del país, que cada día vive más lejos de sus sermones y sus chorradas.

Mientras que el entorno de La Vanguardia cree que puede comprarse ERC como quien se compra una moto, las bases del partido republicano se dedican a tumbar los discursos líricos de sus líderes sin contemplaciones. Cualquier diario importante puede publicar una editorial o un artículo lleno de humos y de solemnidad defendiendo la última maniobra del político processista de turno y cualquier tuitero un poco espabilado puede recuperar un audio o una noticia del pasado y volver a poner las cosas en su sitio.

Bajo el ambiente de demagogia y confusión, y las encuestas que sacan los diarios para distraer a los analistas y a los partidos, la verdad es que España no se ha movido mucho desde el 2 de octubre. José Sacristán dice que "los independentistas tendrían que escoger mejor a sus representantes". Lo dice con este cinismo de sabio español, como si los partidos no fueran el principal instrumento de blindaje que ha tenido la España del 78.

La gracia es que cualquier día vendrá un político a decir que Catalunya sólo tiene que negociar con España la aplicación del resultado del referéndum del 1 de octubre. Entonces, si gana las elecciones, toda esta retórica de feria caerá como un castillo de cartas, pero haciendo bastante más ruido.

Si las primarias han empezado a dar las primeras sorpresas en Nueva York, en Barcelona podrían poner la semilla de un orden europeo más higiénico y más americano. Ni que fuera sólo para empezar, ya sería bastante bonito.